tag:blogger.com,1999:blog-49965091008891200422024-03-13T22:48:17.239-07:00miguel de unamuno y don quijote... ¡el nuevo mundo del espíritu!LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.comBlogger99125tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-15057836944812768412014-07-26T18:12:00.001-07:002014-07-26T18:12:31.351-07:00UNAMUNO<div style="background: #eee; background: rgba(255,255,255,0.9); border-bottom: 1px solid #aaa; display: inline-block; padding-top: 64%; position: relative; width: 100%;">
<iframe frameborder="0" name="La victoria" scrolling="no" src="http://www.rtve.es/drmn/embed/video/871824" style="height: 90%; left: 0; overflow: hidden; position: absolute; top: 0; width: 100%;"></iframe>
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<span style="float: left; margin-right: 10px;"><img src="http://img.irtve.es/css/rtve.commons/rtve.header.footer/i/logoRTVEes.png" style="background: transparent; height: 20px; margin: 0; padding: 0; width: auto;" /></span> <a href="http://www.rtve.es/alacarta/videos/la-guerra-filmada/guerra-filmada-victoria/871824/" style="color: #333333; font-weight: bold;" title="La victoria"><strong>La victoria</strong></a></div>
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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-87925117795535435712014-07-26T17:32:00.000-07:002014-07-26T17:32:04.230-07:00UNAMUNO<div style="background: #eee; background: rgba(255,255,255,0.9); border-bottom: 1px solid #aaa; display: inline-block; padding-top: 64%; position: relative; width: 100%;">
<iframe frameborder="0" name="UNED - 21/09/12" scrolling="no" src="http://www.rtve.es/drmn/embed/video/1532722" style="height: 90%; left: 0; overflow: hidden; position: absolute; top: 0; width: 100%;"></iframe>
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<span style="float: left; margin-right: 10px;"><img src="http://img.irtve.es/css/rtve.commons/rtve.header.footer/i/logoRTVEes.png" style="background: transparent; height: 20px; margin: 0; padding: 0; width: auto;" /></span> <a href="http://www.rtve.es/alacarta/videos/uned/uned-21-09-12/1532722/" style="color: #333333; font-weight: bold;" title="UNED - 21/09/12"><strong>UNED - 21/09/12</strong></a></div>
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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-91379550608174906172012-03-10T17:29:00.001-08:002012-06-22T22:52:18.613-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">Nada sabemos del nacimiento de Don Quijote, nada de su infancia y juventud, ni de cómo se fraguara el ánimo del Caballero de la Fe, del que nos hace con su locura cuerdos. [...]. Se ha perdido toda la memoria de su linaje, nacimiento, niñez y mocedad; no nos la ha conservado ni la tradición oral ni testimonio alguno escrito, y si alguno de éstos hubo, hace perdido o yace en el polvo secular. [...]. Más él era de los linajes que son y no fueron. Su linaje empieza en él. [...]. Era, pues, un hidalgo pobre, un hidalgo de gotera acaso, pero de los de lanza en astillero17. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">En un lugar de La Mancha..., nada sabemos..., se ha perdido toda memoria..., para que cada lector recobre su nombre del ingrato olvido y -como decía Unamuno- lo desparrame «en redondo por aquellas abiertas llanuras» y rodee «ciñendo a los hogares todos», y resuene «en la anchura de la tierra y de los siglos»18. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">En esa unión de la que hablamos, la hermandad de las palabras, «basadas en vida fundamental y honda»19, desentierra, recrea, agiganta, sublima al triste caballero, «hijo de bondad»20, «que enloquece de pura madurez de espíritu»21 y sigue cabalgando con imaginación admirable por los caminos vírgenes que trazan otros ojos en busca de su gloria y de su ser eterno. Pero con acierto dice el Rector de la Universidad de Salamanca:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">...Don Quijote sabía que con las mismas palabras solemos decir cosas opuestas, y con opuestas palabras la misma cosa. Gracias a lo cual podemos conversar y entendernos. Si mi prójimo entendiese por lo que dice lo mismo que entiendo yo, ni sus palabras me enriquecerían el espíritu ni las mías enriquecerían el suyo. Si mi prójimo es otro yo mismo, ¿para qué le quiero? Para yo, me basto y aun me sobro yo22.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Conversar y entendernos. Las dos obras -o la obra del Siglo de Oro y el escritor vasco- se enlazan en un diálogo tenso y poéticamente filosófico. Entonces, el don Quijote cervantino -significante y significado- y el don Quijote unamuniano -puro significado- hermanecen porque el lector, impelido a «quijotear», crea el suyo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Cervantes escribe su obra desde los personajes; Unamuno, desde su desesperación 23, desde su yo estremecido, centro de su universo, que no quiere morir. El autor de El sentimiento trágico de la vida dialoga primero, desde las letras, con Cervantes y luego, desde el corazón, con don Quijote, y en lo hondo del macilento caballero, se encuentra así mismo, descubre que él también es loco, pero por convicción, porque sólo esa locura purifica del mundo y ayuda a llegar a Dios, a creer en Él, con fidelidad a un cristianismo quijotesco. Gradualmente se advierte cómo Unamuno construye el paralelo entre su persona y la del hidalgo manchego para encender «el fuego de las eternas inquietudes» en el corazón seco de su España. Por eso la bacía es el yelmo de Mambrino, por eso es necesario que la bacía sea el yelmo de Mambrino:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">Así, así, mi señor Don Quijote, así; es el valor descarado de afirmar en voz alta y a la vista de todos y de defender con la propia vida la afirmación, lo que crea las verdades todas. Las cosas son tanto más verdaderas cuanto más creídas, y no es la inteligencia, sino la voluntad, la que las impone. [...].Sí, todo nuestro mal es la cobardía moral, la falta de arranque para afirmar cada uno<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">________________________<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">17 Vida de Don Quijote... , Primera Parte, p. 157.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">18 Ibídem, pág. 161.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">19 Ibídem, pág. 283.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">20 Ibídem, pág. 159.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">21 Ibídem, pág. 162.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">22 Ibídem, pág. 284.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">23 Escribe Unamuno: «La desesperación es el hecho más íntimo de nuestro tiempo y acaso de todos lostiempos civilizados. Unos creen por desesperación, y otros por desesperación no creen» («Razón y vida», p. 4).<o:p></o:p></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-88266877441060140072012-03-10T17:11:00.001-08:002012-06-22T22:52:18.613-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">cervantino a la lumbre de su pluma y que medita, reflexiona, sobre él; lo imagina y lo piensa cabalmente. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">En el Prólogo a la segunda edición de 1913, escribe:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">...dejando a eruditos, críticos e historiadores la meritoria y utilísima tarea de investigar lo que el Quijote pudo significar en su tiempo y en el ámbito en que se produjo y lo que Cervantes quiso en él expresar y expresó, debe quedarnos a otros libre al tomar su obra inmortal como algo eterno, fuera de época y aun de país, y exponer lo que su lectura nos sugiere. [...] hoy ya es el Quijote de todos y cada uno de sus lectores, [...] y debe cada cual darle una interpretación... 8. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Ése es el objetivo de Unamuno: interpretar desde sus adentros el texto cervantino, que no debe reducirse a una mera obra literaria 9, a fin de «libertar al Quijote del mismo Cervantes» 10 y demostrar que, debajo del disfraz disparatado de caballero andante, está meditando otro Quijote: don Miguel de Unamuno, quijotista apasionado, para quien el loco de La Mancha es superior a su autor, que, sin duda, es su padre, pero sólo eso, pues su madre es «el pueblo en que vivió y de que vivió»11 éste. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">«Desde que el Quijote apareció impreso -escribe- y a la disposición de quien lo tomara en mano y lo leyese, el Quijote no es de Cervantes, sino de todos los que lo lean y lo sientan»12. Por eso, la lectura de Unamuno no es visual, sino cordial. El intelecto no se separa de su espíritu. Luego agrega: «Cervantes puso a Don Quijote en el mundo, y luego el mismo Don Quijote en el mundo se ha encargado de vivir en él; y aunque el mismo don Miguel creyó matarle y enterrarle e hizo levantar testimonio notarial de su muerte para que nadie ose resucitarle y hacerle hacer nueva salida, el mismo Don Quijote se ha resucitado a sí mismo, por sí y ante sí y anda por el mundo haciendo de las suyas»13. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">En el Prólogo a la tercera edición de 1930, reconoce el autor que sus cuatro años de destierro en Hendaya significan su experiencia quijotesca, sustentada en el sufrimiento de «no ser en lo eterno y lo infinito»14, esa pasión de Dios dentro de su ser y de todos los hombres, su temporalidad:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">El ardor divino de no morirse es lo que le lleva a uno a tratar de sellar con su sello las almas de los demás, a salirse de sí, para fuera de sí perpetuarse15.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Unamuno deja a un lado la obra para penetrar al personaje que contiene la poesía de esa obra, y «en la poesía <span lang="EN-US"></span>según Aristóteles<span lang="EN-US"></span>, hay más verdad que en la historia». A pesar de la muerte, los nuevos tiempos unen a Cervantes y a Unamuno desde el silencio primordial que precedió al primer vocablo de sus obras:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha muchotiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor 16<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">________________________<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">8 Vida de Don Quijote y Sancho, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 133-134.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">9 «Sobre la lectura e interpretación...», p. 575.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">10 «Prólogo a la segunda edición», p. 134.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">11 «Sobre la lectura e interpretación...», p. 577.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">12 Ibídem, p. 573.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">13 Ibídem, p. 574.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">14 «El sepulcro de Don Quijote», ensayo publicado en La España Moderna, N.° 206, Madrid, febrero de1906, pp. 5-17, incluido en Vida de Don Quijote..., p. 141.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">15 Miguel de UNAMUNO, «Razón y vida», Renacimiento, Madrid, N.° V, julio de 1907, p. 4.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">16 Don Quijote de La Mancha, Madrid, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004, p. 27. <o:p></o:p></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-2174467979605586432012-03-10T17:01:00.001-08:002012-06-22T22:52:18.613-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><b><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">MIGUEL DE UNAMUNO Y DON QUIJOTE <o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><b><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">El nuevo mundo del espíritu<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><b><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">...la verdadera locura va de veras siempre...<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><b><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Miguel de Unamuno <o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Hace cuatrocientos años que don Miguel de Cervantes Saavedra puso fin a la Primera Parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y cien años -bien vale celebrarlos también- que don Miguel de Unamuno concluyó una de sus obras más importantes:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Vida de Don Quijote y Sancho1, publicada en coincidencia con el tercer centenario de la obra cervantina, pero no a propósito de esta fecha, según confesión de su autor. Por eso, no debe definirse como una obra de centenario:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:12.0pt; line-height:115%">Escribí aquel libro para repensar el Quijote contra cervantistas y eruditos, para hacer obra de vida de lo que era y sigue siendo para los más letra muerta. ¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos. Quise allí rastrear nuestra filosofía. [...] .Aparéceme la filosofía en el alma de mi pueblo como la expresión de una tragedia íntima análoga a la tragedia del alma de Don Quijote, como la expresión de una lucha entre lo que el mundo es según la razón de la ciencia nos lo muestra, y lo que queremos que sea, según la fe de nuestra religión nos lo dice2.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Con su obra «explicada y comentada» 3, escrita como diría Jean Guitton «en estado de hambre y de deseo» 4, corrobora que el Quijote es «la Biblia nacional de la religión patriótica de España» 5, y que «Cervantes sacó a Don Quijote del alma de su pueblo y del alma de la Humanidad toda, y en su inmortal libro se lo devolvió a su pueblo y a toda la Humanidad» 6. En realidad, todos los trabajos de Unamuno son una constante exégesis de don Quijote. En Vida de Don Quijote y Sancho , no quiere componer otro Quijote ni el Quijote, como el borgesiano Pierre Menard 7, sino pensar, analizar, soñar «su Don Quijote » y convertirse, en solitario y nostálgico juego, en lector y lectura dentro de su personaje. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Tratándose de Unamuno, no pueden ignorarse las etimologías; por eso, cuando escribe «explicada y comentada», quiere decir que penetra el sentido del Quijote<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">________________________<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">1 Madrid, Librería de Fernando Fe, 1905.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">2 Miguel de UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, Madrid, Renacimiento, 1912, pp. 301 y 312.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">3 Estas palabras aparecen en el título de la edición de 1905.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">4 El trabajo intelectual. Versión española realizada por Francisco Javier de Fuentes, Madrid, RIALP,1999, p. 86.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">5 Miguel de UNAMUNO, «Sobre la lectura e interpretación del Quijote», Ensayos , Obras Completas,Tomo III, Madrid, Afrodisio Aguado, 1950, p. 575.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">6 «Sobre la lectura e interpretación...», p. 573.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:10.0pt; line-height:115%">7 «Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes» «Pierre Menard, autor del Quijote», Ficciones, Obras Completas, Tomo I, Barcelona, EMECÉ, 1997, p. 446. <o:p></o:p></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-18729654446284514682012-03-08T21:45:00.001-08:002012-06-22T22:52:18.614-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align: justify; "><span style="font-size: 14pt; line-height: 115%; "><b>Julián Marías<o:p></o:p></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><b>La significación de Unamuno<o:p></o:p></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; "><span style="font-size: 14pt; line-height: 115%; "><b>Don Miguel de Unamuno</b><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Hace dos años que se nos murió a los españoles don Miguel de Unamuno. Todavía no nos hemos dado bien cuenta de esa muerte ocurrida durante la guerra, que aún dura en este momento. Y la guerra da una extraña presencialidad a las cosas. Es una unidad, como un paréntesis en nuestra vida, y todo lo que dentro de ella sucede parece persistir en su presencia; parece que mientras la guerra sea actual, lo es también. Así, la muerte de Unamuno, que no sentimos como algo pasado, como algo que ocurrió hace «ya» dos años, sino que ha sido «hoy», en este «hoy» angustioso de dos años y medio, como si fuese el día inacabable de un astro gigante de rotación pausada. Un día que también parece muchas veces noche y sueño, pesadilla trágica que interrumpió nuestra vida vigilante; y así la guerra entera tendría la unidad del sueño, y éste sólo sería pasado al despertar. Y cuando despertemos, sólo propiamente entonces, vamos a echar de menos a don Miguel de Unamuno y a preguntarnos con afán por él.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">¿Qué hueco ha dejado entre nosotros? ¿Qué va a ser ese hueco en nuestra vida? No todos los que mueren dejan hueco; algunos sí, y por eso decía, con frase de que gustaba don Miguel, que se nos había muerto, es, decir, que su muerte no era sólo asunto personal suyo, sino que nos afectaba a todos; que no había desaparecido, o dejado de existir, sin más, sino que perduraba; y nos había dejado dos cosas en que sobrevivir en este mundo: su obra y su hueco, tal vez aún más fuerte éste que aquélla.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Unamuno no ha dejado sucesor. Las figuras de primera magnitud, como él lo era, no lo dejan nunca; son estrictamente insustituibles; por eso dejan hueco, y no un puesto vacante que cubrir. Su hueco necesita llenarse, y así ejercen atracción, como un remolino en una corriente de agua; por eso son inquietadores y provocan movimiento. Pero ese hueco, decíamos, no es simplemente una plaza vacante, no se puede llenar de un modo equivalente, sino de otro modo distinto, profundamente diverso; y esto es lo que hace que haya historia.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Unamuno tenía un enorme papel en España. Tenía una realidad tan grande, que parece increíble que ya no lo tengamos, que una persona tan viva tomo él, tan actuante, que llenaba tanto espacio, haya muerto. Porque Unamuno no era sólo un genial escritor, un intelectual, un profesor de lengua griega en Salamanca, sino, ante todo, una persona, un hombre de esos con los que es forzoso contar, que están ahí viendo las cosas y hablándonos de ellas, sobre todo, viviéndolas con los demás. Un hombre de esos –tan pocos– que pueden dar compañía a un pueblo entero. Y nos sentimos más solos después de la muerte de Unamuno. Era una personalidad inquietadora. «Mi obra –escribió una vez– es hacer que vivan todos inquietos y anhelantes.» Unamuno decía las cosas, con frecuencia a gritos, siempre de un modo entrañable y confortador. «No basta curar la peste –decía–, hay que saber llorarla. ¡Sí, hay que saber llorar!» Unamuno sabía llorar con llanto varonil, fuerte, paternal y, por eso, colectivo; colectivo del único modo que puede ser sincero, siendo, a la vez, concretísimo, como del hombre a quien le importan los demás, cada uno de los demás, no una teoría, un régimen, una clase, una raza o cualquier otra abstracción exangüe. ¡Qué aguda y hondamente hubiera llorado ahora, de haber seguido viviendo! Tal vez, de tan fuerte como era su angustia, no la pudo soportar su viejo cuerpo y prefirió morir por no cruzar estos años de sueño trágico.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Y ese llanto paternal de Unamuno, ese «dolor de España» de que tanto hablaba, cuando España no era todavía un puro dolor, era inteligente y activo, era un afán de claridad y de calor a la vez. Tal vez más de calor que de luz, según su preferencia íntima. Unamuno era un hombre de ideas, de los más fecundos entre nosotros; y un hombre de libros, de los suyos y de los ajenos, que es una de las cosas más vivas que pueden darse, dígase lo que se quiera. Pero trataba a las ideas de un modo que pudiéramos decir impaciente, como estímulos, como excitantes, de manera cordial acaso sin llegar, sino pocas veces, a últimas evidencias, y nunca a unidades congruentes y responsables de pensamiento. Su fuego mental era todo chispas ardientes, dispersas, sin llegar a ser luz aparentemente quieta y fría, pero que –no lo olvidemos– sólo se consigue a fuerza de la más elevada temperatura. Chispas que, eso sí, sirven sobre todo, para prender otros fuegos, para propagarse y difundirse. Su papel era ese, y el que no fuese propiamente doctrina y sistema no es un reproche, sino una caracterización. Tal como era, es como don Miguel resulta insustituible.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Ese modo suyo de manejar las ideas y de estar necesitado por ellas, y su género de influjo, resultan especialmente claros cuando se piensa en su problema, en el que le llenó la vida entera y ahora ha cobrado una significación dramática y augusta: el de la muerte. Unamuno vivió para la muerte; vuelto siempre a ella, anticipándola, angustiado por la necesidad de perduración, de inmortalidad, no del nombre sólo, sino de la persona y de la carne. Ahora está en la muerte. Ya ha afrontado el momento de confirmar la fe en la inmortalidad o no confirmar nada, sino en encontrarse. Que esto es, y bien lo veía Unamuno, lo terrible del caso: que la aniquilación no significa el hallar frustrada la fe en 1a otra vida, sino el no hallar; no que le pase a uno algo horrendo, sino, lo que es infinitamente más angustioso pensar, que «no pase nada». Esto es lo que sobrecoge a las almas enérgicas y llenas de vida; estarían dispuestas a afrontar cualquier cosa; pero ¿no tener que afrontar? Bien está la más dura tragedia; pero ¿que no haya tragedia?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Unamuno ha dedicado su vida y su obra entera a este problema de la inmortalidad. ¿Cuál es el resultado intelectual de esa agonía y ese esfuerzo? Nos veríamos un poco perplejos para contestar taxativamente a esa pregunta, y esto ya es sintomático. Unamuno no ha llegado, no digamos, claro es, a una «solución», sino tampoco a un planteamiento claro y suficiente de la cuestión decisiva. ¿Quiérese decir con esto que sus afanes han sido intelectualmente baldíos, que nada logró su larga vida atormentada en el camino de la verdad? En modo alguno. Cuando se lee a Unamuno con un poco de atención y sin perderse, con la mente hecha a ver los problemas y las hendiduras por donde parece que se trasluce el ser mismo de las cosas, se queda uno sorprendido por la riqueza de la visión que poseía, y se ve, sin duda, que, por lo menos, adivinó algunas cosas muy fundamentales. Y esto es justamente lo que impele a esforzarse por entender a Unamuno y penetrar a lo hondo de esta selva un poco intrincada y bravía de sus pensamientos. Pero antes que esto se advierte otra cosa, y es que Unamuno ha sabido darnos, tanto como cualquiera, la evidencia, mejor dicho, la inminencia del problema mismo. Y esto es esencial. Don Miguel de Unamuno se pasó su vida terrenal poniéndonos obstinadamente ante los ojos y dentro del alma misma la tremenda cuestión, haciéndonos sentir su mordedura en el fondo de la persona, devolviéndonos así a nosotros mismos. Este ha sido su papel y su mérito primero. Su afán por hacer revivir dentro de todos y dentro de sí propio la gran cuestión última, casi enteramente enterrada en la mayoría de los hombres contemporáneos por largos años de radical trivialidad y estupidez: «No quiero morirme del todo –escribía–, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido.» De esto precisamente se trata, y Unamuno ha hecho cobrar, o recobrar, conciencia de ese último sentido que necesitaba, tan olvidado por casi todos. Lo cual es una liberación.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Por esto adquieren hoy un entrañado dramatismo aquellas palabras de Unamuno en que angustiadamente se refería a la muerte, en especial a la suya propia, en la que ya está. «Tiemblo –decía– ante la idea de tener que desgarrarme de mi carne; tiemblo más aún ante la idea de tener que desgarrarme de todo lo sensible y material, de toda sustancia.» Y aquella frase rebosante de afán: «Yo no dimito de la vida; se me destituirá de ella.» Pero, sobre todo, aquella escena de Niebla, en que su protagonista, Augusto Pérez, le habla al autor, y le dice: «Pues bien, mi señor creador don Miguel, también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió... ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera!» Ya está cumplido todo esto, ya tiene resuelto su problema, y nos queda a los demás, que tenemos que pensar en la muerte, a este don Miguel de Unamuno que sentimos tan vivo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Y al releer y repensar las cosas que nos dejó dichas a lo largo de toda su existencia tenemos que preguntarnos hoy, y cada vez más: ¿Qué era Unamuno? ¿Cuál es el sentido de su obra? ¿Era filosofía? ¿Era poesía? ¿Otra cosa, acaso? No se trata de querer clasificarlo. Esto sería absurdo, tan absurdo como creer que la pregunta tiende a una clasificación. Él mismo sintió a veces la necesidad de tocar esta cuestión, como al escribir: «No quiero engañar a nadie ni dar por filosofía lo que acaso no sea sino poesía o fantasmagoría, mitología en todo caso.» Que toda la obra de Unamuno es poesía, nada más cierto; que no sea filosofía, parece bastante claro. Pero ¿no es más que poesía? Esto es altamente dudoso. La relación de Unamuno con la filosofía es una cuestión, que lo fue para él igualmente. En muchos de sus libros apenas habla de otra cosa que de temas filosóficos; con frecuencia, con perfecto sentido y hasta con penetrante agudeza; sin embargo, tenía la impresión de que aquello no era filosofía,<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">y, probablemente, estaba en lo cierto. Pero el hecho mismo de que tuviera que hablar de ello indica que ahí late un problema interno que afecta al sentido último de la obra de Unamuno. ¿Cuál era, repito, su relación con la filosofía? ¿Tiene algo que decirle? ¿Tiene algo que hacer con ella la filosofía? Parece que sí, y es una cuestión que será menester plantear en su día.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Pero conviene no olvidar una cosa: y es que Unamuno no está hecho y concluso, ni tampoco su obra, sino que dependen de los demás, de los hombres posteriores. El presente reobra sobre el pasado y lo hace ser de nuevo; pero no por sí, sino en el presente. Lo que una cosa es, depende de lo que será, aunque parezca extraño. Cuando se pregunta si algunos pensadores indios eran filósofos, y se comparan sus afirmaciones con las de filósofos presocráticos griegos para hacer ver su semejanza de contenido, se suele olvidar un detalle, y es que llamamos a estos filósofos presocráticos. Es decir, los caracterizamos por lo posterior, como algo previo a lo que, sin duda alguna, era filosofía. Sin Platón y Aristóteles, ¿cabría incluir en la filosofía a Tales de Mileto? Probablemente, no.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">No acabará de saberse –ni de tener realidad– el sentido último de algunas intuiciones de Unamuno mientras no se saquen de ellas –si se sacan– sus consecuencias extremas. La respuesta suficiente a aquellas preguntas sólo podrá encontrarse en el Unamuno que tendremos que hacer. La decisión corresponde al futuro. Y este es el signo en que se reconoce su fecundidad y su importancia. No se puede decir todavía qué ha de ser aún don Miguel, cuál es el Unamuno que perdurará entre nosotros. Con esto queda dicha la urgencia del tema. Aquí no se puede hacer más que formularlo y dejarlo pidiendo respuesta.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Hoy interesaba sólo recordar la significación de Unamuno, a los dos años de haber dejado, en soledad y seriedad, la vida pasajera, para avanzar hacia la otra perdurable.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Julián MARIAS<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="font-weight: normal; text-align: justify; "><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-23711530066728915712011-10-28T13:47:00.001-07:002012-06-22T22:52:18.614-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><b>Heterodoxia y religiosidad: Leopoldo Alas (Clarín), Unamuno, Machado<o:p></o:p></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><b>Yvan Lissorgues</b><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Mucho se ha escrito sobre el pensamiento y el sentimiento religioso de Unamuno y de Machado, y puede parecer algo pretencioso abordar de nuevo el tema, tanto más que permanecen todavía en pie varias tesis encontradas, particularmente sobre Unamuno. El caso de Clarín es un poco diferente, ya que se le conoce bien sólo desde hace algunos años, desde el momento en que se ha analizado su producción periodística, aunque varios estudios han puesto de relieve con acierto muchos aspectos de la personalidad moral y religiosa del autor.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">El estudio comparativo de la posición religiosa de los tres escritores es, pues, empresa delicadísima. Y hay que decirlo de entrada, el elemento perturbador es ante todo, y como siempre, la personalidad de Unamuno. Porque hubiera sido relativamente fácil mostrar las analogías y las diferencias que al respecto ofrecen las figuras de Clarín y de Machado, pero pasar por alto la enorme presencia de Unamuno en tales cuestiones hubiera mutilado gravemente la perspectiva.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Me propongo, en efecto, mucho más mostrar que los tres destacados escritores se sitúan en una corriente heterodoxa, que ilustran de una manera ejemplar por ser quienes son, que analizar detalladamente la especificidad religiosa de cada uno. Es muy importante subrayar que si nuestros tres autores contribuyen fuertemente a definir en términos modernos una corriente o una tendencia heterodoxa, no la crean. Sin que sea necesario remontar a los erasmistas del siglo XVI, es bastante evidente que no pocas características del pensamiento religioso de Clarín, Unamuno o Machado coinciden con varias concepciones de los llamados krausistas españoles. Hasta tal punto que María Dolores Gómez Molleda consiguió, con acierto, reunir a todos bajo el epígrafe de reformadores1, si bien el calificativo, por la connotación protestante que implica, no parezca del todo exacto. Es de notar que la crítica del catolicismo, tanto en los tres escritores estudiados como en los pensadores krausistas, nace de la misma exigencia, la de una religión vivida individualmente como principio de unidad moral y espiritual, religión que el catolicismo jerarquizado, ordenancista, dogmático y rutinario es, según ellos, incapaz de promover. Las graves y enconadas acusaciones que Clarín, Unamuno o Machado lanzan contra la Iglesia española son idénticas a las que, en 1874, le dirigía Fernando de Castro en su Memoria testamentaria2. Es preciso advertir, antes de empezar el análisis, que la unanimidad de la crítica no debe ocultar que las posiciones respectivas de cada uno con relación al objeto de la crítica son distintas. Clarín, por ejemplo, aunque no pueda «en conciencia» llamarse católico, se sitúa, a partir de 1890, bastante cerca del catolicismo, mientras que Unamuno, después de 1900, está bastante lejos. En cuanto a Machado, está totalmente fuera y siempre a gran distancia. Todos son heterodoxos, ya que según la definición del diccionario de la Real Academia -definición que, todavía en 1986, coincide con la de Menéndez Pelayo- es heterodoxo «quien sustenta una doctrina no conforme con el dogma católico». Pero hay varios grados de heterodoxia, aunque los censores eclesiásticos en general no entran en matices, tanto más que para ellos siempre son más peligrosos los herejes que están en los umbrales que los que están fuera.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">¿Qué es religiosidad? Se toma aquí la palabra en el estricto sentido que parecen atribuirle (como se verá) Clarín o Machado y que podríamos sintetizar así: atracción por la religión en general, con o sin adhesión a una religión positiva. Ahora bien, si María Moliner se atreve tímidamente a definir religiosidad como «cualidad de religioso», para la Academia, esta palabra no tiene otra significación que la tradicional, es decir: «práctica y esmero en cumplir las obligaciones religiosas». Es decir, que, al sentido vivo y activo de «inclinación religiosa» que ha tomado el vocablo se le niega carta de naturaleza. ¡Una manera como otra de excluir herejías!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Pues bien, si es bastante fácil analizar la posición crítica de los tres escritores respecto con el catolicismo, es mucho más complejo y mucho más delicado estudiar su pensamiento y su sentimiento religioso, o sea su religiosidad. Es que cada uno busca o reivindica, y es ya una característica común, una relación íntima con lo divino. Cada cual tiene su manera personal de vivir el propio problema, en el cual intervienen muchos factores (infancia, influencias, temperamento, etc.) que cuajan en el complejo que podríamos llamar personalidad. Sin embargo, es posible, también en este plano, deslindar una serie de denominadores comunes que son unas dimensiones básicas de la condición humana, a partir de los cuales se afirman concepciones, sentimientos o posturas más o menos particulares. Esos denominadores comunes son: la presencia del misterio, la muerte y el problema de la inmortalidad, la necesidad de trascendencia, la exigencia de dimensión cordial, la duda y la fe, la fe en la duda o la duda en la fe...<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Esta primera aproximación es pues, más que otra cosa, una clarificación necesaria y una definición del alcance del estudio propuesto, es decir, repito, la búsqueda, en las obras de Clarín, Unamuno y Machado, de unas características comunes que definen una tendencia, por cierto heterodoxa, indudablemente minoritaria, pero que se impone con gran fuerza de autenticidad espiritual y humana.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Veamos primero cómo se afirma y cómo se manifiesta la crítica de la institución católica. Hay que notar que si el blanco es el mismo, las posturas son distintas. Clarín lucha durante toda su vida contra la Iglesia española porque le mueve -y se nota claramente después de 1890- la esperanza de que las cosas van a cambiar, de que esa Iglesia vacía de espiritualidad no puede seguir siendo lo que es. Unamuno critica de manera agria esa misma Iglesia, formula las mismas censuras que Clarín pero se le siente algo distanciado, sea por resignación, sea porque le interesa más su propio problema que la religión colectiva. En cuanto a Machado, formula sus críticas desde lejos, actúa como alguien que, siguiendo su camino, se interroga con indignación sobre el sentido de esta «amurallada / piedad, / erguida en este basurero» y contra la cual no puede sino invocar «los santos cañones de Von Kluck»3. Tendremos que preguntarnos ulteriormente hasta dónde es posible explicar esas diferencias de posturas. Pero la crítica objetiva, por decirlo así, es la misma.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Primero, todos observan que los españoles no son religiosos a pesar de la enorme presencia clerical en todos los sectores de la sociedad. Durante los veintiséis años de actuación pública en la prensa y también en la obra de creación, Clarín denuncia esa enorme impostura, esa enorme hipocresía -inconsciente, y es lo peor- que consiste en que la mayoría de los españoles se declaran católicos, siguen el rito, cumplen con religiosidad (como dice el diccionario), y sin embargo viven como ateos perfectos. Aparte algunas excepciones que alcanzan singular relieve, los hombres y las mujeres pintados en La Regenta, en Su único hijo, en varios cuentos, han perdido totalmente el sentido de la trascendencia.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">De manera más episódica, lo mismo censura Machado unos veinte años después, al evocar estos «páramos espirituales» y al hablar del «alma desalmada de la raza»4. Emplea casi las mismas palabras que Clarín para caracterizar la mentalidad dominante de una ciudad de tercer orden, Baeza: «ciudad levítica» en la que «no hay un átomo de religiosidad»5. En cuanto a la población rural, está encanallada por la Iglesia y completamente huera6. En El dios Íbero denuncia el paganismo cerril y vengativo del hombre de los campos que se prosterna en el templo porque aguanta y porque teme, y que «insulta a Dios en los altares»7 En toda la obra de Unamuno -excepto en San Manuel Bueno, mártir (1933), que representa una curiosa voltereta, muy bien explicada por Sánchez Barbudo8- se observa, si no una denuncia, por lo menos un desprecio absoluto por la fe rutinaria y de pura costumbre que domina en el pueblo español. Y hay que recordar que, ya en 1874, Fernando de Castro se alzaba contra el culto fosilizado, más pagano que cristiano e incapaz de suscitar «el espíritu interior de vida religiosa»9.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">La culpa de tal situación la tiene la Iglesia católica que, a los ojos de todos, es una enorme institución «de organización formidable pero espiritualmente huera», para decirlo con palabras de Machado10, palabras que parecen hacer eco a las de Clarín que, en 1899, denunciaba a esos sacerdotes medio funcionarios, a esos «míseros positivistas prácticos y vulgares apoderados de la cáscara vacía de una gran institución histórica»11. ¿Qué es La Regenta, además de otras muchas cosas, sino la pintura «por de dentro» de la organización clerical de Vetusta y del mezquino «espíritu covachuelista» que anima a «los santos varones del cuerpo»? Para Unamuno, Clarín, F. de Castro, y para otros muchos, como Galdós, la realidad mal llamada religiosa de España ofrece el mismo espectáculo desolador, que puede resumirse en palabras de Machado por: «vaticanismo de las clases altas» y «superstición milagrera del pueblo»12. La mayoría de los españoles resulta paganizada -la palabra es fuerte pero brota a menudo bajo la pluma de Clarín- por una Iglesia que quiere imponer su dominación en todos los sectores de la vida (la política, la enseñanza, la prensa...), que sigue invocando al totémico «Dios de los ejércitos», una Iglesia que pretende avasallar los espíritus y los corazones por imposición de una moral vacía y de pura fachada. En resumidas cuentas, se trata, para Fernando de Castro, de una Iglesia mundanal y política que no se cuida de que los hombres fuesen religiosos por su conversión «a Dios sino por su adhesión a un Papa» que además acaba de declararse infalible. Para Clarín, esa Iglesia no es más que una «abstracción», o sea algo que no permite la vida del alma. Más; es una ideología cristalizada, que sólo funciona para «mantener privilegios políticos y hasta económicos». A esa religión de «papel timbrado», de «librea y de congresos» no le interesa más que el culto: «la política no la mantiene sino para eso»13.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Se podrían multiplicar las cifras, profundizar y matizar el panorama, pero basta lo dicho para mostrar que hasta aquí nuestros tres autores podrían aparecer como reformadores que no pueden aceptar la situación y luchan para que cambien las cosas. Pero no se limitan a la denuncia, buscan las causas de lo que ven como lamentable petrificación de la vida religiosa del país, reflexionan, y entran entonces en franca herejía, pues llegan a poner en tela de juicio tanto el proceso histórico de la conquista terrenal emprendida por el catolicismo como la base dogmática de la institución.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">La idea fundamental, repetida incesantemente por todos, es que la iglesia católica es una desviación histórica del cristianismo. La cita anterior de Clarín lo decía ya muy claramente: la Iglesia actual «no es más que la cáscara vacía de una gran institución histórica», ha olvidado «la vida, la sangre, la substancia de la verdadera religión»14. Fernando de Castro resume bien todo el proceso de institucionalización de esa religión: el catolicismo «revistió de forma externa al cristianismo, fijando el dogma, desenvolviendo el culto y ordenando la jerarquía y gobierno de la nueva Iglesia» y vino a ser una institución jerarquizada, con una organización calcada en las divisiones del Imperio Romano15. El mismo punto de vista se encuentra en Machado: «Sobre la mezcla híbrida de intelectualismo pagano y orgullo patricio erige Roma su baluarte contra el espíritu evangélico». Roma es un poder que ha tomado «del Cristo lo indispensable para defenderse de él»16.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">A partir del momento en que la Iglesia se erigió en institución, puso todas sus fuerzas en el desarrollo de su poder, poder económico y poder moral; por eso (y para eso) estuvo siempre al servicio del orden. «No supo el gran Constantino -escribe Clarín- el mal que hizo cuando declaró al cristianismo religión de Estado. Fue como reunir los Evangelios, ponerles una carpeta, escribir encima "Expediente" y atar el legajo con un baduque»17. La religión -afirma Unamuno- se convirtió «a beneficio del orden social, en política, y de ahí el infierno»18 -lo mismo había dicho Leopoldo Alas, al escribir con humor que el infierno se había inventado «para los rojos»19-. No debe extrañar, pues, dicen Clarín y Unamuno, que los políticos y los nacionalistas se hayan apoderado de Cristo y hayan fabricado símbolos con fines que nada tienen que ver con el cristianismo. Las cruzadas fueron empresas «político-eclesiásticas» y no otra cosa; «el Cristo no enseñó que se tomase nada, ni su sepulcro, por la espada ni que se tratase de convertir a los infieles a cristazo limpio». En cuanto al Apóstol Santiago, sigue diciendo Unamuno, «es un símbolo fabricado por el nacional catolicismo español»20. ¡Cuántas veces denuncia Clarín en la prensa a ese catolicismo nacional que santificó, y sigue santificando en nombre de Dios, abusos, injusticias, matanzas! Durante la guerra de Cuba, se alza con indignación contra esos obispos que «predican el exterminio del prójimo y se alegran de las matanzas»21. En 1899, siguiendo tal vez a Renan a quien tanto admira, exclama: «¡Qué cosa más opuesta [...] al fondo real y perenne del cristianismo [...] que esa pretensión absurda del nacionalismo religioso, que quiere imponer creencias a los individuos en nombre del Estado!»22.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Es inútil insistir. Se ve claramente que la crítica es constante y sin concesión, y las poca citas dadas bastan para afirmar que los tres escritores comparten la opinión de F. de Castro: «El catolicismo es un falseamiento del Evangelio, una flagrante contradicción de todas sus doctrinas»23.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Por lo que hace a los dogmas, se nota que suscitan bastante poco interés en nuestros tres autores que, como se deduce de lo dicho, tienen ante todo una posición antidogmática. Hay pocas alusiones a ellos en la obra de Machado: al parecer, para él, este aspecto del catolicismo no merece atención particular pues los dogmas van en contra del buen sentido, y punto final. A Clarín, la cuestión le preocupa, pero es para impugnar esas irrisorias e ingenuas invenciones humanas que en ningún caso considera como palabra revelada. En Su único hijo, hace decir al protagonista -como si éste hubiera leído a Renan- que en la Biblia hay cosas que no se pueden tragar, como «el pecado que [pasa] de padre a hijo» o aquel «Josué parando el sol... en vez de parar la tierra». En un artículo se burla del Purgatorio, en otros del infierno, en muchos evoca la cuestión para él tan preocupante y no resuelta de la divinidad de Cristo. El problema de Jesús es tan importante para los tres que merece estudio aparte; basta decir, por ahora, que para todos Jesús es el hombre, que se hizo Dios y no Dios que se hizo hombre, o como dice F. de Castro «es el hombre que mejor ha comprendido a Dios por el camino de la fe y de la vida religiosa»24.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Para Unamuno, los dogmas son como postulados a partir de los cuales los teólogos de todos los tiempos han emprendido una racionalización de la fe para «apoyar hasta donde fuese posible racionalmente los dogmas [...]. Tal es el tomismo». Hasta tal punto que -y es el argumento predilecto del antirracionalismo unamuniano- el catolicismo es una desviación racional de la fe. «Así se fraguó la teología escolástica [...]. La escolástica, magnífica catedral con todos los problemas de mecánica arquitectónica resueltos por los siglos, pero catedral de adobes, llevó poco a poco a eso que llaman teología natural y no es sino cristianismo despotencializado»25.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">La crítica no puede ser más completa y no puede sorprender que para los partidarios de la ortodoxia católica, Clarín, Unamuno y Machado sean peligrosos herejes o ateos puros. Y es verdad que a partir de cierto momento a Clarín y a Unamuno no les queda nada de la fe ingenua de la infancia, de la fe de la madre, a no ser una nostalgia, no se sabe si de la fe o del sueño de la infancia, que en los dos permanece viva. El recuerdo de la religión de la madre podría explicar que Clarín al final de su vida, aunque fuerte y amargamente crítico con el catolicismo, tenga esperanza en el advenimiento de un «espíritu nuevo» que restituiría a la petrificada Iglesia la pureza y la fuerza viva del Evangelio. En cuanto a Unamuno, varios críticos han querido explicar que la fe perdida de la infancia y nunca recobrada era una patética fuente de desesperación. Sea lo que fuere, la perduración y la influencia del recuerdo de la infancia durante toda la vida, Unamuno la resume bien en la frase siguiente: «Nuestros primeros años tiñen con la luz de sus olvidados recuerdos toda nuestra vida, recuerdos que aun olvidados siguen verificándose desde los soterraños de nuestro espíritu»26. No parece que Machado hubiese recibido de su familia una educación marcadamente católica; y tal vez eso explicaría su sereno y permanente alejamiento de cualquier religión positiva.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Pero sea cual sea, para cada uno, la manera de vivir el problema, la crítica de los tres es, como hemos visto, esencialmente idéntica. Para ellos, el catolicismo es una religión muerta que ha perdido la savia de la verdadera religión, es una desviación del cristianismo. Efectivamente, en contrapunto con la crítica negativa de la Iglesia surge en todos la exaltación del cristianismo primitivo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Es vuelta a Jesús que, hay que decirlo, aparece como la poetización de una edad de oro espiritual y humana, es muy fecunda, ya que en el Evangelio todos encuentran valores esenciales en los que puedan fundamentar una fe en el hombre y, desde luego, una esperanza en un futuro en el que hubiera armonía humana y espiritual entre lo individual y lo colectivo. Esa, en cierto modo, teología -que bien se puede emplear la palabra a falta de otra-, esa generosa teología cordial asoma en Clarín, pero es Machado quien le da forma más coherente y más... sentida. No olvidemos que los dos fueron discípulos de Giner (a quien llaman «queridísimo maestro») cuya metafísica está fundada en la necesidad de un vínculo natural (no dogmático) entre el hombre y Dios, vínculo que precisamente debe permitir el acercamiento progresivo del hombre a la perfección divina. Es lícito pensar que la filosofía cristiana del porvenir o sea la fraternidad, cristiana del porvenir, en la que cree Machado, tiene su punto de partida en la concepción gineriana. «El corazón del hombre -escribe Machado en 1922-, nos dice el Cristo, con su ansia de inmortalidad, con su anhelo de perfección moral, con su sed de amor nunca saciada, tiene ante sí también un camino infinito hacia la suprema inasequible perfección del Padre»27. Esa concepción altruista y fraternal del prójimo, esa fe en los valores cordiales, concepción y fe que alcanzan tanta fuerza en Machado y también, en cierto modo en Clarín, no son, sino episódica y retóricamente, el polo vivo de la preocupación de Unamuno. En él, la hipertrofia de un yo que quiere serlo todo («Quiero ser yo, y sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme en la totalidad de las cosas visibles e invisibles...»)28 no puede darle la serena humildad absolutamente necesaria para la percepción en simpatía del prójimo, del otro. A Unamuno le interesa menos la fraternidad que el deseo, para él vital, de construir su propia leyenda para eternizarse en la memoria de los hombres. El documentado y perspicaz análisis de Sánchez Barbudo es sobre este punto particularmente pertinente. Sin embargo, aparece de vez en cuando en la obra de Unamuno la idea de que la religión es porvenir y que Dios se debe incesantemente conquistar. Para la religión, escribe, «no hay más que porvenir [...]. El que cree haber llegado a Dios es que se ha pasado de él»29. Pero la cita no permite saber con claridad si esa conquista de Dios es meramente individual o si se inscribe en el devenir de la humanidad.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Bien asentados estos imprescindibles matices entre los tres escritores, es oportuno examinar brevemente cómo se presenta para ellos ese poético primitivismo cristiano, nostálgicamente consolador y fuente (¿romántica?) de esperanza, conviene repetir que, para los tres, Jesús no es el hijo de Dios, es a lo más, el hombre que se hace Dios. Como dice Clarín, que sigue a Renan también sobre este punto, la personalidad y la voz de Jesús son «algo único en la historia»30. Para los tres, Jesús es el supremo héroe (según el sentido que Carlyle da a la palabra), el verdadero fundador de esperanza, esperanza humana y también divina, ya que abre el camino hacia Dios.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Clarín opone a menudo, después de 1890, la pureza primigenia del cristianismo al catolicismo huero de espiritualidad. Para no alargar demasiado, valga sólo una cita, muy significativa, por cierto: «Yo pienso que cualquier alma serena y bien sentida, que, sin fanatismo positivo o negativo (sic), se acerque a la figura de Jesús y medite en la misteriosa influencia de su personalidad y de su ejemplo y doctrina sobre la sociedad y sobre el individuo, no podrá menos de reconocer allí, sin salir de lo natural, una misteriosa y singular exaltación de la conciencia humana a la comunicación con lo ideal»31. Desde otro punto de vista, en cierto modo el de la fe en el futuro, es también significativa la ficción que desarrolla el final de Apolo en Pafos: San Pablo emprende el mismo recorrido que hace dos mil años para hacer de nuevo el cristianismo, pues ya sabe que «el mundo ha sido cristiano, pero de mala manera». El nuevo cristianismo, el verdadero, el del Evangelio, «será de amor y tolerancia»32.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Sabemos que, después de 1890, la preocupación espiritual es esencial para Clarín, pero su religiosidad, libre de trabas dogmáticas, sólo reconoce principios superiores, como la caridad, la tolerancia, el amor al prójimo..., sentidos y vividos, según el ejemplo de Cristo, en su dimensión trascendente. El amor a los demás es ante todo tolerancia. Por eso (y es tan solo un ejemplo) considera que, a pesar del abismo que le separa del marxismo, es «casi un ideal» para él «departir con los obreros socialistas» para intentar comprenderlos, pero también para «atraerlos al aspecto moral y religioso de la cuestión social»33, para que un día «al llamarnos todos hermanos podamos hacerlo racionalmente, es decir, sabiendo que existe un padre, un Dios, o una madre, una Idea»34. Estas ideas de Clarín, de clara filiación gineriana, prefiguran, ya en 1890, la profunda concepción de la fraternidad que Machado desarrollará a partir de 1920 y hasta su muerte.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Unamuno se exalta a menudo al evocar lo que, para él, era la fe en tiempos de Jesús: entonces era la verdadera fe, «fe religiosa más que teologal, fe pura, libre de dogmas [...]. Allí apenas había nacido la distinción entre ortodoxos y herejes, o más bien era ortodoxa la herejía»35. Quien soñó un día hermanar al cristianismo con el marxismo, poetiza casi líricamente el libro de los Hechos de los Apóstoles: Los primitivos cristianos eran comunistas «que ningún necesitado había entre ellos; porque todos los que poseían heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles y era repartido a cada uno»36. Sin embargo, hay que decir que después de 1919, poco le interesa, en el fondo, la dimensión colectiva de la espiritualidad («Cada hombre vale más que la humanidad entera»)37.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Como hemos anunciado ya, el que ahonda más en el tema de la fraternidad cristiana es Antonio Machado, por razones históricas, pero también porque él era un hombre «en el buen sentido de la palabra, bueno»38. En el poema La saeta, afirma que su Jesús «es el que anduvo en el mar», abriendo camino y no el Jesús del madero fijado por el dogma:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">No puedo cantar, ni quiero<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">a ese Jesús del madero<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">sino al que anduvo en el mar39.<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Para Machado, la vuelta a Cristo parece una necesidad para dar trascendencia a su generosa y entrañable concepción de la fraternidad, en una época orientada hacia la búsqueda de valores colectivos que suplanten y trasciendan al individualismo liberal. Es de notar que F. de Castro, ya en 1874, había recordado a sus contemporáneos que le condenaban por hereje que Jesucristo «proclamó el dogma de la igualdad moral entre los hombres, y de la fraternidad por el amor»40. Pero Machado va más lejos. En el artículo significativamente titulado «Sobre una lírica comunista que pudiera venir de Rusia», escribe que es necesario creer que «existe una realidad espiritual trascendente a las almas individuales, en la cual éstas pudieran comulgar»41. Ahora bien, el Evangelio es «la honda revelación del amor fraterno y la comunión cordial y el reconocimiento de un padre común, supremo garantizador de la hermandad humana»42. El amor fraternal, de origen cristiano, es pues la mejor base espiritual para la convivencia humana; pero, al mismo tiempo, saca al individuo de su soledad (y de su egoísmo por no decir de su egotismo): «El amor fraternal nos saca de nuestra soledad y nos lleva a Dios»43. Si tuviera disposiciones para la militancia, Machado no estaría lejos de la concepción del socialismo evangélico tal como la definía, por ejemplo, el generoso e idealista Timoteo Orbe44. Pero su posición es ante todo filosófica, como revelan sus apócrifos Abel Martín y Mairena, y sus teorías sobre el otro, lo otro y la heterogeneidad del ser. Indudablemente se siente más atraído, por lo menos antes de 1936, por el misticismo cristiano «de combate íntimo, activo, dinámico»45 de Tolstoi que por Carlos Marx cuya visión profética es, dice, «esencialmente mosaica»46.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">A estas alturas, estamos muy lejos de la ortodoxia católica, y sin embargo se deduce de nuestro análisis necesariamente simplificado que en Clarín, Unamuno y Machado dominan unos valores espirituales que, evidentemente, cada uno vive de manera propia en función de su sensibilidad y de tendencias temperamentales o circunstanciales. También parece lícito ver que definen o ilustran una corriente espiritual, muy heterogénea por lo dicho antes, que se desarrolla al margen y en contra del catolicismo, una corriente que por los años 1960 aflorará muy tímidamente, en el seno mismo de la institución, en el Vaticano II. Esta muy compleja cuestión requeriría mucha reflexión y mucha prudencia...<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Mucho más delicado es el problema de la íntima «religiosidad» de cada uno. Tan delicado que ha dado lugar a tesis radicalmente opuestas, particularmente en el caso de Unamuno y Machado. El problema capital que hay que examinar ante todo es el de Dios: ¿Existe Dios fuera del hombre o sólo hay la nada? ¿Es Dios creación del hombre, mero deseo del corazón o mera exigencia de la razón? Nuestros tres autores tienen el gran mérito de plantearse estas graves preguntas y cada cual intenta darles la respuesta que, en conciencia, en razón o en corazón, y con muchas vacilaciones, le parece más apropiada. Y es de observar que a varios de los muchos comentaristas de la obra de Unamuno y de Machado les ha faltado flexibilidad comprensiva al enjuiciar la posición de uno y otro. Es obvio que no nos ayudan- mucho juicios como el de Romero Flores, para quien Unamuno sería «uno de los casos de más honda fe de toda la cristiandad»47 o el de Julián Marías que afirma que no se debe tomar en serio la verbal irreverencia de muchos dogmas de que hace muestra el rector de Salamanca, «pues vive de hecho en el ámbito espiritual del catolicismo» y tiene «una peculiar confianza en Dios»48. Tampoco es aceptable la posición opuesta de quienes concluyen (o proclaman) que Unamuno y Machado eran ateos. Estos críticos y otros enfocan el problema a partir de las personales respuestas que dan a las preguntas anteriores.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Sánchez Barbudo es, a mi modo de ver, quien ha comprendido mejor la personalidad, y desde luego, la obra de Unamuno. (Porque el aspecto más apasionante de dicha obra es tal vez el personaje de Unamuno, presente de modo directo o disfrazado en cada página). Por encima de las evoluciones, retrocesos, contradicciones, confesiones,... que constituyen la vida aparente de este autor, es indudable que perdura siempre en él el afán de gloria, el erostratismo, como dice Sánchez Barbudo. Una frase, elegida entre varias, de este crítico excusará más amplias explicaciones: «Toda esa mezcla oscura, romántica, de egotismo y exhibicionismo, pero también de verdadera soledad y verdadera ansia de Dios, es lo que formaba la compleja personalidad de Unamuno»49.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Sin embargo, parece que Sánchez Barbudo enfoca el problema desde un punto de vista demasiado estricto -que no quiere decir ortodoxo-. Para él, dudar no es creer y el Dios del corazón es sólo Dios inmanente, no Dios objetivo. A partir de tales afirmaciones, es lógico concluir que «Unamuno en el fondo no creía»50, y que Machado «creía sobre todo en la nada»51, y su Dios era «sólo inmanente lo cual equivale a la negación del verdadero Dios»52. Pero ¿qué es el verdadero Dios? ¿Quién ha visto al verdadero Dios? ¿Por qué el Dios del corazón y hasta el ansia de Dios tan viva en Unamuno, Machado y Clarín, no serían una manera auténticamente humana de «prosternarse» ante lo divino -la expresión es de Clarín- o mejor ante el misterio? Para quienes han salido definitivamente de la conformista cuadrícula de los dogmas ¿habrá búsqueda más auténticamente religiosa que la que resume lírica y humanamente Machado en los siguientes versos?:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">El Dios que todos llevamos,<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">el Dios que todos hacemos,<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">el Dios que todos buscamos<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">y que nunca encontraremos.<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Tres Dioses o tres personas<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">del solo Dios verdadero53.<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Inútil decir que este Dios omnipresente en el corazón de Unamuno, Machado o Clarín (el caso de éste es un poco diferente), pero totalmente inasible, no es el Dios «objetivo» labrado a fuerza de dogmas por cualquier religión positiva. En uno de los aforismos de la serie «Cavilaciones», dice Clarín: «Fe es creer lo que no vimos. Está bien. Pero muchos añaden: como si lo hubiéramos visto. Este es el error de la fe»54. Esas religiones positivas son arquitecturas quebradizas, ya que para adherirse a ellas la fe, ciega o racional, es necesaria. Y puesto que todo es fe, es tan lícita la fe en un Dios inmanente (aun cuando éste no proporcione una absoluta certidumbre de inmortalidad) como otra cualquiera. (Por lo que a mí hace, no quiero probar nada, no me hallo implicado en el debate abierto, tan sólo quiero hacer resaltar la honda autenticidad humana y espiritual de quienes como Machado proclaman que «cabe esperanza, hay que dudar en fe»).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Clarín, Unamuno y Machado tienen una aguda conciencia del misterio y ésta es el punto de partida de una adulta búsqueda espiritual y religiosa. Clarín no parece dudar nunca de la presencia (existencia es otra cosa) de Dios que se impone a él como exigencia racional55 y sobre todo como necesidad cordial. Pero nunca se atreve a «pintar a Dios» ya que «el figurarse cómo es Dios sirve para algo. Para saber que de fijo no es como uno se figura»56 y sobre todo porque «el espíritu religioso es una tendencia ante todo, un punto de vista, casi pudiera decirse una digna postura, la postración ante el misterio sagrado y poético; no es como creen muchos, ante todo una solución concreta, cerrada, exclusiva»57.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">La religión de Unamuno, según confiesa en 1907, «es luchar incesante e incansablemente con el misterio: mi religión es luchar con Dios»; y añade que no se atiende «a dogmas especiales de esta o de aquella confesión cristiana»58. En cuanto a Machado, declara en 1922 que no se puede olvidar «esa tercera dimensión del alma humana: el fondo religioso de la vida, el sentimiento trágico de ella»59. Es de observar que en su obra poética son relativamente escasas las alusiones a lo divino y cuando se formulan, expresan siempre líricamente «duda en fe», pero toda su poesía parece hundir sus raíces en un más allá, en un como misterio que tiñe las cosas, el paisaje, etc., de espiritualidad difusa. Además, querer eternizar el tiempo en el poema ¿no es luchar con el misterio?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Esta fundamental y aguda conciencia del misterio explica en los tres escritores otra característica común: la idea de la insuficiencia de la razón para acercarse al conocimiento de las profundas realidades. Correlativamente, atribuyen un valor muy relativo a la ciencia y no pueden comprender la actitud de quienes afirman única y deliberadamente su fe en la razón, en los hechos, en la materia y se cierran los ojos ante lo inasequible a la razón. El desprecio constante por los positivistas y por los materialistas es ya revelador de la idea que los tres escritores tienen formada de la realidad, idea que Clarín sintetiza en la fórmula (que, al parecer toma de Carlyle): «la realidad es, pero es misteriosa». Se nota, sin embargo, que cada uno tiene su peculiar manera de expresar su posición, hasta tal punto que se podría pensar que hay divergencias entre ellos. Pero las diferencias son más de forma, o mejor de tono, que de fondo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Para Unamuno las ideas no son el hombre, es decir, que el hombre profundo, el hombre verdadero, nada tiene que ver con las ideas. La ideocracia conduce a aberraciones como, por ejemplo (y es un ejemplo que viene bien al caso), la creación del «Dios racional» que es una construcción doctrinal realizada por el hombre no hombre: «El Dios racional es la proyección al infinito de fuera del hombre por definición, es decir, del hombre abstracto, el hombre no hombre»60. Al contrario: «El Dios sentimental o volitivo es la proyección al infinito de dentro del hombre por vida, del hombre concreto de carne y hueso»61. La obra ensayística de Unamuno, desde 1897 hasta su muerte, está llena de invectivas contra la razón, la ciencia, los racionalistas. Lo infinito -escribe en 1908- «como un mar sin orilla se extiende más allá del mezquino campo de la ciencia»62. Como ejemplo de desprecio por los racionalistas he aquí una cita elegida entre varias: «Los racionalistas que no caen en la rabia antiteológica se empeñan en convencer al hombre que hay motivos para vivir y hay consuelo de haber nacido, aunque haya de llegar un tiempo [...] en que toda conciencia humana haya desaparecido. Y estos motivos de vivir y obrar, esto que algunos llaman humanismo, son la maravilla de la oquedad afectiva y emocional del racionalismo y de su estupenda hipocresía»63.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Estos juicios rotundos (con otros muchos que se podrían citar) del «gran sembrador de inquietudes» que quiso ser el Rector de Salamanca, estriban en un desprecio a las ideas, en una ideofobia que tiene a menudo fuertes visos de retórica. Porque, ¿qué es, en fin de cuentas, toda la obra ensayística de Unamuno sino un fecundo producto de la razón raciocinante? Y, en última instancia, ese antirracionalismo tan altamente proclamado, ¿no es expresión del desesperado afán de un yo que se siente prisionero en los límites de la razón y aspira a llenarlo todo? (Recordar la cita dada más arriba: «Quiero ser yo, y sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme en la totalidad de las cosas visibles e invisibles...»).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Machado comparte la posición de Unamuno sobre la insuficiencia de la razón y el carácter relativo de la ciencia, pero es mucho más parco en sus juicios. A lo más, encontramos algunas opiniones, un tanto despectivas, sobre el pretendido mundo objetivo de la ciencia que es «mundo de objetos descoloridos, descualificados, producto del trabajo de desubjetivación del pensamiento» y que «no tiene de objetivo sino la pretensión de serlo»64. Se deduce del conjunto de su obra que si la razón y la lógica no permiten acercarse al misterio, a la poesía de las cosas, son, sin embargo necesarias para dar estructura al sentir o a las intuiciones. «No es la lógica lo que el poema canta, sino la vida, aunque no es la vida lo que da estructura al poema, sino la lógica»65. O sea que, desde otro punto de vista, la razón permite la comunicación, pero la comunión es cosa del corazón.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">La posición de Clarín es muy clara y aflora en varios artículos y en algunos cuentos. Para él, la ciencia es buena, porque contribuye al progreso de la humanidad, pero no se le debe pedir lo que no puede dar. No puede acercarse al conocimiento absoluto, a lo más permite establecer la geometría de las cosas. En el cuento simbólico El gallo de Sócrates66, el gallo se burla de los falsos sabios que pretenden demostrarlo todo: «El que demuestra toda la vida la deja hueca. Saber el porqué de todo es quedarse con la geometría de las cosas sin la sustancia de nada». Desde luego, el que quiere verdaderamente aproximarse a la verdad, al misterio, tiene que buscar un medio de conocimiento que, más allá de la razón, permita mirar por dentro, sentir, amar...<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Todo lo que precede permite concluir que los tres escritores no tienen certidumbres absolutas, y no proponen soluciones cerradas; todo su pensar y todo su sentir arranca de la duda, nadie más alejado que ellos de cualquier sistema definitivo, de cualquier ortodoxia.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Numerosos estudios se han dedicado a la duda de Unamuno, a su «creer creer» o a su «querer creer» exacerbado que le lleva a vivir su problema como una tragedia, contra la cual se rebela, en actitud «energuménica». Luchar con Dios, o mejor con el misterio personificado en Dios, es la única manera, según él, que tiene el hombre para afirmarse en su esencia, pues la esencia del hombre es «el esfuerzo que pone en seguir siendo hombre, en no morir»67. Esta lucha con la duda, lucha que la crítica unánime califica de agónica, es fuente de su poesía y de gran parte de su obra en prosa, hasta tal punto que se pudo decir que Unamuno hacía «literatura de su dolor»68, tildándole así de insinceridad. -Sánchez Barbudo habla del «castillo pirotécnico de sus dudas»69-. Es indudable que el deseo de ganar fama, de eternizarse en la memoria de los hombres, le lleva a tomar en sus escritos posturas forzadas, exageradas y contradictorias. Es indudable también que el veneno de su alma, como escribe José María Valverde, es el exceso de su yo y el anhelo de «autoposesión egolátrica»70. Pero no es menos cierto que en ese yo hipertrofiado hay «verdadera soledad y verdadera ansia de Dios», así lo reconoce el mismo Sánchez Barbudo71.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Para Clarín y Machado, y también para Unamuno72-, dudar no es negar. Al contrario. Dudar es buscar. Clarín niega la cualidad de filósofos a los que sólo tienen certidumbres: «No hay verdaderos filósofos sino los que buscan la verdad y desde luego los que dudan»73. Los que «tienen una opinión como una bandera» son «de la arcilla de que se hacen los arzobispos, los papas y los buenos positivistas»74.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%">Para Machado, Unamuno y Clarín, sólo la duda es fecunda, porque abre interrogaciones, incesantemente, y porque permite sentir la dolorosa poesía de lo infinito inalcanzable. «Dudar en fe»75, trabajar, cada cual a su modo, «en la obra seria de sondear lo insondable»76 es, para los tres, la única manera auténticamente humana de asomarse al «misterio sagrado y poético». Ante tal concepción, hondamente vivida de lo religioso, ante tal religiosidad (si aceptamos el sentido que ellos mismos dan al vocablo), la palabra heterodoxia no tiene ya gran significación.<o:p></o:p></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-57734237568255139482011-10-28T13:38:00.001-07:002012-06-22T22:52:18.614-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><b>[Carta de Teresa de la Parra a don Miguel de Unamuno, julio de 1925]1<o:p></o:p></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><b>Teresa de la Parra</b><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><span> </span>—559→<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">A don Miguel de Unamuno<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Es a usted, mi estimado amigo y maestro, a quien debo, más que a nadie, la satisfacción íntima y serena, depurada de toda vanidad, de haber escrito un libro.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><span> </span>—560→<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Cuando lo conocí y le dediqué mi novela en el almuerzo literario de hace algunas semanas, pensé que no iba usted a leer ni una de sus 520 páginas. Es verdad que con acento austero y patriarcal de abuelo vasco, había demostrado interesarse muy vivamente por su raza española de más allá del mar. Habló de ella con pasión, como si hablara de su propia ascendencia, «verdadera resurrección de la carne» explicó usted. Pero también es cierto que luego, con el mismo acento austero de abuelo vasco, y con aire además muy despectivo, habló de las personas superficiales, de las mujeres cuya única ocupación es el vestir, y de todos aquellos que confunden lamentablemente el modernismo o moda con la verdadera elegancia: la escultórica, la que reside en el ademán y en el esqueleto, como la del Esopo de Velásquez en sus harapos, o como la de Ulises al presentarse desnudo ante Nausícaa. Deduje que mal podía encontrar gracia ante sus ojos una novela, cuyo órgano directo de expresión, como el teclado en un piano, era casi todo el tiempo la preocupación de la elegancia, no la escultórica, sino la otra, la de la equivocación lamentable, la del modernismo o moda. Y me fui convencida de que novela y autora habían de parecerles igualmente triviales e indignas de atención.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Grandísima fue mi sorpresa el otro día, cuando al entrar en un recinto oí que hablaba usted de Ifigenia ante numeroso auditorio: ¡Ya estaba leído! ¡Y con lujo de pormenores anotado! La analizaba usted detalle por detalle, sin entusiasmos ni elogios, sino con esa paciente curiosidad con que examina el naturalista un insecto del campo o la flor silvestre que por primera vez ha llamado su atención. Mi presencia no alteró ni un ápice el hilo de su conversación, y siguió detallando el libro como si entre la autora y la recién llegada no existiese el menor lazo común. Yo sentí al instante el milagro del desdoblamiento, me hice también auditorio, y por primera vez, encantada, libre de censura y de elogios directos, sin asomos de vanidad, tuve la sensación noble y reconfortante de «haber escrito».<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Quiero darle las gracias por el milagro de desdoblamiento, quiero dárselas por el juicio escrito, pero quiero dárselas sobre todo por estas 4 páginas que recibí anteayer, apretadas notas, hechas con lápiz al calor de la lectura. ¡Cuántas son y qué llenas están de vida!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Los elogios son sobrios, sólo dicen indicando página y párrafo «Bien», «Muy bien» y algunas veces «¡Muy bien!», sin dar razones lo cual es una forma de generosidad, porque mi imaginación puede elegir lo que más le agrade, ¡y en ratos de fecundo optimismo, forjarlas y elegirlas todas!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Las objeciones son mucho menos lacónicas. Como algunas de ellas terminan en un punto de interrogación, me persiguen sin cesar con su voz de pregunta. Yo quisiera acallarlas, pero ellas no se avienen al silencio. Necesito pues contestar algunas de las que tengan a mi entender contestación, o sea defensa, porque hay otras, lo confieso, que al igual de la Esfinge, ¡se quedarán interrogando eternamente!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><span> </span>—561→<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Copio pues las escogidas, bajo el párrafo aludido, y con el número correspondiente de la página tal cual usted lo ha hecho, voy contestando:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pág. 52 y 53... «tiene para todas las criaturas la dulce piedad fraternal de San Francisco de Asís»... Yo no creo que la piedad de Gregoria fuese precisamente franciscana, ¿o es que se refiere usted entonces a ese San Francisco elegantizado por una leyenda turbia? Me es difícil saber cuál es mi San Francisco, don Miguel ¡he visto pasar tantos! Al primero lo recuerdo entre las nieblas sonrosadas y confusas de mi primera infancia, cuando aún no sabía leer. Lo conocí en una oleografía presidiendo la hospitalidad de cierta casa amiga, sobre el portón cerrado del zaguán o vestíbulo, tal cual acostumbraba hacerse allá en Caracas. Era como el portero complaciente y mudo de aquella casa. Yo solía contemplarlo a mi sabor mientras venían a abrir. Lo representaba la oleografía, abrazando al Crucificado, con los estigmas que despedían cinco rayos y el globo del mundo bajo sus pies. Este primer San Francisco portero, si bien me entretuvo a ratos, no encendió jamás mi cariño ni mi admiración. Tal vez porque mis ojos recién abiertos a la vida juzgaban a las personas según las apariencias, y aquel pobre capuchino de sandalias y cerquillo, tan semejante a cualquier contemporáneo, tan inferior al dulce Crucificado, no podía evocar el prestigio del pasado ni el esplendor augusto del cielo. Desde entonces, han seguido desfilando ante mi vista diversos San Franciscos, en cuadros, esculturas, sermones y versos decadentes, hasta conocerlo por fin, descrito por Jörgensen y por la Pardo Bazán. Estos dos autores despertaron definitivamente mi admiración y mi ternura por el santo tal cual si le hubiera visto en su dulce andar sobre la tierra hablando y sonriendo. ¿Será éste por fin el verdadero?... Confieso que no he leído aún el San Francisco de Sabatier y que no conozco el texto entero de «Las Florecillas». En todo caso, el San Francisco a que aludo en mi novela es aquel suave y descalzo hermano de todo cuanto existe; el que llegó a cantar a «la hermana muerte», el que a fuerza de amar toda pobreza, amó en el Hermano Junípero la miseria fragante de su inteligencia, y el que de haber conocido a mi vieja lavandera, pobre, negra y fea, en vista de la humildad alegre de su espíritu, no hubiese titubeado en llamarla también: «Hermana Gregoria».<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pág. 111... «abuso y soberbia de la inteligencia...» ¿Y qué me dice usted del abuso y soberbia de la tontería?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pero es que «Tío Pancho» no parangona aquí la inteligencia con la tontería, sino que la parangona con las luces naturales del instinto a los que juzga superiores y mucho más amables. Yo considero que la tontería no es ininteligencia, sino debilidad de inteligencia, con desorden comunicativo en las ideas y gran facilidad de palabra para manifestarlo. Me parece como usted que el tonto es con frecuencia más funesto que el torpe, y creo que ambos son más incómodos que el bruto con lo cual vuelvo a caer en las mismas ideas que expresaba Tío Pancho.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pág. 113... «La gran armonía del Universo basada en la resignación<span> </span>—562→<span> </span>completa de las víctimas...» ¿Y esa resignación no es a veces el divino desprecio hacia el tirano?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">-¡Cierto! Yo también pienso que en toda resignación y en todo sacrificio hay un divino desprecio hacia alguien o hacia algo, un divino desprecio inactivo, que no pide venganza ni espera justicia, y que duerme tranquilo con el dulce sueño de la serenidad.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pág. 47 «...Las monjas acaban por olvidarse de sí mismas a fuerza de no mirarse (bella expresión) en los espejos...» Como uno se olvida de sí mismo, Teresa, desdoblándose y vaciándose, es a fuerza de mirarse en el espejo. ¿El espejo nos da acaso nuestro fondo?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">-No. Pero recuerdo que María Eugenia Alonso no hablaba aquí del alma. Hablaba del rostro de la apariencia exterior. Era la belleza física de su amiga Mercedes Galindo, a la que ella aludía. Y de ésa, con sus caprichosas alternativas y dolorosas decadencias, sólo nos habla el espejo, o las espontáneas manifestaciones ajenas que también vienen de otro espejo: los ojos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pág. 149. «...la mentira, dulce hermana de paz...» ¿La verdad, entonces, hermana de la guerra?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">-¡Sí; sí; yo creo mil veces que sí, aunque usted no lo apruebe! Perdóneme esta insubordinación agravada y aparente cinismo. Pero los que tenemos el espíritu orientado hacia la verdad, no tanto por virtud, como por un natural indolente, distraído o falto de imaginación, conocemos las amarguras de guerras encendidas, por verdades imprudentes que podíamos muy bien haber dejado dormir en la penumbra. Esto desde el punto de vista de egoísmo o conveniencia. Desde otro punto de vista, el de la piedad y altruismo, considero que la verdad, desencadenada en nuestra boca, puede producir heridas tan dolorosas, crueles e inútiles como las que producen fusiles y cañones en tiempo de guerra. Creo en suma, que si al conocimiento de la verdad debemos algunos instantes de exaltada satisfacción, es el de su perpetua ignorancia quien nos concede en cambio el feliz aprecio de nosotros mismos y la cordial consecuencia que de ello resulta: estar siempre de acuerdo con nuestra propia persona y con todas aquellas otras que acompañándonos en la vida nos la siembran de flores, porque también aprendieron a venerar, discreta y bondadosamente, dicha afable ignorancia.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pág. 259... «¿Por qué no publica usted más versos?»<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">-Porque sólo he hecho en toda mi vida, a costa de mucho esfuerzo, dos o tres poesías que juzgo bastante mediocres. Yo creo que en el fondo de casi toda poesía lírica, hay un impudor de alma que se desnuda, y el impudor necesita gran pureza de forma, a fin de no exponerse a ser reprochable o a ser cómico.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Pág... «...el único objeto de la fe es la esperanza... La aparente irreligiosidad de la pobre señorita que escribió porque se fastidiaba, es una forma de religiosidad y nada me extrañaría que María Eugenia Alonso acabara en devota, ya que no en mística, y mucho menos en asceta. Su verdadera<span> </span>—563→<span> </span>tragedia está expresada allí, en su sed de inmortalidad, si no en el sentido católico y judaico, en el otro en que ya le he hablado: el helénico y platónico. ¿Es por eso por lo que escribió y no por fastidio? ¿Por qué no escribió usted «hastío» que es más castellano y más enérgico?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">-El título primitivo de mi novela era: Ifigenia, y como subtítulo: «Diario de una señorita que se aburre». Antes de terminar el libro, se publicaron unos fragmentos encabezados tan sólo con el subtítulo. Debía anunciarse la aparición de los fragmentos, y para ello, antes de remitir mi manuscrito, di el título de viva voz para el anuncio. Publicaron por error: que «se fastidia» en lugar de que «se aburre», y yo no corregí, en parte por inercia o acuerdo con lo va establecido, en parte también porque la substitución me advertía que si la palabra «fastidio» era menos precisa, resultaba en cambio más espontánea o natural dentro del léxico venezolano. La acepté pues como un venezolanismo, y corregí el libro de acuerdo con el nuevo título. No creía entonces que mi novela fuese más allá de Venezuela. Pero estoy muy de acuerdo con usted: en español de España, en castellano, la palabra «fastidio» que tiene otras acepciones no expresa de una manera precisa la idea del hastío. Muchísimo me complace el comprobar que prescindiendo de tantas otras, es ésta la única objeción que me hace usted, en cuanto a léxico ¡ésta misma que mi oído me advirtió muy a tiempo! Y digo mi oído, don Miguel, porque es en él donde la analogía, la sintaxis, la retórica, el diccionario de galicismos, y aun el de la Academia, han tejido al azar su caprichoso nido, sin colaboración ninguna de mi parte, tal cual las aves del cielo y como Dios les ha dado a entender. Desde allí promulgan leyes que yo no me esfuerzo en recopilar: y que un travieso espíritu tan propicio a las artes como rebelde a las ciencias me obliga de continuo a obedecer. Yo escucho atolondradamente sus locas insinuaciones, con ellas por todo bagaje me voy a escribir y me consuelo de tal pobreza pensando que esa agradable virtud la de humillar así la inteligencia, que su soberbia puede expiarse con terrible pena de pedantería, y es servidumbre caer bajo su dictadura, ya que nunca fue ella, sino nuestra madre la necesidad y nuestro buen hermano el uso, los autores de toda gracia y toda naturalidad...<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">...«Y ahora un consejo: no se preocupe de lo que digan, ni dejen de decir de su libro; recójase en sí; tire el espejo, Teresa...» -¡Recogerse en sí! No sabe qué de acuerdo estoy con ese paternal consejo, que me he dado a mí misma tantas veces, sin obtener como resultado sino la tristeza, el remordimiento y la humillación de no haberlo seguido nunca. Y si como usted tanto aprecio el recogimiento, no es porque el trato con mi propia persona me parezca especialmente interesante, sino porque es en la soledad del alma donde suelen visitarnos, con sus rostros más amables y sonrientes, las imágenes de nuestros semejantes. Allí entablan alegres y amenísimas tertulias en donde las palabras corren libremente, sin que las emponzoñe el deseo de brillar ni las cohíba el temor de resultar indiscretas. En cuanto al espejo, créame, el culto diario que le rindo por rutina y sin asomos de fe, está<span> </span>—564→<span> </span>cruelmente castigado por aquella aridez espiritual de que hablan los místicos: ausencia de la divina gracia por tibieza en el fervor. Creo que el espejo, no solamente nos vacía o nos desdobla como usted bien dice, sino que nos multiplica además hasta lo infinito en partículas tan insignificantes, que las vamos perdiendo como alfileres, por salones, dancings y casinos, sin que nos sea posible volver a encontrarlas nunca. Prueba de mi poco fervor al espejo, don Miguel, es que muchas, muchas veces, mirando desfilar maniquíes en las exposiciones de las casas de moda, mientras mis pobres se entornan, agobiados por todas las zozobras de la indecisión y de los precios inabordables, sorprendo de pronto a mi espíritu, que furtivamente, sin más traje que sus dos alas de nostalgia, se ha ido volando, camino de aquella otra exposición que usted conoce muy bien: la que se extiende a orillas del Sena desde el Quai de la Tournelle, al Quai d'Orsay, la que bajo el cielo, la lluvia y el sol, abre a todos los ojos sus generosos cajones, la tan amable de aspectos como afable de precio: la exposición de libreros de lance ¡vieja amiga llena de regalos y de ricas sorpresas a quien siempre tengo presente y a quien nunca voy a ver!... No, yo no hubiera inventado el espejo. Si como Narciso me ahogo todos los días en su insípida atracción, no es por convencimiento, créalo; es por arraigada tontería, por obstinado espíritu de asociación, por inercia de hoja seca, que corre, salta y se destroza sobre la corriente con apariencia de inmenso regocijo; es, en una palabra, por esta cómoda mentalidad de carnero que nos conduce por la vida a hombres y a mujeres, en plácidos y apretadísimos rebaños. De todo lo cual deduzco que no debemos engreírnos ni despreciarnos demasiado por nuestras propias acciones, ya que como opinaba el buen abate Coignard: viles o nobles no son enteramente nuestras, las recibimos de todas las manos y casi nunca las merecemos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Esperand.o que tendré el gusto de verlo pasado mañana, y que sabré entonces lo que piensa de esta última herejía lo saludo con todo mi cariño, y mi gran devoción.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="font-size:14.0pt; line-height:115%;mso-bidi-font-family:Calibri;mso-bidi-theme-font:minor-latin">Teresa de la Parra<o:p></o:p></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-80331442663773650252011-10-28T13:18:00.001-07:002012-06-22T22:52:18.615-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><b>El porvenir de España<o:p></o:p></b></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><b>Ángel Ganivet<o:p></o:p></b></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p><b> </b></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><b>Miguel de Unamuno</b><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">[Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Madrid, Espasa Calpe, Col. Austral, 1940 y cotejada con la edición de E. Inman Fox (Madrid, Espasa Calpe, Col. Austral, 1990).]<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Primera parte<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">A Ángel Ganivet<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- I -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Espero no haya usted dado a completo olvido, amigo y compañero Ganivet, aquellas para mí felices tardes de junio de 1891, en que trabamos unas relaciones demasiado pronto interrumpidas, mucho antes, sin duda, de que llegásemos a conocernos uno a otro más por dentro. Débole por mi parte confesar que, al volver al cabo de los años a saber de usted y al conocerle de nuevo en sus escritos, me he encontrado con un hombre para mí nuevo, y de veras nuevo, un hombre nuevo, como los que tanta falta nos hacen en esta pobre España, ansiosa de renovación espiritual.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Su Idearium español ha sido una verdadera revelación para mí. Al leerle, me decía: «Torpe de mí, que no le conocí entonces..., éste, éste es aquel que tales cosas me dijo de los gitanos una tarde en el café en libre charla».<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Esa libre y ondulante meditación del Idearium merece, en verdad, no haber despertado en España ni los entusiasmos ni las polémicas que obra análoga hubiese provocado en otro país más dichoso, y lo merece así por la misma merced, por la que mereció abandonar la vida sin haber recibido el premio a que se había hecho acreedor aquel Agatón Tinoco, cuya muerte tan hermosamente usted nos narra. Vale más que su obra haya entrado a paso tan quedo que no el que hubiese hecho rebrotar a su cuenta el centón de sandeces y simplezas aquí de rigor en casos tales.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">El Idearium se me presenta como alta roca a cuya cima orean vientos puros, destacándose del pantano de nuestra actual literatura, charca de aguas muertas y estancadas de donde se desprenden los miasmas que tienen sumidos en fiebre palúdica espiritual a nuestros jóvenes intelectuales. No es, por desgracia, ni la insubordinación ni la anarquía lo que, como usted insinúa, domina en nuestras letras; es la ramplonería y la insignificancia que brotan como de manantial de nuestra infilosofía y nuestra irreligión, es el triunfo de todo género que no haga pensar.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">En tal estado de cosas, al contacto espiritual con obras tales como su Idearium, se fortifica en el ánimo el santo impulso de la sinceridad, tan cohibida y avergonzada como anda por acá la pobre. Porque entre tantos prestigios de que según dicen necesitamos con urgencia, nadie se acuerda del prestigio de la verdad, ni nadie se para tampoco a reflexionar en que nunca es una verdad más oportuna que cuando menos lo parezca serlo a los que de prudentes se precian y se pasan. En este sentido no conozco en España hombre más oportuno que el señor Pi y Margall. Espera a que la muela le duela para recomendar su extracción.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Oportunísimo es ahora ese su libro de honrada sinceridad, ese valiente Idearium en que afirma usted que «en presencia de la ruina espiritual de España hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón y hay que arrojar aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos».<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Sí, como usted dice muy bien, España, como Segismundo, fue arrancada de su caverna y lanzada al foco de la vida europea, y «después de muchos y extraordinarios sucesos, que parecen más fantásticos que reales, volvemos a la razón en nuestra antigua caverna, en la que nos hallamos al presente encadenados por nuestra miseria y nuestra pobreza, y preguntamos si toda esa historia fue realidad o fue sueño». Sueño, sueño y nada más que sueño ha sido mucho de eso, tan sueño como la batalla aquella de Villalar, de que usted habla, y que, según parece, no ha pasado de sueño, y si la hubo, no fue en todo caso más batalla que la de Cavite, que de tal no ha tenido nada.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No está mal que soñemos, pero acordándonos, como Segismundo, de que hemos de despertar de este gusto al mejor tiempo, atengámonos a obrar bien,<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«pues no se pierde<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">el hacer bien ni aun en sueños».<span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La vida es sueño, III, 3.<span> </span><span> </span><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hay otro hermoso símbolo de nuestra España moribunda, según Salisbury, y es aquel honrado hidalgo manchego Alonso Quijano, que mereció el sobrenombre de Bueno, y que al morir se preparó a nueva vida renunciando a sus locuras y a la vanidad de sus hazañosas empresas, volviendo así a su muerte en su provecho lo que había sido en su daño.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Pero de esto y de la necesaria muerte de toda nación en cuanto tal, y de su más probable transformación futura, diré lo que me ocurra en otro capítulo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Para él dejo la tarea de exponer con entera sinceridad las reflexiones que su preñado Idearium me ha sugerido acerca del porvenir de los pueblos agremiados en naciones y Estados y acerca del porvenir de puestra España sobre todo. Empezaré por don Quijote.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- II -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Don Quijote y su escudero Sancho son en el dualismo armónico que manteniéndolos distintos los unía, símbolo eterno de la humanidad en general y de nuestro pueblo español muy en especial. Por lo común, desconociendo el idealismo sanchopancesco, el alto idealismo del hombre sencillo que quedando cuerdo sigue al loco, y a quien la fe en el loco le da esperanza de ínsula, solemos fijarnos en don Quijote y rendir culto al quijotismo, sin perjuicio de escarnecerlo cuando por culpa de él nos vemos quebrantados y molidos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Una enfermedad es trastorno del funcionamiento fisiológico normal, pero rarísima vez destrucción de éste.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La locura, que es trastorno del juicio, lo perturba, pero no lo destruye. Cada loco es loco de su cordura, y sobre el fondo de ésta disparata, conservando al perder el juicio su indestructible carácter y su fondo moral.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Así conservó don Quijote, bajo los desatinos de su fantasía descarriada por los condenados libros, la sanidad moral de Alonso el Bueno, y esta sanidad es lo que hay que buscar en él. Ella le inspiró su hermoso razonamiento a los cabreros; ella le dictó aquellas razones de alta justicia, como usted bien indica, amigo Ganivet, en que basó la liberación de los galeotes.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Pero sucede, por mal de nuestros pecados, que cuando se invoca en España a don Quijote es siempre que se acomete a molinos de viento, o cuando la tramamos con pacíficos frailes de San Benito, o para acometer sin razón ni sentido a algún nuevo caballero vizcaíno. Conviene, pues, ver el fondo inmoral de la quijotesca locura.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Las empecatadas lecturas de los mentirosos libros de caballerías, última escoria de aquel híbrido monstruo de paganismo real y cristianismo aparente que se llamó ideal caballeresco; tales lecturas despertaron en el honrado hidalgo la vanidad y la soberbia que duerme en el pozo de toda alma humana. Preocupábase de pasar a la Historia y dar que cantar a los romances; creíase uno de los «ministros de Dios en la Tierra y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia», y de tal modo le engañó el enemigo que bajo sombra de justicia fue a imponer a los demás su espíritu y a erigirse en árbitro de los hombres. Cuando Vivaldo le arguyó el que no se acordasen los caballeros andantes antes de Dios que de su dama, esquivó la definitiva respuesta.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Me llevaría muy lejos el disertar acerca de lo profundamente anticristiano e inhumano, por lo tanto, al fin y al cabo, que resultan el ideal caballeresco, el pundonor del duelista, la tan decantada hidalguía y todo heroísmo que olvida el evangélico «no resistáis al mal». Nunca me he convencido de lo religioso del llamado derecho de defensa, como de ninguno de los males, supuestos necesarios, como es la guerra misma. Si el fin del cristianismo no fuese libertarnos de esas necesidades, nada tendría de sobrehumano. A lo imposible hay que tender, que es lo que Jesús nos pidió al decirnos que fuésemos perfectos como su Padre.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y volviendo a nuestro Quijote, creo yo que las más de las desdichas del español son fruto de sus pecados, como las de todos los pueblos. Nuestro pecado capital fue y sigue siendo el carácter impositivo y un absurdo sentido de la unidad. Mientras otros pueblos se acercaron a éstos o aquéllos para explotarlos, en lo que sin duda cabe beneficio a la vez que explotación mutuas, nos empeñamos nosotros en imponer nuestro espíritu, creencias e ideales, a gentes de una estructura espiritual muy diferente a la nuestra. En Europa misma combatimos a éstos o a aquéllos porque tenían sobre tal o cual punto la idea, cuando resulta, en fin de cuenta, que nosotros no teníamos ninguna.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Más de una vez se ha dicho que el español trató de elevar al indio a sí, y esto no es en el fondo más que una imposición de soberanía. El único modo de elevar al prójimo es ayudarle a que sea más él cada vez, a que se depure en su línea propia, no en la nuestra. Vale, sin duda, más un buen guaraní o un tagalo que un mal español.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«Colonizar no es ir al negocio, sino civilizar pueblos y dar expansión a las ideas», dice usted. Y yo digo: ¿a qué ideas? Y, además, el ir al negocio, ¿no puede resultar acaso el medio mejor y más práctico de civilizar pueblos? Con nuestro sistema no hemos conseguido ni aun lo que Pío Cid en el reino de Maya. Yo no sé si como ha habido civilización china, asiria, caldea, judaica, griega, romana, etc., cabrá civilización tagala; pero es el hecho que nada hemos puesto por despertarla, contentándonos con provocar entre los indígenas filipinos el fetichismo pseudocristiano.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«No por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido», gritaba don Quijote con arrogancia. Así nos sucede a nosotros, tendidos por culpa de los malos Gobiernos, después de no haber llevado otro camino que el que quieren éstos, que en ello consiste la fuerza de las aventuras.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y viendo que no podemos menearnos, acordamos de acogernos a nuestro ordinario remedio, que es pensar en algún paso de nuestros libros de Historia, pues todo cuanto pensamos, vemos o imaginamos, nos parece ser hecho y pasar al modo de lo que hemos leído. ¡Esa condenada Historia que no nos deja ver lo que hay debajo de ella!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«Hemos tenido, después de períodos sin unidad de carácter, un período hispano-romano, otro hispano-visigótico y otro hispano-árabe; el que les sigue será un período hispano-europeo o hispano-colonial; los primeros de constitución y el último de expansión. Pero no hemos tenido un período español puro, en el cual nuestro espíritu, constituido ya, diese sus frutos en su propio territorio; y por no haberlo tenido, la lógica exige que lo tengamos y que nos esforcemos por ser nosotros los iniciadores».<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Esto es pensar con tino, amigo Ganivet. Don Quijote, molido y quebrantado y vencido por el caballero de la Blanca Luna, tiene que volver a su aldea; y desechando ensueños de hacerse pastorcico y de convertir a España en una Arcadia, prepárase a bien morir, renaciendo en el reposado hidalgo Alonso el Bueno.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«¡Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno!», salió exclamando el cura cuando don Quijote hizo su última confesión de culpas y de locuras. Es lo que debemos aspirar a que de nosotros se diga. ¿Es que tiene acaso que morir España para volver en su juicio?, exclamará alguien. Tiene, sí, que morir don Quijote para renacer a nueva vida en el sosegado hidalgo que cuide de su lugar, de su propia hacienda. Y si se me arguye que el mismo hidalgo Alonso murió en cuanto volvió a su juicio, diré que creo firmemente que el fin de las naciones en cuanto tales está más próximo de lo que pudiera creerse -que no en vano el socialismo trabaja- y que conviene se prepare cada cual de ellas a aportar al común acervo de los pueblos lo más puro, es decir, lo más cristiano de cada una. De la perfecta cristianización de nuestro pueblo es de lo que se trata.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- III -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«Duele decirlo, pero hay que decirlo, porque es verdad; después de diecinueve siglos de apostolado, la idea cristiana pura no ha imperado un solo día en el mundo». Ni imperará, amigo Ganivet, mientras haya naciones y con ellas guerras, ni tampoco imperará en España mientras no nos libertemos del pagano moralismo senequista, cuya exterior semejanza con la corteza del cristianismo hasta a usted mismo ha engañado.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La nación, como categoría histórica transitoria, es lo que más impide que se depure, espiritualice y cristianice el sentimiento patriótico, desligándose de las cadenas del terruño, y dando lugar al sentimiento de la patria espiritual.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La nación, y la Historia con ella, es el capullo que protege la vida del patriotismo en larva; pero si ha de convertirse en mariposa espiritual que se bañe en luz y sea fecunda, tiene que romper y abandonar el capullo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">El desarrollo de esto me llevaría muy lejos y tampoco quiero extractar aquí lo que antes de ahora he escrito acerca de la crisis del patriotismo. Lo que sí haré será tomar nota de la mención que al final de su obra hace usted de Robinson, el héroe típico de la raza anglosajona.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Con tener, como usted dice, Robinson su semitismo opaco, no hace sino ganar mucho, y en lo de que carezca su alma de expresión no concuerdo con usted, porque ni es la palabra, ni siquiera la idea, la única expresión del alma. «Los ingleses -dice Carlyle- son un pueblo mudo, pueden llevar a cabo grandes hechos, pero no descubrirlos». De los griegos en cambio tal vez quepa decir la inversa; toda la grandeza de Aquiles es de Homero.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Don Quijote se creó un mundo ideal que le hizo andar a tajos y mandoblos con el real y efectivo y trastornar cuanto tocaba sin enderezar de verdad tuerto alguno, y Robinson reconstruyó un mundo real y tangible sacándolo de la naturaleza que le rodeaba, allí donde el caballero manchego, sin las alforjas de Sancho, se hubiese muerto de hambre, a pesar de jactarse de conocer las yerbas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Un pueblo nuevo tenemos que hacernos sacándolo de nuestro propio fondo, Robinsones del espíritu, y ese pueblo hemos de irlo a buscar a nuestra roca viva en el fondo popular que con tanto ahínco explora don Joaquín Costa, investigador, a la vez que del derecho consuetudinario, de la antigüedad ibérica. No creo un absurdo aquello de la instauración de las costumbres celtibéricas, anteriores a los tiempos de la dominación romana, en que soñaba Pérez Pujol, pero lo que creo más vital es la completa despaganización de España. De los árabes no quiero decir nada, les profeso una profunda antipatía, apenas creo en eso que llaman civilización arábiga y considero su paso por España como la mayor calamidad que hemos padecido.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No ahínca usted en su libro en la concepción religiosa española ni en la obra de su cristianización, y aun me parece que en esto no ha llegado usted a aclarar sus conceptos. Sólo así me explico lo que en la página 23 dice usted de la Reforma, juzgándola con notoria injusticia y, a mi entender, con algún desconocimiento de su íntima esencia, así como del «verdadero sentido del cristianismo», que ha de hallarse en la fe que permanece bajo las disputas de los hombres. Así me explico también que al principiar su libro confunda usted el dogma de la Concepción Inmaculada con el de la virginidad de la madre de Jesús.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Es una lástima el que los espíritus más geniales, más vigorosos, más sinceros y más elevados de nuestra patria no hayan trabajado lo debido sus concepciones y sentimientos religiosos, y que en este país, que se precia de muy católico, sea general la semiignorancia en cuanto al catolicismo y su esencia, aun entre los teólogos. La llamada fe implícita ha tomado un desarrollo que debe espantar a toda alma sinceramente cristiana.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Es menester que nos penetremos de que no hay reino de Dios y justicia sino en la paz, en la paz a todo trance y en todo caso, y que sólo removiendo todo lo que pudiere dar ocasión a guerra es como buscaremos el reino de Dios y su justicia, y se nos dará todo lo demás de añadidura.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y no prosigo ni despliego por ahora las ideas que acabo de apuntar, porque espero hacerlo con mayor sosiego. Ya sé que se las tachará de pura utopía.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">¡Utopías! ¡Utopías! Es lo que más falta nos hace, utopías y utopistas. Las utopías son la sal de la vida del espíritu, y los utopistas, como los caballos de carrera, mantienen, por el cruce espiritual, pura la casta de los utilísimos pensadores de silla, de tiro o de noria. Por ver en usted, amigo Ganivet, un utopista, le creo uno de esos hombres verdaderamente nuevos que tanta falta nos están haciendo en España.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">A Miguel de Unamuno<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- I -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No he olvidado, amigo y compañero Unamuno, aquellas tardes que usted me recuerda, ni aquellas charlas de café, ni aquellos paseos por la Castellana cuando, con el ardor y la buena fe de estudiantes recién salidos de las aulas, reformábamos nuestro país a nuestro antojo. Recuerdo aún sus proyectos de entonces, entre los cuales el que más me interesó era el de publicar la Batracomaquia, de Homero (o de quien sea), con ilustraciones de usted mismo, que, para salir con lucimiento de su ardua empresa, estudiaba a fondo la anatomía de los ratones y de las ranas. ¿Qué fue de aquella afición? Sobre la mesa de mármol del café me pintó usted una rana con tan consumada maestría, que no la he podido olvidar: aún la veo que me mira fijamente, como si quisiera comerme con los ojos saltones.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Han pasado siete años, que para usted han sido de estudios y para mí de zarandeo y vagancia, salvo alguna que otra cosilla que he escrito para desahogarme; pero la amistad intelectual, aunque se forme en cuatro ratos de conversación, es tan duradera y firme, que en cuanto usted ha leído un libro mío y ha sabido por él que no me he muerto, ha pensado reavivarla con las tres bellísimas cartas que me envió, publicándolas en El Defensor, para que no se perdieran en el camino. Me encuentra usted completamente cambiado, y yo tampoco le hallo en el mismo punto en que le dejé. Por algo somos hombres y no piedras. Hay quien de la consecuencia hace una virtud, sin fijarse en que la consecuencia del que no piensa participa mucho de la estupidez. La principal virtud es que cada uno trabaje con su propio cerebro. Si trabajando así es consecuente consigo mismo, tanto mejor.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Lo que más me gusta en sus cartas es que me traen recuerdos e ideas de un buen amigo como usted, con quien me hallo casi de acuerdo, sin que ninguno de los dos hayamos pretendido estar acordes. Lo estamos por casualidad, que es cuanto se puede apetecer, y lo estamos aunque sentimos de modo muy diferente. Usted habla de «despaganizar» a España, de libertarla del «pagano moralismo senequista», y yo soy entusiasta admirador de Séneca; usted profesa antipatía a los árabes, y yo les tengo mucho afecto, sin poderlo remediar. Conste, sin embargo, que mi afecto terminará el día en que mis antiguos paisanos acepten el sistema parlamentario y se dediquen a montar en bicicleta.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Usted, amigo Unamuno, desciende en línea recta de aquellos esforzados y tenaces vascones que jamás quisieron sufrir ancas de nadie; que lucharon contra los romanos y sólo se sometieron a ellos por fórmula; que no vieron hollado su suelo por la planta de los árabes; que están todavía con el fusil al hombro para combatir las libertades modernas, que ellos toman por cosa de farándula. Así se han conservado puros, aferrados al espíritu radical de la nación. Por esto habla usted de la instauración de las costumbres celtibéricas, y cree que el mejor camino para formar un pueblo nuevo en España es el que Pérez Pujol y Costa han abierto con sus investigaciones. Yo, en cambio, he nacido en la ciudad más cruzada de España, en un pueblo que antes de ser español fue moro, romano y fenicio. Tengo sangre de lemosín, árabe, castellano y murciano, y me hago por necesidad solidario de todas las atrocidades y aun crímenes que los invasores cometieron en nuestro territorio. Si usted suprime a los romanos y a los árabes, no queda de mí quizá más que las piernas: me mata usted sin querer, amigo Unamuno.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Pero lo importante es que usted, aunque sea a regañadientes, reconozca la realidad de las influencias que han obrado sobre el espíritu originario de España, porque hay quien lleva su exclusivismo hasta a negarlas, quien cree ya extirpadas las raíces del paganismo y quien afirma que los árabes pasaron sin dejar huella; sueñan que somos una nación cristiana, cuando el cristianismo en España, como en Europa, no ha llegado todavía a moderar ni el régimen de fuerza en que vivimos, heredado de Roma, ni el espíritu caballeresco que se formó durante la Edad Media en las luchas por la religión. La influencia mayor que sufrió España, después de la predicación del cristianismo, la que dio vida a nuestro espíritu quijotesco, fue la arábiga. Convertido nuestro suelo en escenario donde diariamente se representó, siglo tras siglo, la tragedia de la Reconquista, los espectadores hubieron de habituarse a la idea de que el mundo era el campo de un torneo, abierto a cuantos quisieran probar la fuerza de su brazo. La transformación psicológica de una nación por los hechos de su historia es tan inevitable como la evolución de las ideas del hombre merced a las sensaciones que va ofreciéndole la vida. Y el principio fundamental del arte político ha de ser la fijación exacta del punto a que ha llegado el espíritu nacional. Esto es lo que se pregunta de vez en cuando al pueblo en los comicios, sin que el pueblo conteste nunca, por la razón concluyente de que no lo sabe ni es posible que lo sepa. Quien lo debe saber es quien gobierna, quien por esto mismo conviene que sea más psicólogo que orador, más hábil para ahondar en el pueblo que para atraérselo con discursos sonoros.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">He aquí una reforma política grande y oportuna. ¿Quién sabe si, dedicados algún tiempo a la meditación psicológica, descubriríamos, ¡oh grata sorpresa!, que la vida exterior que hoy arrastra nuestro país no tiene nada que ver con su vida íntima, inexplorada? Yo creo a ratos que las dos grandes fuerzas de España, la que tira para atrás y la que corre hacia adelante, van dislocadas por no querer entenderse, y que de esta discordia se aprovecha el ejército neutral de los ramplones para hacer su agosto; y a ratos pienso también que nuestro país no es lo que aparece, y se me ocurre compararlo con un hombre de genio que hubiera tenido la ocurrencia de disfrazarse con careta de burro para dar a sus amigos una broma pesada.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- II -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La comparación de que me valí para explicar cómo entiendo yo la influencia arábiga en España, sirve asimismo para comprender el desarrollo de las ideas del hombre. Lo que usted recuerda mejor de mí, al cabo de siete años, es que yo le hablé de los gitanos. «¿Qué casta de pájaro será éste (pensaría usted), que parece interesarse más por las costumbres gitanescas que por las ciencias y artes que le habrán enseñado en la universidad?». Todo se explica, sin embargo, querido compañero, porque yo viví muchos años en la vecindad de la célebre gitanería granadina.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">También le diré que el concepto de las ideas «redondas» que me sirvió de criterio para escribir el Idearium me lo sugirió mi primer oficio. Yo he sido molinero, y a fuerza de ver cómo las piedras andan y muelen sin salirse nunca de su centro, se me ocurrió pensar que la idea debe ser semejante a la muela del molino, que sin cambiar de sitio da harina, y con ella el pan que nos nutre, en vez de ser, como son las ideas en España, ideas «picudas», proyectiles ciegos que no se sabe a dónde van, y van siempre a hacer daño.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Mientras en España no existan hábitos intelectuales y se corra el riesgo de que las ideas más nobles se desvirtúen y conviertan en armas de sectario, hay que ser prudentes. La sinceridad no obliga a decirlo todo, sino a que lo que se dice sea lo que se piense. Por esto encuentra usted oscuros mis conceptos en materia de religión; no sería así si yo hubiera puesto en mi libro una idea que se me ocurrió y que suprimí, porque si no era picuda por completo, tampoco era redonda del todo: era algo esquinada la infeliz, y lo sigue siendo. Esta idea es la de adaptar el catolicismo a nuestro territorio para ser cristianos españoles. Pero bastaría apuntar la idea para que se pensara a seguida en iglesias disidentes, religión nacional, jansenismo y demás lugares del repertorio; y nada se adelantaría con decir que lo uno nada tiene que ver con lo otro, porque al decirlo por adelantado se daría pie para que pensaran peor aún. Sin embargo, en filosofía dije claramente que era útil romper la unidad, y en religión llegué a decir que, en cuanto en el cristianismo cabe ser original, España había creado el cristianismo más original.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Lo más permanente en un país es el espíritu del territorio. El hecho más trascendental de nuestra historia es el que se atribuye a Hércules cuando vino, y de un porrazo nos separó de África; y este hecho no está comprobado por documentos fehacientes. Todo cuanto viene de fuera a un país ha de acomodarse al espíritu del territorio si quiere ejercer una influencia real.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Este criterio no es particularista: al contrario, es universal, puesto que si existe un medio de conseguir la verdadera fraternidad humana, éste no es el de unir a los hombres debajo de organizaciones artificiosas, sino el de afirmar la personalidad de cada uno y enlazar las ideas diferentes por la concordia y las opuestas por la tolerancia. Todo lo que no sea esto es tiranía: tiranía material que rebaja al hombre a la condición de esclavo, y tiranía ideal que lo convierte en hipócrita. Mejor es que usted y yo tengamos ideas distintas, que no que yo acepte las de usted por pereza o por ignorancia; mejor es que en España haya quince o veinte núcleos intelectuales, si se quiere antagónicos, que no que la nación sea un desierto y la capital atraiga a sí las fuerzas nacionales, acaso para anularlas, y mejor es que cada país conciba el cristianismo con su espíritu propio, así como lo expresa en su propia lengua, que no se someta a una norma convencional. No debe satisfacernos la unidad exterior: debemos buscar la unidad fecunda, la que resume aspectos originales de una misma realidad.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Esto parecerá vago, pero tiene multitud de aplicaciones prácticas, de las que citaré algunas para precisar más la idea. El socialismo tiene en España adeptos que propagan estas o aquellas doctrinas de este o aquel apóstol de la escuela. ¿No hay acaso en España tradición socialista? ¿No es posible tener un socialismo español? Porque pudiera ocurrir, como ocurre, en efecto, que en las antiguas comunidades religiosas y civiles de España estuviera ya realizado mucho de lo que hoy se presenta como última novedad. Creo, pues, más útiles y sensatos los estudios del señor Costa, de quien usted hablaba con justo elogio, que los discursos de muchos propagandistas que aspiran a reformar a España sin conocerla bien.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">En filosofía asistimos ahora a la rehabilitación de la escolástica, en su principal representación: la tomista. El movimiento comenzó en Italia, y de allí ha venido a España, como si España no tuviera su propia filosofía. Se dirá que nuestros grandes escritores místicos no ofrecen un cuerpo de doctrina tan regular, según la pedagogía clásica, como el tomismo; quizá sea éste más útil para las artes de la controversia y para ganar puestos por oposición. Pero ni sería tan fácil formar ese cuerpo de doctrina, ni se debe pensar en los detalles, cuando a lo que se debe atender es a lo espiritual, íntimo, subjetivo y aun artístico de nuestra filosofía, cuyo principal mérito está acaso en que carece de organización doctrinal.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Aun en los más altos conceptos de la religión creo que es posible marcar el genio de cada pueblo, aun en los dogmas. Usted me hace notar la confusión dogmática que parece desprenderse de la primera idea de mi libro: antes que usted me lo dijeron otros amigos, y antes que el libro se imprimiera alguien me aconsejó que la suprimiera; y yo estuve casi tentado de hacerlo, más que por el error que en ella pudiera verse, por no dar a algún lector una mala impresión en las primeras líneas. Y, sin embargo, no la suprimí. «¿Por testarudez?», se pensará. No fue sino porque veía en esa idea una idea muy española. El dogma de la Inmaculada Concepción se refiere, es cierto, al pecado original, pero al borrar este último pecado da a entender la suma pureza y santidad. El dogma literal se presta además a esa amplia interpretación, porque las palabras «concebida sin mancha» dicen al alma del pueblo dos cosas: que la Virgen fue concebida sin mancha, y que es concebida sin mancha eternamente por el espíritu humano. Hay el hecho de la concepción real, y el fenómeno de la concepción ideal por el hombre de una mujer que, no obstante haber vivido vida humana, se vio libre de la mancha que la materia imprime a los hombres. Preguntemos uno a uno a todos los españoles, y veremos que la Purísima es siempre la Virgen ideal, cuyo símbolo en el arte son las Concepciones de Murillo. El pueblo español ve en ese misterio no sólo el de la concepción y el de la virginidad, sino el misterio de toda una vida. Hay un dogma escrito inmutable, y otro vivo, creado por el genio popular.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">También los pueblos tienen sus dogmas, expresiones seculares de su espíritu.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- III -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Desea usted que el cristianismo impere por la paz; y como usted no es un filántropo rutinario de los que tanto abundan, sino un verdadero pensador, habla a seguida de despaganizar a Europa, porque sabe que la guerra tiene su raíz en el paganismo. Sus ideas de usted son comparables a las que Tolstoi expuso en su manifiesto titulado Le non agir, aunque Tolstoi, no contento con combatir la guerra, combate el progreso industrial y hasta el trabajo que no sea indispensable para las necesidades perentorias del vivir. Para que la organización social cambie, han de cambiar antes las ideas, ha de operarse la metanoia evangélica, y para esto es preciso trabajar poco y meditar bastante y amar mucho. La lucha por el progreso y por la riqueza es tan peligrosa como la lucha por el territorio. Vea usted, si no, amigo Unamuno, el desencanto que se están llevando los que creían que el porvenir estaba en América. En unas cuantas semanas se ha despertado el atavismo europeo; la riqueza acumulada por los negociantes se transforma en armas de guerra, y aparece ésta en condiciones que, en Europa misma, serían impracticables. Porque en Europa no se usan ya guerras repentinas, ni se suele acudir a las armas antes de agotar todos los medios pacíficos, ni practicar ciertos procedimientos que hoy se emplean en nuestro daño. América tendrá ejércitos como Europa, y disfrutará de los goces inefables de las guerras territoriales y de raza; en vez de hacer algo nuevo, copiará a Europa y la copiará mal; y los hombres insignificantes que han derrochado estúpidamente las buenas tradiciones de su nación serán glorificados por la plebe.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La raza indoeuropea ha ejercido siempre su hegemonía en el mundo por medio de la fuerza. Desde los ejércitos descritos por Homero hasta los descritos hoy por la prensa periódica, son tantas la metamorfosis que ha sufrido el soldado ario, que se pierde ya la cuenta. Unas veces han atacado en forma de cuña y otras en forma rectangular, y nosotros hemos descubierto últimamente el sistema de pelear boca arriba, como los gatos. Los europeos dicen que dominan por sus ideas; pero esto es falso. La idea en que se ampara la fuerza de Europa es el cristianismo, una idea de paz y de amor, que por esto no pudo nacer entre nosotros. Nació en el pueblo judaico, que fue siempre enemigo de combatir y se pasó la vida huyendo de sus enemigos o subyugado por ellos; porque en los momentos de peligro, en vez de aparecer en el seno de este pueblo grandes generales, organizadores de la victoria, aparecían profetas que se ponían de parte del enemigo, considerándolo como a un enviado de Dios. El precepto evangélico de no resistir al mal es constitutivo del espíritu judaico.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Por esto los europeos no lo han comprendido aún, ni menos practicado. Somos paganos de origen, y de vez en cuando la sangre nos turba el corazón y se nos sube a la cabeza. Vea usted, si no, por vía de ejemplo, lo que ocurre en el arte. El cristianismo creó su arte propio, cuyo dogma se puede decir que era el resplandor del espíritu, así como el del paganismo era el resplandor de la forma. Yo he visto en los Países Bajos centenares de obras inspiradas por el cristianismo puro, y he visto cómo aquellos artistas, que tan torpemente creaban obras tan sublimes, se encaminaron a Italia cuando en Italia apareció el Renacimiento: me hacen pensar en tristes ayunantes que, después de comer espinacas durante el período cuaresmal, se relamen de gusto viendo un buen tasajo de carne o un pavo relleno. Puesto entre las dos artes, prefiero el cristianismo porque es más espiritual; pero me seduce también el arte pagano, y me seducen aún más las obras de aquellos artistas españoles que acertaron como ningunos a infundir el espíritu cristiano en la forma clásica. Esto parecerá eclecticismo; pero el eclecticismo está en nuestra constitución y en nuestra historia. En España se ha batallado siglos enteros para fundir en una concepción nacional las ideas que han ido imperando en nuestro suelo, y a poco que se ahonde se descubre aún la hilaza. En Granada, por ejemplo, no hay artísticamente puro nada más que lo arábigo, y aun debajo de esto suele hallarse la traza del arte romano. Lo que viene después tiene siempre dos caras, una cristiana y otra clásica, como en las esculturas de nuestro insuperable Alonso Cano, o una cristiana y otra oriental, como en el poema admirable de Zorrilla. La primera habla al espíritu; la segunda, a los sentidos, que también son algo para el hombre. La esencia es siempre mística, porque lo místico es lo permanente en España; pero el ropaje es vario, por ser varia y multiforme nuestra cultura. Todo lo más a que puede aspirarse es a que el sentimiento cristiano sea cada día más el alma de nuestras obras.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Así como hay hombres que viven una vida casi material y hombres que colocan el centro de su vida en el espíritu, dando al cuerpo sólo lo indispensable, así hay naciones que continúan aún aferradas a la lucha brutal, y naciones que espiritualizan la lucha y se esfuerzan por conseguir el triunfo ideal. Pero no hay cerebro ni corazón que se sostengan en el aire; ni hay idealismo que subsista sin apoyarse en el esqueleto de la realidad, que es, en último término, la fuerza. El hombre está organizado autoritariamente (aun cuando el centro no funcione), y todas sus creaciones son hechas a su imagen y semejanza: desde la familia hasta la agrupación innominada, que forma el concierto de las naciones, Europa ha representado siempre el centro unificador y director de la humanidad, y esto ha podido lograrlo solamente ejerciendo violencia en los demás pueblos. Hay quien sueña, como usted, en el aniquilamiento de ese eterno régimen, y en que un día impere en el mundo, por su pura virtualidad, el ideal cristiano. ¿Por qué no soñar y entusiasmarse soñando en tan admirable anarquía?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- IV -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Quien haya leído sus artículos y lea ahora los míos creerá seguramente que somos dos ideólogos sin pizca de sentido práctico, cuando con tanta frescura nos ponemos a hablar de los caracteres constitutivos de nuestra nación, sin parar mientes en los desastres que llueven sobre ella. Tanto valdría, se pensará, ponerse a meditar sobre las mareas en el momento crítico de un naufragio, cuando sólo queda tiempo para encomendarse a Dios antes de irse al fondo. No obstante, la tempestad pasa y las mareas siguen; y quién sabe si una misma razón no explicaría ambos fenómenos. Las ideologías explican los hechos vulgares, y si en España no se hace caso de los ideólogos es porque éstos han dado en la manía de empolvarse y engomarse, de «academizarse», en una palabra, y no se atreven a hablar claro por no desentonar, ni a hablar de los asuntos del día por no caer en lugares comunes. Sin duda ignoran que Platón cortó el hilo de uno de sus más hermosos diálogos para explicar cómo se quita el hipo, y que Homero no desdeñó cantar en versos de arte mayor cómo se asa un buey. Se puede ser correcto y hasta clásico explicando cómo se pierden las colonias.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Nosotros descubrimos y conquistamos por casualidad, con carabelas inventadas por los portugueses, llevando por hélice la fe y por caldera de vapor el viento que soplaba. Y al cabo de cuatro siglos nos hallamos con que en nuestros barcos no hay fe ni velas donde empuje el viento, sino maquinarias que casi siempre están inservibles. La invención del vapor fue un golpe mortal para nuestro poder. Hasta hace poco ni sabíamos construir un buque de guerra, y hasta hace poquísimo nuestros maquinistas eran extranjeros. Al fin hemos vencido estas dificultades; pero tropezamos con otra: los buques necesitan combustible, y nosotros somos incapaces de concebir una estación de carbón. No tenemos alma, aunque se dice que somos desalmados, para incomodar a nadie metiéndole en su casa una carbonera, como hacen los ingleses, por ejemplo, en Gibraltar. Cuando perdamos nuestros dominios se nos podrá decir: aquí vinieron ustedes a evangelizar y a cometer desafueros; pero no se nos dirá: aquí venían ustedes a tomar carbón. Demos por vencida la falta de estaciones propias para nuestros buques, y aún faltará algo importantísimo: dinero para costear las escuadras, el cual ha de ganarse explotando esas colonias que se trata de defender. Porque sería más que tonto comprar una escuadra formidable en el extranjero para enviarla a Filipinas, o asegurar el negocio que allí hacen los mismos extranjeros. Más lógico es dejarse derrotar «heroicamente». Acaso la batalla más discretamente perdida, entre todas las de nuestra historia, sea esa batalla de Cavite, que usted, compañero Unamuno, comparaba en tono humorístico con la de Villalar.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No basta adaptar un órgano: hay que adaptar todo el organismo. En España sólo hay dos soluciones racionales para el porvenir: someternos en absoluto a las exigencias de la vida europea, o retirarnos en absoluto también y trabajar para que se forme en nuestro suelo una concepción original, capaz de sostener la lucha contra las ideas corrientes, ya que nuestras actuales ideas sirven sólo para hundirnos, a pesar de nuestra inútil resistencia. Yo rechazo todo lo que sea sumisión y tengo fe en la virtud creadora de nuestra tierra. Mas para crear es necesario que la nación, como el hombre, se recojan y mediten, y España ha de reconcentrar todas sus fuerzas y abandonar el campo de la lucha estéril, en el que hoy combate por un imposible, con armas compradas al enemigo. Nos ocurre como al aristócrata arruinado que trata de restaurar su casa solariega hipotecándola a un usurero.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Nuestra colonización ha sido casi novelesca. La mayoría de la nación ha ignorado siempre la situación geográfica de sus dominios; le ha ocurrido como a Sancho Panza, que nunca supo dónde estaba la ínsula Barataria, ni por dónde se iba a ella, ni por dónde se venía, lo cual no le impidió dictar preceptos notables que, si los hubiera cumplido, hubieran dejado tamañitas a nuestras famosas leyes de Indias, a las que tampoco se dio el debido cumplimiento, por lo mismo que eran demasiado buenas. Pero nadie nos quita el gusto de haberlas dado, para demostrar al mundo que si no supimos gobernar, no fue por falta de leyes, sino porque nuestros gobernantes fueron torpes y desagradecidos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Detrás de la antigua aristocracia vino la del progreso. El pueblo que antes pertenecía a un gran señor y era administrado por un mayordomo de manga ancha, cayó en las garras de un usurero; y el pueblo inocente, que creía llegada una era de prosperidades, trabaja más y gana más y come lo mismo o menos; y si algún infeliz se atreve a coger un brazado de leña en monte, que antes estaba abierto para todos, no tarda en ser cogido por un guarda y enviado unos cuantos años a presidio. Éste es el porvenir que le aguarda a nuestra población colonial, que cree cándidamente que han de venir gentes más activas a enriquecerla. Pero nada se gana con predicar a estas alturas. La humanidad, ella sabrá por qué, se ha dedicado a los negocios, y ahí está la causa de nuestra decadencia. Nosotros no tenemos capital para emprenderlos ni gran habilidad tampoco, y si emprendemos alguno nos olvidamos, por falta de espíritu previsor, de apoyarlo bien para que no fracase. Hay en Europa naciones que sostienen artificialmente con los productos que exportan varios millones de habitantes, que el suelo no podría nutrir; en España no llegan quizá a un millón los que viven de la exportación a Ultramar, y ésos están hoy amenazados, y tal vez se vean pronto obligados a buscar el pan de la emigración. Hemos podido ingeniarnos para conseguir la independencia económica, impuesta por nuestro carácter territorial, y dejándonos de libros de caballerías, atenernos a nuestro suelo, cuyas fuerzas naturales bastan para sostener una población mayor que la actual.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Así se hubiera evitado la guerra, porque esta guerra que se dice sostenida por honor es también, y acaso más, lucha por la existencia. La pérdida de las colonias sería para España un descenso en su rango como nación; casi todos sus organismos oficiales se verían disminuidos, y, lo que es más sensible, la población disminuiría también a causa de la crisis de algunas provincias. Se puede afirmar que todos los intereses tradicionales y actuales de España salen heridos de la refriega; los únicos intereses que salen incólumes son los de la España del porvenir, a los que, al contrario, conviene que la caída no se prolongue más; que no sigamos eternamente en el aire, con la cabeza para abajo, sino que toquemos tierra alguna vez.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Este gran problema que nos ha planteado la fatalidad ha sido embrollado adrede por falta de valor para presentarlo ante España en sus términos brutales, escuetos, que serían: ¿quiere ser una nación modesta y ordenada y ver emigrar a muchos de sus hijos por falta de trabajo, o ser una nación pretenciosa o flatulenta y ver morir a muchos de sus hijos en el campo de batalla y en el hospital? ¿Qué cree usted, amigo Unamuno, que hubiera contestado España?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- V -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Usted, amigo Unamuno, que es cristiano sincero, resolverá la cuestión radicalmente convirtiendo a España en una nación cristiana, no en la forma, sino en la esencia, como no lo ha sido ninguna nación en el mundo. Por eso acudía usted al admirable simbolismo del Quijote, y expresaba la creencia de que el ingenioso hidalgo recobrará muy en breve la razón y se morirá, arrepentido de sus locuras. Ésta es también mi idea, aunque yo no doy la curación por tan inmediata. España es una nación absurda y metafísicamente imposible, y el absurdo es su nervio y su principal sostén. Su cordura será la señal de su acabamiento. Pero donde usted ve a don Quijote volver vencido por el caballero de la Blanca Luna, yo lo veo volver apaleado por los desalmados yangüeses, con quienes topó por su mala ventura.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Quiero decir con esto que don Quijote hizo tres salidas, y que España no ha hecho más que una y aún le faltan dos para sanar y morir. El idealismo de don Quijote era tan exaltado, que la primera vez que salió en busca de aventuras se olvidó de llevar dinero y hasta ropa blanca para mudarse; los consejos del ventero influyeron en su ánimo, bien que vinieran de tan indocto personaje, y le hicieron volver pies atrás. Creyóse que el buen hidalgo, molido y escarmentado, no tornaría a las andadas, y por sí o por no, su familia y amigos acudieron a diversos expedientes para apartarle de sus desvaríos, incluso el de murar y tapiar el aposento donde estaban los libros condenados; mas don Quijote, muy solapadamente, tomaba mientras tanto a Sancho Panza de escudero, y vendiendo una cosa y empeñando otra, y malbaratándolas todas, reunía una cantidad razonable para hacer su segunda salida más sobre seguro que la primera.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Éste es el cuento de España. Vuelve ahora de su primera escapatoria para preparar la segunda; y aunque muchos españoles creamos de buena fe que se lo hemos de quitar de la cabeza, no adelantaremos nada. Y acaso sería más prudente ayudar a los preparativos de viaje, ya que no hay medio de evitarlo. Yo decía también que convendría cerrar todas las puertas para que España no escape, y, sin embargo, contra mi deseo, dejo una entornada, la de África, pensando en el porvenir. Hemos de trabajar, sí, para tener un período histórico español puro; mas la fuerza ideal y material que durante él adquiramos verá usted cómo se va por esa puerta del Sur, que aún seduce y atrae al espíritu nacional. No pienso al hablar así en Marruecos; pienso en toda África, y no en conquistas ni en protectorados, que esto es de sobra conocido y viejo, sino en algo original, que no está al alcance ciertamente de nuestros actuales políticos. Y en esta nueva serie de aventuras tendremos un escudero, y ese escudero será el árabe.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Se me dirá que el África está ya repartida como pan bendito; pero también estuvo repartido el mundo, o poco menos, entre España y Portugal, y ya ve usted a dónde hemos llegado. En nuestros días hemos visto aparecer varias doctrinas flamantes, como la de Monroe y la de la protección de interés, la de la ocupación efectiva y la de arrendamiento. Europa se arrienda a China en diversos lotes y se reparte el África, porque no estaba ocupado efectivamente. Y a esto no hay nada que objetar; si la propiedad privada se pierde por el abandono de la misma, ¿por qué no ha de perder una nación sus derechos soberanos sobre territorios que nominalmente se atribuye? Lo único que se puede decir es que ahora tampoco es efectiva la ocupación, y que lo que se llama esfera de influencia o hinterland es, con nombre diverso, la misma soberanía nominal, hoy desusada. No sé si usted es amante del Derecho, amigo Unamuno, y si se disgustará porque le diga que el Derecho es una mujerzuela flaca y tornadiza que se deja seducir por quienquiera que sepa sonar bien las espuelas y arrastrar el sable. Si España tuviera fuerzas para trabajar en África, yo, que soy un quídam, me comprometería a inventar media docena de teorías nuevas para que nos quedáramos legalmente con cuanto se nos antojara.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Ahora y antes el único factor efectivo que en África existe, aparte de los indígenas, es el árabe, porque es el que vive de asiento, el que tiene aptitud para aclimatarse y para entenderse con la raza negra de un modo más natural que el que emplean los misioneros, que introducen, según la frase de usted, el fetichismo pseudocristiano. El árabe, habilitado y gobernado por un espíritu superior, sería un auxiliar eficaz, el único para levantar a las razas africanas sin violentar su idiosincrasia. Los árabes dispersos por el África están oscurecidos y anulados en la apariencia por los europeos, porque éstos no saben entenderse con ellos; nosotros sí sabríamos. Actualmente la empresa es disparatada, pues sin contar nuestra falta de dineros y camisas, el antagonismo religioso lo echaría todo a perder. Pero ¿quién sabe lo que dirá el porvenir? ¡Utopía! ¿No le agradan a usted las utopías? «Sí, me agradan -me contestará usted-; pero ésa pasa de la marca; yo hablo en pro de la paz, y usted nos arma para nuevas guerras». Si usted dice que hay que despaganizar a Europa y destruir en ella los gérmenes de agresión, yo estoy con usted, porque el deseo es generoso y noble. Pero mientras la forma de la vida europea sea la agresión, y se proclame moribundas a las naciones que no atacan y aun se piense en descuartizarlas y repartírselas, la paz en una sola nación sería más peligrosa que la guerra. La nación más cristiana, por temperamento, ha sido la judaica, y tiene que vivir, como quien dice, con los trastos a cuestas. Así, pues, España, encerrada en su territorio, aplicada a la restauración de sus fuerzas decaídas, tiene por necesidad que soñar en nuevas aventuras; de lo contrario, el amor a la vida evangélica nos llevará en breve a tener que alzarnos en armas para defender nuestros hogares contra la invasión extranjera. El espíritu territorial independiente movió a las regiones españolas a buscar auxilio fuera de España, y ese mismo espíritu, indestructible, obligará a la nación unida a buscar un apoyo en su continente africano para mantener ante Europa nuestra personalidad y nuestra independencia.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Segunda parte<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">A Ángel Ganivet<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- I -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">¡Cómo refresca el corazón, querido amigo, conversar a larga distancia, separados por la suerte que a los hombres desparrama, después de haberse saludado un momento en el pedregoso camino de la vida! Y el ser pública esta conversación -más que en diálogo, en monólogos entreverados- le da cierta consagración de gravedad, haciéndola, a la vez que más jugosa, más íntima también. Más íntima, sí; porque no cabe duda alguna de que estos artículos, en que nos dirigimos reflexiones que puedan sugerir algo a todos los que, mirando más allá del falaz presente, nos hagan la merced de leernos, son para nosotros una correspondencia más entrañable y más cordial que la que por cartas privadas sostenemos. Obligados por el respeto debido al público que nos lea a mantenernos en cierta elevación de tono, prescindimos de nosotros mismos, siendo así como cada cual logra dar lo más granado y lo mejor de sí mismo, lo que a nuestro pueblo debemos y se lo tornamos acrecentado en cuanto nuestra diligencia alcanza.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Usted ha rodado por tierras extrañas, puestos siempre su corazón y su vista en España, y yo, viviendo en ella, me oriento constantemente al extranjero, y de sus obras nutro sobre todo mi espíritu. Son dos modos de servir a la patria diversos y concurrentes. Y en punto a patriotismo, ¡qué tristes nociones ha esparcido la ignorancia por España! Hase olvidado que la verdadera patria del espíritu es la verdad; que sólo en ella descansa y trabaja con sosiego.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y dejándome de escarceos, que huelen a la «Epístola moral a Fabio», me voy derecho a lo que usted dice de la raza española.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Siempre he creído que la Historia, que da razón de los cuatro que gritan y nada dice de los cuarenta mil que callan, ha hecho el papel de enorme lente de aumento en lo que se refiere al cruce de raza en el suelo español. Las crónicas nos hablan de la invasión de los iberos, de los celtas, de los fenicios, de los romanos, de los godos, de los árabes, etc., y esto nos hace creer que se ha formado aquí una mescolanza de pueblos diversos, cuando estoy persuadido de que todos esos elementos advenedizos representan junto al fondo primitivo, prehistórico, una proporción mucho menor de lo que nos figuramos, débiles capas de aluvión sobre densa roca viva. Un batallón de jinetes que entra metiendo mucho ruido en un pueblo pacífico, que en su mayor parte le ve entrar con indiferencia, da que decir a las gacetillas, y el más leve motín de un lugar abulta en los telegramas, donde no se da cuenta de los que van, como todos los años, a trillar sus parvas. Desde la orilla se ve durante una tempestad cómo se alzan tumultuosas y potentes las olas, y no se da cuenta de que todo aquel tumulto no pasa de la superficie, de que las aguas que se embravecen y braman son una débil película comparadas a las profundas capas que permanecen en reposo. Brama la tempestad sobre la solemne calma de los abismos submarinos. El día mismo del desastre de la escuadra de Cervera hallábame yo, acordonado desde hacía días para no recibir diarios, en una dehesa en cuyas eras trillaban en paz su centeno los labriegos, ignorantes de cuanto a la guerra se refiere. Y estoy seguro de que eran en toda España muchísimos más los que trabajaban en silencio, preocupados tan sólo del pan de cada día, que los inquietos por los públicos sucesos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Es la Historia como un mapa, y no mejor que un mapa los lugares del espacio, determina aquélla los sucesos del tiempo. La leyenda, aunque al parecer menos exacta, es más verdadera, como es más verdadero un paisaje, por libre que sea, que un plano topográfico tomado a toda ciencia trigonométrica. Danos el mapa los contornos de los continentes e islas en cuanto el nivel ordinario del mar los define; pero si ese nivel fuese bajando, ¡qué grandes cambios en nuestra geografía! Así en la Historia, si fuese posible hacer bajar el nivel del olvido, que encubre para siempre la vida fecunda y silenciosa de las muchedumbres que pasan por el mundo sin meter ruido, ¡cómo iría cambiando el mapa de los sucesos con que han alimentado nuestra memoria!<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hay en los abismos del océano inmensas vegetaciones de minúsculas madréporas, que labran en silencio la red enorme de sus viviendas. Sobre estas vegetaciones se asientan islas que surgen del mar. Así en la vida de los pueblos aparecen aislados en la Historia grandes sucesos, que se asientan sobre la labor silenciosa de las oscuras madréporas sociales, sobre la vida de esos pobres labriegos que todos los días salen con el sol a la secular labranza. Lo que ocurre en la isla afecta muy poco a su basamento madrepórico.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Muy poco, creo, han afectado a la base de la vida popular española las diversas irrupciones que la Historia nos cuenta ocurridas en su superficie. ¿Cuántos eran los fenicios que llegaron, con relación a los que aquí vivían? ¿Cuántos los romanos, los godos, los árabes, y hasta qué punto penetraron en lo íntimo de la raza? Yo creo que pasaron poco de la superficie, muy poco, y que en cuanto pasaron algo, fueron absorbidos; como creo que dejará más rastro Pidal, que tiene cosa de una docena de hijos, que otros políticos de más nombre y menos fecundidad efectiva. Hay que fijarse en lo más íntimo. Parmentier hizo más obra y más duradera trayéndonos las patatas, que Napoleón revolviendo a Europa, y hasta más espiritual, porque ¿qué no influirá la alimentación patatesca en el espíritu?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Todo esto sirve para indicar nada más mi idea de que el fondo de la población española ha permanecido mucho más puro de lo que se cree, engañándose por la falaz perspectiva histórica, creencia que parecen confirmar las investigaciones antropológicas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Celtas, fenicios, romanos, godos, los mismos árabes, de que parece usted tan prendado, fueron poco más que oleadas, tempestuosas si se quiere, pero oleadas al fin, que influyeron muy poco en la base subhistórica, en el pueblo que calla, ora, trabaja y muere. Luego por ley, larga de explicar aquí, sucede que al mezclarse pueblos diversos en proporciones distintas, el más numeroso prepondera en lo fisiológico y radical más que lo que su proporción representa.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Creo asimismo que las diferencias étnicas interiores que en España se observan -gallegos, vascos, catalanes, castellanos, etc.- arrancan de diversidades prehistóricas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Nosotros los vascos tenemos fama, como usted me lo recuerda, de conservarnos más puros. No sé si esto es verdad; sólo sé que para que esa idea se haya difundido ha servido el que hayamos tenido la felicidad de ser un pueblo sin historia durante siglos enteros. La Historia no ha velado, con su falsa perspectiva, un hecho que creo se cumple en los demás pueblos peninsulares. Y por no haber tenido historia y sí vida pública subhistórica, mi pueblo vasco ha combatido a las libertades individuales, atomísticas, luchando por las sociales. Mas como esto es muy largo de contar, mejor es dejarlo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- II -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No podrá haber sana vida pública, amigo Ganivet, mientras no se ponga de acuerdo lo íntimo de nuestro pueblo con su exteriorización, mientras no se acomode la adaptación a la herencia. Ésta, que es la idea capital de usted, es también la mía. Concordamos en ella disintiendo algo en su desarrollo, lo cual da carácter armónico a nuestra conversación, haciéndola en su unidad varia.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La historia, la condenada historia, que es en su mayor parte una imposición del ambiente, nos ha celado la roca viva de la constitución patria; la historia, a la vez que nos ha revelado gran parte de nuestro espíritu en nuestros actos, nos ha impedido ver lo más íntimo de ese espíritu. Hemos atendido más a los sucesos históricos que pasan y se pierden, que a los hechos subhistóricos, que permanecen y van estratificándose en profundas capas. Se ha hecho más caso del relato de tal cual hazañosa empresa de nuestro siglo de caballerías que a la constitución rural de los repartimientos de pastos en tal o cual olvidado pueblecillo. Nos han llenado la cabeza de batallas, expediciones, conquistas, revoluciones y otros líos semejantes, sin dejarnos ver lo que bajo la superficie pasaba entretanto; nos han puesto en la orilla a contemplar tempestades para que templemos nuestro espíritu en los grandes espectáculos y no nos han dejado ver la labor de las madréporas de que le hablaba en mi anterior capítulo. Hemos oído en lontananza el eco de los cascos de los caballos de los árabes al invadir España, y no el silencioso paso de los bueyes que a la vez trillaban las parvas de los conquistados, de los que se dejaron conquistar.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Se ha perdido la inteligencia del lenguaje propio del pueblo, lenguaje silencioso y elocuente, y se ha querido que hable en los comicios, donde, como usted dice muy bien, no sabe responder. Pedirle al pueblo que resuelva por el voto la orientación política que le conviene, es pretender que sepa fisiología de la digestión todo el que digiere. Como no se sabe preguntarle, no responde, y como no habla en votos, lenguaje que le es extraño, cuando quiere algo habla en armas, que es lo que hicieron mis paisanos en la última guerra civil. Ellos querían algo sin saber definirlo, y a falta de mejor medio de expresarlo, se fueron al monte, dejando que formulasen su deseo algunos señores, que maldito si lo sabían. Porque el carlismo de Mella y de El Correo Español, pongo por caso, es al carlismo real y efectivo mucho menos que un mapa al terreno real, siguiendo la metáfora que establecí ya una vez. El carlismo popular, que creo haber estudiado algo, es inefable, quiero decir, inexpresable en discursos y programas; no es materia oratoriable. Y el carlismo popular, con su fondo socialista y federal y hasta anárquico, es una de las íntimas expresiones del pueblo español. Algo más adelantaríamos si nuestros estadistas, o lo que sean, en vez de atender a las idas y venidas de don Carlos, y hacer caso de los periódicos del partido o de las predicaciones de este o de aquel Mella que toma al carlismo de materia oratoriable y de sport político, se fijasen en las necesidades de los pueblos, en las íntimas, en las que no se expresan. Cuando se habla de mi Vizcaya, en seguida se acuerdan todos de los dichosos fueros, ignorándose que mucho más que los tales fueros le importa al aldeano vizcaíno el cierre de los montes que fueran del común un día.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Los dos factores radicales de la vida de un pueblo, los dos polos del eje sobre que gira, son la economía y la religión. Lo económico y lo religioso es lo que en el fondo de todo fenómeno social se encuentra. El régimen económico de la propiedad, sobre todo de la rural, y el sentimiento que acerca del fin último de la vida se abriga, son las dos piedras angulares de la constitución íntima de un pueblo. Toda nuestra historia no significa nada como no nos ayude a comprender mejor cómo vive y cómo muere hoy el labriego español; cómo ocupa la tierra que labra y cómo paga su arrendamiento, y con qué estado de ánimo recibe los últimos sacramentos; qué es y qué significa una senara o una excusa, y qué es y qué significa una misa de difuntos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">En el país español que mejor conozco, -por ser el mío, en Vizcaya, el establecimiento de la industria siderúrgica por altos hornos y el desarrollo que ha traído consigo representa más que el más hondo suceso histórico explosivo; es decir, de golpe y ruido, como creo que en esa Granada el establecimiento de la industria de la remolacha ha tenido más alcance e importancia que su conquista por los Reyes Católicos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y como esto exige algún mayor desarrollo, aunque sea sumario y por vía sugestiva, como todo lo contenido en estos capítulos, lo dejo para otro.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- III -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«Para que la organización social cambie, han de cambiar antes las ideas», dice usted, amigo Ganivet, y ya no conformo con usted en este su idealismo. No creo en esa fuerza de las ideas, que antes me parecen resultantes que causas. Siempre he creído que el suponer que una idea sea causa de una transformación social es como suponer que las indicaciones del barómetro modifican la presión atmosférica. Cuando oigo hablar de ideas buenas o malas me parece oír hablar de sonidos verdes o de olores cuadrados. Por esto me repugna todo dogmatismo y me parece ridícula toda inquisición.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Lo que cambia las ideas, que no son más que la flor de los estados del espíritu, es la organización social, y ésta cambia por virtud propia, obedeciendo a leyes económicas que la rigen, por un dinamismo riguroso.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No fue Copérnico quien echó a rodar los mundos, según las leyes por él descubiertas, ni fueron Marx y sus precursores y sucesores los que produjeron el movimiento socialista. Esto lo sabe usted mejor que yo, sin que se le haya turbado la clara visión de tal verdad por cierto excesivo historicismo que en usted observo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">En diferentes obras, algunas magistrales como las de Marx y Loria, está descrita la evolución social en virtud del dinamismo económico, y si alguna falta les noto, es que, o prescindan del factor religioso, o quieran englobarlo también en el económico.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No el cambio de ideas, el de organización social, sino éste traerá a aquél. Las fábricas de altos hornos en mi país, y las de remolacha en el de usted, harán mucho más que lo que pudiese hacer un ejército de ideólogos como usted y yo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La misma cuestión colonial, hoy tan candente que nos abrasa, es ante todo y sobre todo una cuestión de base y origen económicos. Hay que estudiarla no en nuestra historia colonial, que sólo cuenta lo peculiar; no en los épicos relatos de nuestros navegantes de la edad de oro, no en toda esa faramalla de nuestros destinos en el Nuevo Mundo, sino en las aduanas coloniales. No creo con usted que fuimos a evangelizar y cometer desafueros, sino a sacar oro; fuimos a sacar oro, que pasaba luego a Flandes, donde trabajaban para nosotros y a nuestra costa se enriquecían con su trabajo. Y como nuestro modo de explotar a las colonias no encaja en la actual economía pública, las explotarán otros.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Es preciso hablar claro por verdadero patriotismo, ahora que piden la paz con motivos impuros y egoístas muchos que por motivos egoístas e impuros pidieron la guerra. Raro es quien execra de la guerra por la guerra misma, por cristianismo, y si no, vea usted cómo fueron de los más encendidos apóstoles del duelo internacional los que más predican contra el individual y contra el falso honor mundano.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hay que hablar claro. Al campesino que sin más capital que sus brazos emigra de España en busca de pan, lo mismo le da que sea española o no la tierra a que arriba, lo mismo se gana su vida y acaso labra su fortuna en los cafetales del Brasil que en las pampas argentinas o cuidando ganado en las sabanas de Tejas, en los Estados Unidos, como alguno que conozco. Pero a la industria nacional que quiere vivir sin gran esfuerzo del monopolio no le da lo mismo. Traía trigo de los Estados Unidos, de esos mismos Estados Unidos con que estamos en guerra, lo molía aquí, en la Península, y llevaba la harina a Cuba, haciendo pagar cara a los cubanos la maquila de la molienda. Se encarecería la vida en Cuba en provecho de los industriales y negociantes de aquí. Y luego venía lo de hacer pasar harina por yeso y todo lo demás de la canción. Añada usted lo del azúcar y tendrá bien claro el principal factor de lo que por de pronto nos abruma.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y todo esto no lo han traído ideas especiales de los españoles acerca de la colonización, sino nuestra constitución económica, basada en última instancia en la constitución de nuestro suelo, ultima ratio de nuestro modo de ser. Es la misma idea de usted respecto a lo territorial.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hay en España algo que permanece inmutable bajo las varias vicisitudes de su historia, algo que es la base de su subhistoria.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Este algo es que España está formada en su mayor parte por una vasta meseta, en que van los ríos encajonados y muy deprisa, y cuya superficie resquebrajan las heladas persistentes del invierno y los tremendos ardores del estío. Es un país, en su mayor extensión, de suelo pobre, carcomido por los ríos que se llevan la sustancia, escoriado por sequías y por lluvias torrenciales. Y este país quiere seguir siendo lo que peor puede ser, país agrícola. La cuestión es ésta: o España es, ante todo, un país central o periférico, o sigue la orientación castellana, desquiciada desde el descubrimiento de América, debido a Castilla, o toma otra orientación. Castilla fue quien nos dio las colonias y obligó a orientarse a ellas a la industria nacional; perdidas las colonias, podrá nuestra periferia orientarse a Europa, y si se rompen barreras proteccionistas, esas barreras que mantiene tanto el espíritu triguero, Barcelona podrá volver a reinar en el Mediterráneo, Bilbao florecerá orientándose al Norte, y así irán creciendo otros núcleos nacionales ayudando al desarrollo total de España.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No me cabe duda de que una vez que se derrumbe nuestro imperio colonial surgirá con ímpetu el problema de la descentralización, que alienta en los movimientos regionalistas. Y el hacer cuatro indicaciones acerca de esto lo dejo para otro capítulo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- IV -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">«Mejor es que usted y yo tengamos ideas distintas, que no que yo acepte las de usted por pereza o por ignorancia; mejor es que en España haya quince o veinte núcleos intelectuales, si se quiere antagónicos, que no que la nación sea un desierto y la capital atraiga a sí las fuerzas nacionales, acaso para anularlas». Esto dice usted, amigo Ganivet, con excelente buen sentido, en el segundo de los artículos que me dedica. De esas ideas me hago solidario, y sobre ellas voy a insertar aquí cuatro reflexiones.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Nada dificulta más la verdadera unión de los pueblos que el pretender hacerla desde fuera, por vía impositiva, o sea legislativa, y obedeciendo concepciones jacobinas, como suelen serlo las del unitarismo doctrinario. Esa unión destruye la armonía, que surge de la integración de lo diferenciado.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Quéjanse los catalanes de estar sometidos a Castilla, y quéjanse los castellanos de que se les somete al género catalán. La sujeción de una de estas regiones a la otra en lo político se ha equilibrado con la sujeción de ésta o aquélla en lo económico. Y de tal suerte padecen las dos. El caso cabe extenderlo y ampliarlo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">En vez de dejar que cada cual cante a su manera y procurar que cantando juntos acaben por formar concertado coro armónico, hay empeño en sujetarlos a todos a la misma tonada, dando así un pobrísimo canto al unísono, en que el coro no hace más que meter más ruido que cada cantante, sin enriquecer sus cantos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No cabe integración sino sobre elementos diferenciados, y todo lo que sea favorecer la diferenciación es preparar el camino a un concierto rico y fecundo. Sea cada cual como es, desarróllese a su modo, según su especial constitución, en su línea propia, y así nos entenderemos mejor todos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hace ya algún tiempo publiqué en un diario catalán un artículo acerca del uso de la lengua catalana, abogando porque escriba cada cual en la lengua en que piensa. En él asentaba que es mejor que los catalanes escriban en catalán y los castellanos los traduzcan, que no el que se traduzcan ellos mismos, mutilando su modo de ser. Al esforzarse el castellano por penetrar en los matices de una lengua que no es la suya y al trabajar por traducir un pensamiento que le es algo extraño, ahondará en su propia lengua y en su pensamiento propio, descubriendo en ellos fondos y rincones que el confinamiento le tiene velados. Si el castellano se empeñase en penetrar en el espíritu catalán y el catalán en el espíritu castellano, sin mantenerse a cierta distancia, llenos de mutuos prejuicios por mutuo desconocimiento íntimo, no poco ganarían uno y otro. El conocimiento íntimo de lo ajeno es el mejor medio de llegar a conocer lo propio. Quien sólo sabe su lengua -decía Goethe-, ni aun su lengua sabe. Pueblo que quiera regenerarse encerrándose por completo en sí, es como un hombre que quiera sacarse de un pozo tirándose de las orejas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Si entre sus virtudes tiene algún vicio profundo el pueblo castellano es éste de su íntimo aislamiento, aunque viva entre otros pueblos. Corrió tierras y mares entre pueblos extraños, pero siempre metido en su caparazón. Así como cree con terca ignorancia que le bastarían los recursos de su suelo para vivir la vida que hoy se le ha hecho habitual, encerrado en sí, cree también que tiene en su fondo tradicional con que nutrir su espíritu, satisfaciendo a la vez a la necesidad imperiosa de progreso. Con herir tanto el desdén del catalán o del vasco no sé si es menos hondo, aunque más callado, el desdén del castellano.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Si el carlismo se extiende por toda la península es porque se extiende por toda ella el regionalismo. Y hay un síntoma de buen agüero, y es que nace y va cobrando fuerza el regionalismo castellano, el de los trigueros. Cuando la región centralizadora, la que durante siglos ha impulsado la obra unificadora, se hace regionalista, es porque el regionalismo se impone. Entra como una de tantas en el concurso.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Ahora sólo falta que ese regionalismo se haga orgánico y no exclusivista; que se pida la vida difusa en beneficio del conjunto; que se aspire a la diferenciación puestos los ojos en la integración; que no nos estorbemos los unos a los otros para que cada cual dé mejor su fruto y puedan tomar de él los demás lo que les convenga.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y este problema del regionalismo, que surgirá con fuerza así que salgamos de la actual crisis, surgirá combinado con el problema económico-social. El revivir del carlismo no es más que un mero síntoma del revivir del regionalismo, en cierto modo socialista, o del socialismo regionalista. Y ¿por qué no decirlo?, es el fondo anarquista del espíritu español, que pide forma, expresión, desahogo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Ese fondo, que tomaría forma potente si nuestra nación se integrara sobre base popular, culmina más que en nada en el cristianismo español de que usted habla, en el que representan nuestros místicos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y con esto llego al final de estas reflexiones.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- V -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Es tal el nimbo que para la mayor parte de las personas rodea a la palabra anarquismo, de tal modo la acompañan con violencias dinamiteras y negaciones radicales, que es peligroso decirles que el cristianismo es, en su esencia, un ideal anarquista, en que la única fuerza unificadora sea el amor.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">En ninguna parte acaso se comprendió mejor que en nuestra patria este sentido cristiano; pocos místicos entendieron tan bien como los místicos castellanos aquellas palabras de San Pablo de que la ley hace el pecado.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Usted mismo, amigo Ganivet, ha trazado en las más hermosas páginas de su Idearium la silueta del anarquismo cristiano español, sobre todo donde trata usted de la justicia quijotesca, que es en el fondo la justicia pauliniana, la cristiana. En mis artículos En torno al casticismo, que no sé cuándo recogeré en un tomo, había yo ya tratado este mismo punto.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Pero el impulso que a los sentimientos religiosos pudo haber dado en España la mística castellana quedóse poco menos que en mera iniciación; fue ahogado por factores históricos, por el fatal ambiente en que se movía la historia de nuestro pueblo. La reforma teresiana, después de haber sido embotada en su misma orden, fue oscurecida por los jesuitas. La Compañía de Acquaviva, más bien que de mi paisano San Ignacio -espíritu nada jesuítico-, es la que de hecho ha dado tono desde entonces a la religiosidad consciente de España.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y aquí encaja como anillo al dedo lo que usted dice muy gráficamente de las ideas picudas: que puede aplicarse a los sentimientos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Cuanto usted nos dice que le sugirió su primer oficio de molinero tiene perfecta aplicación en este orden.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La tarea silenciosa y pausada de moler con muela redonda, sin picos de intolerancia y dogmatismo, en nada es más provechosa que en la vida religiosa.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Pero aquí se ha hecho de la fe religiosa algo muy picudo, agresivo, cortante, y de aquí ha salido ese jacobinismo pseudorreligioso que llaman integrismo, quintaesencia de intelectualismo libresco. Y para vestir a este descarnado esqueleto, rígido y seco y lleno de esquinas y salientes, no se ha encontrado mejor carne que un sistema de prácticas teatrales y ñoñas, con sus decoraciones, sus luces, sus coros y su letra y música de opereta mala con derroche de superlativos dulzarrones y acaramelados. Y por debajo de este aparato fisiológico la constante cantilena de que el liberalismo es pecado, sin que logremos llegar a saber qué es eso del liberalismo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">La vida cristiana íntima, recogida, entrañable, hay que ir a buscarla a tales cuales almas aisladas, que alimentándose del tradicional legado, no se dejan ahogar por esa balumba de fórmulas, silogismos, rutinas y cultos de molinillo chinesco.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">De cómo está oscurecido el sentimiento cristiano nos dan continuas pruebas las circunstancias por que pasa la nación. Aún no hace dos días he leído en un semanario religioso elogios a unos frailes que han tomado en Filipinas las armas, y a nadie, que yo sepa, se le ha ocurrido todavía que si las órdenes religiosas del archipiélago hubiesen cumplido su misión, se habrían sublevado los tagalos contra España, pero no contra ellas. Su oficio no debe ser mantener la soberanía de tal o cual nación sobre este o el otro territorio; una orden religiosa no debe ser patriótica de esa manera, pues no está su patria en este mundo. Sé que a muchos parecerá lo que voy a decir una atrocidad, casi una herejía, pero creo y afirmo que esa fusión que se establece entre el patriotismo y la religión daña a uno y a otra. Lo que más acaso ha estorbado el desarrollo del espíritu cristiano en España es que en los siglos de la Reconquista se hizo de la cruz un pendón de batalla y hasta un arma de combate, haciendo de la milicia una especie de sacerdocio. Las órdenes militares y la leyenda de Santiago en Clavijo son en el fondo impiedades y nada más. El patriotismo tal y como hoy se entiende en los patriotismos nacionales es un sentimiento pagano. Decimos con los labios que todos los hombres somos hermanos, pero en realidad practicamos el adversus aeterna auctoritas, y tenemos de la fraternidad la idea que tienen las tribus salvajes: sólo es hermano el de la misma tribu.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Tiene usted muy triste razón cuando afirma que el cristianismo apenas se ha iniciado, que no es más que una débil capa en los pueblos modernos. El evangelio de éstos es, en realidad, ese condenado Derecho romano, quintaesenciado sedimento del paganismo, médula del egoísmo social anticristiano. Cuando se dirija usted a mí, amigo Ganivet, puede decir del Derecho cuantas perrerías se le antojen, porque lo aborrezco con toda mi alma y con toda ella creo, con San Pablo, que la ley hace el pecado. Derecho y deber, estas dos categorías con que tanto nos muelen los oídos, son dos categorías paganas; lo cristiano es gracia y sacrificio, no derecho ni deber.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y ¡a qué monstruosidades nos ha llevado el infame contubernio del Evangelio cristiano con el Derecho romano! Una de ellas ha sido la consagración religiosa que se ha querido dar al patriotismo militante.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Mucho me sugiere cuanto usted apunta acerca de los judíos, de esta raza perseguida, que por no formar nación subsiste mejor como pueblo; de esa raza de que salieron los profetas y de donde salió el Redentor, a quien dieron muerte sus compatriotas, alegando que era su conducta antipatriótica, como puede verse en el versillo 48 del capítulo XI del Evangelio, según San Juan.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Y de aquí podría pasar a indicarle la gran diferencia que hallo entre nación y patria, tan grande que suelen aparecérseme tales términos como contrapuestos. Pero como todo esto me llevaría ahora muy lejos, prefiero dejarlo para otra ocasión.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hoy, que tanto se habla por muchos del reinado social de Jesús, se debía meditar algo más en que tal reinado no puede ser más que el reinado de la paz y de la justicia, de la paz sobre todo, de la paz siempre y a toda costa. No hay fariseísmo que pueda empañar el claro y terminante: ¡no matarás! Y si para no infringirlo hay que renunciar a ciudadanías históricas, se renuncia a ellas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">A Miguel de Unamuno<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- I -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Poco a poco, sin pretenderlo, vamos a componer un programa político. No uno de esos programas que sirven para conquistar la opinión, subir al poder y malgobernar dos o tres años, porque esta especialidad está reservada a los jefes de partido, y nosotros, que yo sepa, no somos jefes de nada; de mí, al menos, puedo decir que, desde que tengo uso de razón, estoy trabajando para ser jefe de mí mismo, y aún no he podido lograrlo. Pero hay también programas independientes que sirven para formar la opinión, que son como espejos en que esta opinión se reconoce, salvo si la luna del espejo hace aguas. Tales programas están al alcance de todas las personas sinceras, y en España son muy necesarios, porque la opinión sólo tiene para mirarse el espejo cóncavo de su profunda ignorancia, y hace tiempo que no se mira de miedo de verse tan fea.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hay quien se lamenta de la ineptitud política de la gente nueva, la cual, en el cuarto de siglo que llevamos de Restauración, no ha dicho aún: «Esta boca es mía»: así se comprende que estemos gobernados por hombres anteriores a la revolución, los más de ellos condenados ya a muerte en 1866, y que nuestra política consista sólo en ir tirando, aunque lea con vilipendio. Mas lo lamentable sería que la juventud hubiera seguido las huellas que se encontró marcadas y aceptado la responsabilidad de los hechos presentes. Si alguna esperanza nos queda todavía, es porque confiamos en que esos hombres nuevos, que no han querido entrar en la política de partido, estarán en otra parte y se presentarán por otros caminos más anchos y mejor ventilados que los de la política al uso.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No se entienda por esto que yo confíe mucho en la gente nueva; de no formarse los hombres de Estado por generación espontánea, no sé cómo se van a formar en nuestro país, donde no se enseña ni el abecedario de la política nacional. La Restauración acometió de buena fe la reforma de los estudios; pero el nuevo plan fue imitativo, como lo es todo en España, por ser también nuestro sistema de gobierno una pobre imitación; se adoptó un hermoso programa de asignaturas, cuya única deficiencia consiste en que, a pesar de lo mucho que enseña, no enseña nada de lo que más conviene saber a un español.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Nuestro pasado y nuestro presente nos ligan a la América española; al pensar y trabajar, debemos saber que no pensamos ni trabajamos sólo por la península e islas adyacentes, sino para la gran demarcación en que rigen nuestro espíritu y nuestro idioma. Tan difícil como era sostener nuestra dominación material, tan fácil es -y ahora que el dominio se extinguió en absoluto, más aún- mantener nuestra influencia, para no encogernos espiritualmente, que es el encogimiento más angustioso. ¿Qué sabe de América nuestra juventud intelectual? Cuatro nombres retumbantes, comenzando por el retumbantísimo de Otumba. La fecha de la independencia de nuestras colonias, que debió marcar sólo el tránsito de uno a otro género de relaciones, es para nosotros una muralla de la China. No faltan esfuerzos aislados, como los de las órdenes religiosas, los de la Academia de la Lengua, el del Centenario, la publicación de las Relaciones de Indias y los estudios críticos de Valera; pero estos trabajos no influyen en la educación de la juventud.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Si se mira el porvenir, hay mil hechos que anuncian que África será el campo de nuestra expansión futura. ¿Qué sabe de África nuestra juventud estudiosa? Menos que de América: ni los primeros rudimentos geográficos. Hay también esfuerzos aislados, que en un país tan perezoso como España quieren decir mucho. Granada, en particular, es el centro de donde han salido nuestros mejores orientalistas y donde se conserva más apego a la política simbolizada en el testamento de Isabel la Católica. Si yo dispusiera de capital suficiente (del que no dispondré jamás, porque tengo la desgracia de dedicarme a los trabajos improductivos), fundaría en Granada una escuela africana, centro de estudios activos, según una pauta que tengo muy pensada y con la que creo había de formarse un plantel de conquistadores de nuevo cuño, de los que España necesita. La gente se burlaría de mí, y quién sabe si al cabo de un siglo o dos se diría que yo había sido el único hombre de Estado de nuestra patria en los siglos XIX y XX. Gran celebridad es la que me pierdo por no tener recursos, y lo siento, no por la celebridad, sino porque la obra se quedará en proyecto, como todas las buenas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No hay nada superior en arquitectura a las iglesias góticas, porque en ellas la armonía no es convencional y geométrica, como en las obras clásicas, sino que es psicológica y nace en lo íntimo de nuestro ser por la sugestión que nos produce la convergencia de las líneas ascendentes hacia un punto del cielo, semejantes a ideas que se enlazan en un solo ideal, o a las voces de un coro que se unen en una sola oración.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">He aquí un criterio fijo, inmutable, para proceder cuerdamente en todos los asuntos políticos: agarrarse con fuerza al terruño y golpearlo para que nos diga lo que quiere. Lo que yo llamo espíritu territorial no es sólo tierra; es también humanidad, es sentimiento de los trabajadores silenciosos de que usted habla. La acción de éstos no es la Historia, como el basamento de la isla no es la isla, la isla es que sale por encima del agua, y la Historia es el movimiento, es la vida, que debe apoyarse sobre esa masa inerte, rutinaria, que ya que no ejecute grandes hechos, sirve de regulador e impide que los artificios tengan la vida demasiado larga y destruyan el espíritu nacional.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- II -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">A pesar de lo dicho, creo, y la gratitud nos obliga a creer, que la Restauración ha prestado al país un gran servicio: nos ha dado un período de paz relativa, y en la paz hemos visto claro lo que antes no veíamos; se decía que nuestros males venían de las guerras, revoluciones y pronunciamientos, y ahora sabemos que la causa de nuestra postración está en que hemos construido un edificio político sobre la voluntad nacional de una nación que carece de voluntad. Vivimos, pues, en el aire; como quien dice de milagro. Se explica perfectamente ese movimiento instintivo de la nueva generación en busca de una realidad en que afirmar los pies, eso que se ha llamado movimiento regionalista, aunque propiamente no lo sea. No hay ya jóvenes que vayan a Madrid con el uniforme de ministro en la maleta, y los hay que comienzan a comprender que un hombre no aventaja en nada con añadir su nombre al catálogo inacabable de celebridades inútiles y nocivas de España, y los hay también que prefieren trabajar en sus casas y en beneficio de sus pueblos a ganar en la tribu parlamentaria estériles aplausos. El día que haya en las diversas capitales de España hombres de talento y prestigio, que estudien los verdaderos intereses y aspiraciones de sus comarcas y los fundan en un plan de acción nacional, dejarán de existir esas entelequias o engendros de Gabinete con que hoy se nos gobierna, y habremos entrado en la realidad política.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Yo soy regionalista del único modo que se debe serlo en nuestro país, esto es, sin aceptar las regiones. No obstante el historicismo que usted me atribuye, no acepto ninguna categoría histórica tal como existió, porque esto me parece dar saltos atrás. A docenas se me ocurren los argumentos contra las regiones, sea que se las reorganice bajo la Monarquía representativa o bajo la República federal, sea bajo esta o aquella componenda, debajo del actual régimen encuentro demasiado borrosos los linderos de las antiguas regiones, y no veo justificado que se los marque de nuevo, ni que se dé suelta otra vez a las querellas latentes entre las localidades de cada región, ni que se sustituya la centralización actual por ocho o diez centralizaciones provechosas a ciertas capitales de provincia, ni que se amplíe el artificio parlamentario con nuevos y no mejores centros parlantes... Usted, que es vizcaíno, recordará que un Parlamento vasco no les hace ninguna falta, teniendo como tienen diputaciones forales que no son focos de mendicidad como muchas de España, sino diputaciones verdaderas; yo, que soy andaluz, declaro que Andalucía políticamente no es nada, y que al formarse las regiones habría que reconocer dos Andalucías: la alta y la baja; el mismo Pi y Margall, en Las nacionalidades, las admite.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Pero hay, además, una razón que de fijo le hará a usted mella. El valor de los organismos políticos depende en nuestro tiempo de su aptitud para dar vida a las reformas de carácter social, y ni el Estado, ni la religión, ni ninguna de sus formas posibles, satisfacen esta necesidad de nuestro tiempo; el socialismo español ha de ser comunista, quiero decir, municipal, y por esto defiendo yo que sean los municipios autónomos los que ensayen las reformas sociales; y en nuestro país no habría en muchos casos ensayos, sino restauración de viejas prácticas. El pueblo y la ciudad son organismos reales, constituidos por la agrupación de moradas fijas, inmuebles, y por lo mismo que son una realidad, podrían vivir independientes con ventaja y sin peligro. El peligro está en las instituciones convencionales, porque éstas, faltas de asunto real, divagan y caen en todo género de excesos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No sé cómo hay socialistas del Estado ni de la Internacional; en España, es seguro que la acción del Estado sería completamente inútil. Se darían leyes reguladoras del trabajo y habría que vigilar el cumplimiento de esas leyes: un cuerpo flamante de inspectores, es decir, de individuos, que en virtud de una real orden tendrían el derecho de pedir cinco duros a todos los ciudadanos que cayeran bajo su dirección. Un ministro muy formal, el señor Camacho, dijo que siempre que daba una credencial de inspector, creía poner un trabuco en manos de un bandolero. Y si para mayor garantía los inspectores eran de la clase obrera, entonces apaga y vámonos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Les voy a contar a ustedes un cuento que no es cuento. Había en una ciudad, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente, aunque no quiero decirlo, un orador socialista de los de espada en mano. Todos los abusos le llegaban al alma, y el que le llegaba más hondo era el de que se robase en el pan, «base alimenticia del pueblo». La idea del pan falto se le fijó en la mollera, y tanto fue y vino, y tanto clamó y aun chilló, que el alcalde de la ciudad le llamó a su despacho, y después de una larga entrevista, en la que hizo gala de su amor al pueblo, a la justicia y a las hogazas cabales, le nombró inspector del peso del pan. Los panaderos faltones se echaron a temblar, excepto uno, el más viejo y socarrón del gremio, gran conocedor de sus semejantes, que dijo a sus compañeros: «Ése es un enjambrío, y, si queréis, yo me encargo de untarle la mano». Así lo hizo, y desde entonces ya no le faltaban al pan dos onzas, sino cuatro: las dos de costumbre y dos más para untar al hombre nuevo. Todo eso se remediaría, diría alguien, nombrando un inspector superior, con título, para que meta en cintura a sus subalternos. Ese nuevo inspector, contesto yo, no sólo se dejará sobornar, sino que exigirá que le lleven el dinero a su casa y que le oxeen las moscas o le saquen los niños a paseo. Y tantos inspectores podríamos nombrar, que ocurriese con las hogazas lo que con las caperuzas del cuento del Quijote: las habría tan chicas, que habría que comerlas con microscopio.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Mientras el mundo exista habrá hombres listos que vivan sin trabajar a expensas del público, y los golpes irán siempre a dar en la hogaza, es decir, en la realidad. Ensanchemos, pues, esta realidad para que vivan todos, los listos y los que no lo son. Y esto se consigue reservando parte de la propiedad para usufructo común. Comunidades benéficas, depósitos, de disfrute de montes y de pastoreo, etc., según las condiciones de cada municipio, a fin de que el vecindario tenga la seguridad de que, no obstante albergar en su seno un considerable número de bribones, éstos no impiden que todo el mundo coma, por muy mal dadas que vengan.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- III -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Muchas contradicciones hallará el lector en el programa de usted; pero yo sólo hallo una. La alianza que usted establece entre regionalismo, socialismo y lo que llama carlismo popular suena aún a cosa incongruente, y, sin embargo, es la forma política en la nueva generación y es practicable dentro del actual régimen. Municipio libre, que sirve de «laboratorio socialista» -la frase es de Barrès-, y del cual arranque la representación nacional, que los electores tienen abandonada: una representación efectiva que sustituya a la ficción parlamentaria, y una autoridad fuerte, verdadera, que garantice el orden y la cohesión territorial. Esta combinación da más libertad práctica que la actual centralización. Donde yo encuentro que usted se contradice es al enlazar su cristianismo evangélico con sus ideas progresivas en materia económica, y aunque yo no tenga gran afición a los problemas económicos, le diré también en este punto mi parecer.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Quiere usted vida industrial intensa, -comercio activo, prosperidad general, y no se fija en que esto es casi indiferente para un buen cristiano. Pregunte usted a todos esos hombres que se afanan por ganar dinero, y por cuyo bienestar usted se interesa, qué piensan hacer cuando tengan un gran capital, y le contestarán: «Darme buena vida; comer mejor, tener buena casa y muchas comodidades; coche, si a tanto alcanza; divertirme cuanto pueda y -esto en secreto- cometer algunas tropelías». Los montes dan grandes gemidos para dar a luz un mísero ratón. No pienso molestarme jamás para ayudar a ganar dinero a gente que se mueva por rutina. Me es antipático el mecanismo material de la vida, y lo tolero sólo cuando lo veo a la luz de un ideal; así, antes de enriquecer a una nación, pienso que hay que ennoblecerla, porque el negocio por el negocio es cosa triste.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Pero la sociedad no piensa como yo sobre el particular, lo reconozco. La sociedad piensa por comparación, y como hoy lo que priva es el dinero, todos se afanan tras él, sin considerar que acaso estarían mejor sin él. Hay quien se muere de repente al saber que le ha tocado la lotería, y quien de hombre de bien se convierte en un mal sujeto porque heredó cuatro chavos y después de malgastarlos no quiere doblar la raspa. En suma, el valor del dinero depende de la aptitud que se tenga para invertirlo en obras nobles y útiles.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Se dice que la prosperidad material trae la cultura y la dignificación del pueblo; mas lo que realmente sucede es que la prosperidad hace visibles las buenas y malas cualidades de un pueblo, que antes permanecían ocultas. Si no se tienen elevados sentimientos, la riqueza pondrá de relieve la vulgar grosería y la odiosa bajeza: y en España, cuyo flaco es la desunión, si no inculcamos ideas de fraternidad, el progreso económico se mostrará en rivalidad vergonzosa. Hay familias pobres que se quitan el pan de la boca para dar carrera al niño, que salió con talento, y algunos de estos niños, en vez de ayudar después a los suyos para que se levanten, se apresuran a volver las espaldas. Yo conocí a un estudiante aventajado, hijo de una lavandera, que cuando se vio con su título de médico en el bolsillo llegó hasta a negar a su madre. Algo de esto ocurre en nuestro país.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">He estado tres veces en Cataluña, y después de alegrarme la prosperidad de que goza, me ha disgustado la ingratitud con que juzga a España la juventud intelectual nacida en este período de renacimiento; a algunos les he oído negar a España. Y, sin embargo, el renacimiento catalán ha sido obra, no sólo de los catalanes, sino de España entera, que ha secundado gustosamente sus esfuerzos. En las Vascongadas sólo he estado de paso; pero he conocido a muchos vascongados; los más han sido bilbaínos, capitanes de buque, y éstos son gentes chapadas a la antigua, con la que da gusto hablar; los que son casi intratables son los modernos, los enriquecidos con los negocios de minas que no sólo niegan a España y hablan de ella con desprecio, sino que desprecian también a Bilbao y prefieren vivir en Inglaterra. El motivo de estos desplantes no puede ser más español; es nuestra propensión aristocrática: en cuanto un español tiene cuatro fincas, necesita hacer el señor; vivir lejos de sus bienes, contemplándonos a distancia y cobrando las rentas por mano de administrador.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">De lo peligrosa que es esta manía, sírvanos de ejemplo lo que nos acaba de pasar. La cuestión cubana ha sido cuestión económica, como usted dice; pero lo que conviene también decir es que en ella no hemos sido tan egoístas como decían los Tirteafueras, que a cada momento nos reconvenían para no dejarnos comer a gusto. España no podía ser mercado para los productos de Cuba, pero le abrió el mercado de los Estados Unidos, ofreciendo a éstos en compensación ventajas que nadie ha querido tomar en cuenta, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. Era una reciprocidad por carambola con la que sólo conseguimos pasarle al gato la sardina por las narices. Pusimos la vida económica de Cuba en manos de la Unión, y ésta pudo entonces emplear su sistema de herir solapadamente y condolerse en público de la crisis cubana, del mismo modo que después alimentaba en secreto la insurrección y abiertamente se quejaba de sus estragos. Hemos repetido la prueba de El curioso impertinente, con la circunstancia agravante de que el marido curioso del cuento tenía confianza en su mujer y en su amigo, en tanto que nosotros sabíamos que entre ellos mediaba cierta intimidad sospechosa.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">En esta experiencia me fundo yo para que no vuelva España jamás a buscar mercados de préstamos para nadie, ni a ligar el porvenir de ninguna región española a extrañas voluntades. Nuestra salvación económica está en la solidaridad, porque dentro de España se pueden formar con holgura los centros consumidores exigidos por las industrias que en la actualidad tenemos. Si las regiones que van logrando levantar cabeza vuelven las espaldas al resto del país, despreciándolo porque es pobre, que lleven la penitencia en el pecado. Las colonias han detenido el desarrollo de España. Éramos una nación agrícola hasta hace poco, y una nación colonizadora debe ser industrial, para asegurar así el cambio de productos. España se transformó demasiado tarde y se quedó entre dos aguas, y en sustancia las colonias sólo han servido para crear industrias que necesitan del amparo del arancel y para retrasar el desenvolvimiento agrícola del país. La mejor solución, pues, en estos momentos no será la proteccionista ni la librecambista, porque estas palabras son no más que fórmulas del egoísmo. Cada cual es proteccionista o librecambista, según lo que compra o vende, no según sus convicciones doctrinales; lo mejor será, como he dicho, la solidaridad. Sin prejuicio de buscar salida al excedente de nuestra producción, lo que más debe preocuparnos es producir cuanto necesitamos para nuestro consumo, y alcanzar un bien a que pocas naciones pueden aspirar: la independencia económica.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">- IV -<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hay un punto en el que usted no está de acuerdo conmigo. Cree usted que el valor de las ideas es inferior al de los intereses económicos, en tanto que yo subordino la evolución económica a la ideal. No es usted tan lógico, sin embargo, que ponga los intereses materiales por encima de todo idealismo; hace usted una concesión en beneficio del ideal religioso. Y yo pregunto: ¿Por qué no dar un paso más y decir que no sólo la religión, sino también el arte y la ciencia, y en general las aspiraciones ideales de una nación, están o deben estar más altos que ese bienestar económico en que hoy se cifra la civilización?<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Cierto que hay naciones que inician su acción exterior creando intereses, tras de los cuales vienen el dominio político y la influencia intelectual; pero España no es de esas naciones; nosotros llevamos el ideal por delante, porque ése es nuestro modo natural de expresión; nuestro carácter no se aviene con la preparación sorda de una empresa; la acometemos en un momento de arranque, cuando una noble ansia ideal nos mueve. Si hoy nos vemos totalmente derrotados -y la derrota empezó hace siglos- porque se nos combatió en nombre de los intereses, nuestro desquite llegará el día que nos impulse un ideal nuevo, no el día que tengamos, si esto fuera posible, tanta riqueza como nuestros adversarios. No es esto defender nuestro actual desbarajuste; hay que trabajar y acumular medios de acción, auxiliares de nuestras ideas; lo que yo sostengo es que nuestra acción principal no será nunca económica, pues por ella sólo seríamos imitadores serviles.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Dice usted, amigo Unamuno, que España fue a América a buscar oro, y yo digo que irían a buscar oro los españoles -y no todos-, pero que España fue animada por un ideal. Durante la Reconquista se formó en España ese ideal, fundiéndose las aspiraciones del Estado y la Iglesia y tomando cuerpo la fe en la vida política. La fe activa, militante, conquistadora, fue nuestro móvil, la cual creó en breve sus propios instrumentos de acción: ejércitos y armadas, grandes políticos y diplomáticos; todo esto apareció sin saber cómo en una nación oscura y desorganizada, que algunos años antes, en el reinado de Enrique IV, era un semillero de bajas intrigas.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">No debe confundirse el móvil individual con el de la nación. Una nación desarrolla de ordinario sus intereses en la misma dirección de sus aspiraciones políticas, y los individuos se aprovechan hábilmente de esta circunstancia para servir a la vez a la patria y a su bolsillo particular. ¿Cuál ha sido el móvil de los Estados Unidos al promover la cuestión cubana? Se habla de sindicatos azucareros, emisiones de bonos y mil negocios de baja índole; pero lo cierto es que estos intereses han sido creados porque responden a una aspiración política más elevada: la de extender la dominación política por toda la América del Sur, utilizando como medio seguro para adquirir prestigio la idea antieuropea, expresada en la doctrina de Monroe.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Hace algún tiempo hablaba yo de este asunto con un centroamericano, quien me dijo estas palabras, que muy bien pudieran expresar el sentimiento de la América latina: «Nosotros vemos el porvenir muy oscuro, porque somos pocos para luchar contra los yanquis; la idea de éstos es buscar un apoyo en las Antillas y otro en el Pacífico, abrir el canal de Nicaragua y crear una línea de intereses comerciales. Todo lo que caiga por encima de esa línea quedará preso en las garras de la Unión». «¿Y no cree usted que antes que llegue ese día la Unión se deshaga a causa de esos mismos intereses?». «Todo pudiera ser; pero mientras tanto, lo cierto es que van adquiriendo casi toda la propiedad de Centroamérica y por ese camino pueden llegar a ser los amos». «¿Y por qué no buscan ustedes el apoyo de Europa?». «Lo haríamos si Europa no tuviera colonias en América; pero mientras las tenga, nos parecería un acto de sumisión acudir a quien sigue siendo nuestro señor. A los americanos les molesta el aire de colonos que todavía tienen, y quieren abatir la supremacía de Europa en América; así, aunque comprendamos el juego de los Estados Unidos, no nos oponemos a él, porque lo hacen en nombre de la dignidad personal de los americanos».<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Por este ejemplo verá usted que aun aquellas naciones que parecen inspiradas por motivos más utilitarios van secretamente impulsadas por ideales, sin los que no conseguirán jamás un triunfo duradero. España ha sido vencida como lo sería otra nación, Inglaterra misma, a pesar de su poder, porque luchaba, no contra una nación, sino contra el espíritu americano, cuya expansión dentro de su órbita natural es inevitable. En cambio, nuestra victoria sería segura, a pesar de la postración aparente en que nos hallamos, si supiéramos dirigir nuestros esfuerzos hacia donde debemos dirigirlos. Hoy, que tanto se inventa en materia de armamentos, no estará de más que inventemos nosotros un cañón de nuevo sistema, al que yo le llamaría el cañón X, cuya fuerza no esté en el calibre, sino en la dirección; un cañón que no dé fuego más que cuando apunte a donde debe apuntar.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:14.0pt;line-height:115%">Quizá en algún caso las fuerzas materiales puedan detener -nunca impedir en absoluto- la marcha natural de los sucesos históricos; pero mejor es que no la detengan, sino que, al contrario, coadyuven a la obra. La idea tiene en sí eso que llaman los médicos vis medicatrix, fuerza curativa interna, espontánea: herida en un combate, presto se cura, y aun gana fuerzas para empeñar otro mayor, en el que vence. Esta idea, conciencia clara de nuestra vida y perfecta comprensión de nuestros destinos, hemos de buscarla dentro de nosotros, en nuestro suelo y la hallaremos si la buscamos. Yo he hallado ya muchos rastros de ella; pero su descripción no cabría en este artículo ni en cuatro más. Por esto he pensado consagrar a tan bello tema un breve estudio, que hace meses está en fragua, y que le enviaré a usted cuando lo publique, para ver si logro atraerle a usted a mi terreno, a mi idealismo; será un librillo de poca lectura, que pienso titular: Hermandad de trabajadores espirituales.<o:p></o:p></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-83556802003206663722011-10-28T09:30:00.000-07:002012-06-22T22:52:18.615-07:00<p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span class="Apple-style-span" style="line-height: 15px; "><b>Discurso de Unamuno en el Congreso sobre las Lenguas Hispánicas y a propósito de la oficialidad del castellano.</b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span"><b>(Diario de Sesiones, 18 de septiembre de 1931)<o:p></o:p></b></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"><b> </b></span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes provincias o regiones.»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Yo debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el castellano el idioma oficial de la República e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">En mi primitiva enmienda decía: <o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a convenir en la redacción que últimamente se dio a la enmienda, y que es ésta: «El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Entre estas dos cosas puede haber en la práctica alguna contradicción. Yo confieso que no veo muy claro lo de la cooficialidad, pero hay que transigir. Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay «cos» de éstos que son muy peligrosos. Pero al decir «A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional», se modifica el texto oficial, porque eso quiere decir que ninguna región podrá imponer, no a los de otras regiones, sino a los mismos de ella, el uso de aquella misma Lengua. Mejor dicho, que si se encuentra un paisano mío, un gallego o un catalán que no quiera que se le imponga el uso de su propia Lengua, tiene derecho a que no se les imponga. (Un señor diputado: ¿Y a los notarios?) Dejémonos de eso. Tiene derecho a que no se le imponga. Claro que hay una cosa de convivencia -esto es natural- y de conveniencia; pero esto es distinto; una cosa de imposición. Pero como a ello hemos de ir, vamos a pasar adelante. Estamos indudablemente en el corazón de la unidad nacional y es lo que en el fondo más mueve los sentimientos: hasta aquellos a quienes se les acusa de no querer más que vender o mercar sus productos -yo digo que no es verdad-, en un momento estarían dispuestos hasta a arruinarse por defender su espíritu. No hay que achicar las cosas. No quiero decir en nombre de quién hablo; podría parecer una petulancia si dijera que hablo en nombre de España. Sé que se toca aquí en lo más sensible, a veces en la carne viva del espíritu; pero yo creo que hay que herir sentimientos y resentimientos para despenar sentido, porque toca en lo vivo. Se ha creído que hay regiones más vivas que otras y esto no suele ser verdad. Las que se dice que están dormidas, están tan despiertas como las otras; sueñan de otra manera y tienen su viveza en otro sitio. (Muy bien.)<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Aquí se ha dicho otra cosa. Se está hablando siempre de nuestras diferencias interiores. Eso es cosa de gente que, o no viaja, o no se entera de lo que ve. En el aspecto lingüístico, cualquier nación de Europa, Francia, Italia, tienen muchas más diferencias que España; porque en Italia no sólo hay una multitud de dialectos de origen románico, sino que se habla alemán en el Alto Adigio, esloveno en el Friul, albanés en ciertos pueblos del Adriático, griego en algunas islas. Y en Francia pasa lo mismo. Además de los dialectos de las Lenguas latinas, tienen el bretón y el vasco. La Lengua, después de todo, es poesía, y así no os extrañe si alguna vez caigo aquí, en medio de ciertas anécdotas, en algo de lirismo. Pero si un código pueden hacerlo sólo juristas, que suelen ser, por lo común, doctores de la letra muerta, creo que para hacer una Constitución, que es algo más que un código, hace falta el concurso de los líricos, que somos los de la palabra viva. (Muy bien).<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y ahora me vais a permitir, los que no los entienden, que alguna vez yo traiga aquí acentos de las Lenguas de la Península. Primero tengo que ir a mi tierra vasca, a la que constantemente acudo. Allí no hay este problema tan vivo, porque hoy el vascuence en el país vasco navarro no es la Lengua de la mayoría, seguramente que no llegan a una cuarta parte los que lo hablan y los que lo han aprendido de mayores, acaso una estadística demostrará que no es su Lengua verdadera, su Lengua materna; tan no es su verdadera Lengua materna, que aquel ingenuo, aquel hombre abnegado llegó a decir en un momento: “Si un maqueto está ahogándose y te pide ayuda, contéstale: «Eztakit erderaz.» «no sé castellano.»” Y él apenas sabía otra cosa, porque su Lengua materna, lo que aprendió de su madre, era el castellano.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Yo vuelvo constantemente a mi nativa tierra. Cuando era un joven aprendí aquello de «Egialde guztietan toki onak badira bañan biyotzak diyo: zoaz Euskalerrira.» «En todas partes hay buenos lugares, pero el corazón dice: vete al país vasco.» Y hace cosa de treinta años, allí, en mi nativa tierra, pronuncié un discurso que produjo una gran conmoción, un discurso en el que les dije a mis paisanos que el vascuence estaba agonizando, que no nos quedaba más que recogerlo y enterrarlo con piedad filial, embalsamado en ciencia. Provocó aquello una gran conmoción, una mala alegría fuera de mi tierra, porque no es lo mismo hablar en la mesa a los hermanos que hablar a los otros: creyeron que puse en aquello un sentido que no puse. Hoy continúa eso, sigue esa agonía; es cosa triste, pero el hecho es un hecho, y así como me parecería una verdadera impiedad el que se pretendiera despenar a alguien que está muriendo, a la madre moribunda, me parece tan impío inocularle drogas para alargarle una vida ficticia, porque drogas son los trabajos que hoy se realizan para hacer una Lengua culta y una Lengua que, en el sentido que se da ordinariamente a esta palabra, no puede llegar a serlo.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">El vascuence, hay que decirlo, como unidad no existe, es un conglomerado de dialectos en que no se entienden a las veces los unos con los otros. Mis cuatro abuelos eran, como mis padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse entre sí en vascuence, porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya y el otro de Guipúzcoa. ¿Y en qué viene a parar el vascuence? En una cosa, naturalmente, tocada por completo de castellano, en aquel canto que todos los vascos no hemos oído nunca sin emoción, en el Guernica Arbola, cuando dice que tiene que extender su fruto por el mundo, claro que no en vascuence. «Eman ta zabalzazu munduan frutua adoratzen raitugu, arbola santua» «Da y extiende tu fruto por el mundo mientras te adoramos, árbol santo.» Santo, sin duda; santo para todos los vascos y más santo para mí, que a su pie tomé a la madre de mis hijos. Pero así no puede ser, y recuerdo que cantando esta agonía un poeta vasco, en un último adiós a la madre Euskera, invocaba el mar, y decía: «Lurtu, ichasoa.» «Conviértete en tierra, mar»; pero el mar sigue siendo mar.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y ¿qué ha ocurrido? Ha ocurrido que por querer hacer una Lengua artificial, como la que ahora están queriendo fabricar los irlandeses; por querer hacer una Lengua artificial, se ha hecho una especie de «volapuk» perfectamente incomprensible. Porque el vascuence no tiene palabras genéricas, ni abstractas, y todos los nombres espirituales son de origen latino, ya que los latinos fueron los que nos civilizaron y los que nos cristianaron también. (Un señor diputado de la minoría vasco navarra: Y «gogua» ¿es latino?) Ahí voy yo. Tan es latino, que cuando han querido introducir la palabra «espíritu», que se dice «izpiritué», han introducido ese gogo, una palabra que significa como en alemán «stimmung», o como en castellano «talante» es estado de ánimo, y al mismo tiempo igual que en catalán «talent», apetito. «Eztankat gogorik» es «no tengo ganas de comer, no tengo apetito».<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Me alegro de eso, porque contaré más. Estaba yo en un pueblecito de mi tierra, donde un cura había sustituido -y esto es una cosa que no es cómica- el catecismo que todos habían aprendido, por uno de estos catecismos renovados, y resultaba que como toda aquella gente había aprendido a santiguarse diciendo: «Aitiaren eta semiaren eta izpirituaren izenian» (En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo), se les hacía decir: «Aitiaren eta semiaren eta Crogo dontsuaren izenian», que es: «En el nombre del Padre, del Hijo y del santo apetito.» (Risas.) No; la cosa no es cómica, la cosa es muy seria, porque la Iglesia, que se ha fundado para salvar las almas, tiene que explicar al pueblo en la Lengua que el pueblo habla, sea la que fuere, esté como esté; y así como hubiera sido un atropello pretender, como en un tiempo pretendió Romero Robledo, que se predicara en castellano en pueblos donde el castellano no se hablaba, es tan absurdo predicar en esas Lenguas.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Esto me recuerda algo que no olvido nunca y que pasó en América: que una Orden religiosa dio a los indios guaraníes un catecismo queriendo traducir al guaraní los conceptos más complicados de la Teología, y, naturalmente, fueron acusados por otra Orden de que les estaban enseñando herejías; y es que no se puede poner el catecismo en guaraní ni azteca sin que inmediatamente resulte una herejía. (Risas.)<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y después de todo, lo hondo, lo ínfimo de nuestro espíritu vasco, ¿en qué lo hemos vertido? El hombre más grande que ha tenido nuestra raza ha sido Iñigo de Loyola y sus Ejercicios no se escribieron en vascuence. No hay un alto espíritu vasco, ni en España ni en Francia, que no se haya expresado o en castellano o en francés. El primero que empezó a escribir en vascuence fue un protestante, y luego los jesuitas. Es muy natural que nos halague mucho tener unos señores alemanes que andan por ahí buscando conejillos de Indias para sus estudios etnográficos y nos declaren el primer pueblo del mundo. Aquí se ha dicho eso de los vascos.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">En una ocasión contaba Michelet que discutía un vasco con un montmorency, y que al decir el montmorency: «¿Nosotros los montmorency datamos del siglo.., tal», el vasco contestó: «Pues nosotros, los vascos, no datamos.» (Risas.) Y os digo que nosotros, en el orden espiritual, en el orden de la conciencia universal, datamos de cuando los pueblos latinos, de cuando Castilla, sobre todo, nos civilizó. Cuando yo pronunciaba aquel discurso recibí una carta de D. Joaquín Costa lamentándose de que el vascuence desapareciese siendo una cosa tan interesante para el estudio de las antigüedades ibéricas. Yo hube de contestarle: «Está muy bien; pero no por satisfacer a un patólogo voy a estar conservando la que creo que es una enfermedad.» (Risas).<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y ahora hay una cosa. El aldeano, el verdadero aldeano, el que no está perturbado por nacionalismos de señorito resentido, no tiene interés en conservar el vascuence.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Se habla del anillo que en las escuelas iba pasando de un niño a otro hasta ir a parar a manos de uno que hablaba castellano, a quien se le castigaba; pero ¿es que acaso no puede llegar otro anillo? ¿Es que no he oído decir yo: «No enviéis a los niños a la escuela, que allí aprenden el castellano, y el castellano es el vehículo del liberalismo»? Eso lo he oído yo, como he oído decir: «¡Gora Euzkadi ascatuta!» («Euzkadi» es una palabra bárbara; cuando yo era joven no existía; además conocí al que la inventó). «¡Gora Euzkadi ascatuta!» Es decir: ¡Viva Vasconia libre! Acaso si un día viene otro anillo habrá de gritar más bien: «¡Gora Ezpaña ascatuta!» ¡Viva España libre! Y sabéis que España en vascuence significa labio; que viva el labio libre, pero que no nos impongan anillos de ninguna clase.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Pasemos a Galicia; tampoco hay aquí, en rigor, problema. Podrán decirme que no conozco Galicia y, acaso, ni Portugal, donde he pasado tantas temporadas; pero ya hemos oído que Castilla no conoce la periferia, y yo os digo que la periferia conoce mucho peor a Castilla; que hay pocos espíritus más comprensivos que el castellano (Muy bien.) Pasemos, como digo, a Galicia. Tampoco allí hay problema. No creo que en una verdadera investigación resultara semejante mayoría. No me convencen de no. Pero aquí se hablaba de la lengua universal, y el que hablaba sin duda recuerda lo que en la introducción a los Aíres da miña terra decía Curros Enríquez de la lengua universal:<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«Cuando todas lenguas o fin topen que marca a todo o providente<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">dedo e c'os vellos idiomas estinguidos<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">un solo idioma universal formemos;<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">esa lengua pulida, idioma úneco,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">mais qu'hoxe enriquecido e mais perfeuto,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">resume d'as palabras mais sonoras<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">qu'aquela n'os deixaran como enherdo.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Ese idioma, compendio d'os idiomas,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">com'onha serenata pracenteiro,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">com'onha noite de luar docísimo<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">será -¿que outro sinon?- será o gallego<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Fala de minha nai, fala armoñosa,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">en qu'o rogo d'os tristes sub'o ceo<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">y en que decende a prácida esperanza,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">os afogados e doloridos peitos.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Falta de meus abós, fala en q'os párias,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">de trevos e polvo e de sudor cubertos,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">piden a terra o grau d'a cor'a sangue<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">qu'ha de cebar a besta d'o laudemio...<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Lengua enxebre, en q'as anemas d'os mortos<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">n'as negras noites de silencio e medo<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">encomendan os vivos as obrigas,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">que, ¡mal pecados!, sin cuprir morreron.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Idioma en que garula nos paxaros,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">en que falan os anxeles, os nenos,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">en qu'as fontes solouzan e marmullan<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Entr'os follosos albores os ventos»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Todo eso está bien; pero que me permita Curros y permitidme vosotros; me da pena verle siempre con ese tono de quejumbrosidad. Parias, azotada, escarnecida..., amarrada contra una roca..., clavado un puñal en el seno... ¿De dónde es así eso? ¿Es que se pueden tomar en serio burlas, a las veces cariñosas, de las gentes? No. Es como lo de la emigración. El mismo Curros, cuando habla de la emigración -lo sabe bien mi buen amigo Castelao-, dice, refiriéndose al gaitero:<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«Tocaba..., e cando tocaba,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">o vento que d'o roncón<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">pol-o canuto fungaba,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">dixeran que se queixaba<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">d'a gallega emigración.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Dixeran que esmorecida<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">de door a Patria nosa,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">azoutada, escarnecida,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">chamaba, outra Nai chorosa,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">os filliños d'a sus vida...<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y era verdá. ¡Mal pocada!<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Contr'on peneda amarrada,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">crabad'un puñas n'o seo,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">n'aquella gaite lembrada<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Galicia era un Prometeo.»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">No; hay que levantar el ánimo de esas quejumbres, quejumbres además, que no son de aldeanos. Rosalía decía aquello de:<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«Castellanos de Castilla,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">tratade ben os gallegos;<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">cando van, van como rosas;<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">cando veñen, como negros.»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">¿Es que les trataban mal? No. Eran ellos los que se trataban mal, para ahorrar los cuartos y luego gastarlos alegre y rumbosamente en su tierra, porque no hay nada más rumboso, ni menos avaro, ni más alegre, que un aldeano gallego. Todas esas morriñas de la gaita son cosas de los poetas. (Risas).<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Vuestra misma Rosalía de Castro, después de todo, cuando quiso encontrar la mujer universal, que era una alta mujer, toda una mujer, no la encontró en aquellas coplas gallegas; la encontró en sus poesías castellanas de Las orillas del Sar. (Denegaciones en algunos señores diputados de la minoría gallega.) ¿Y quiénes han enriquecido últimamente a la Lengua castellana, tendiendo a que sea española? Porque hay que tener en cuenta que el castellano es una Lengua hecha, y el español es una Lengua que estamos haciendo. ¿Y quiénes han contribuido más que algunos escritores galleros -y no quiero nombrarlos nominativamente, estrictamente-, que han traído a la Lengua española un acento y una nota nuevos?<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y ahora vengamos a Cataluña. Me parece que el problema es más vivo y habrá que estudiarlo en esta hora de compresión, de cordialidad y de veracidad. Yo conocí, traté, en vuestra tierra, a uno de los hombres que me ha dejado más profunda huella, a un cerebro cordial, a un corazón cerebral, aquel gran hombre que fue Juan Maragall. Oíd:<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«Escolta, Espanya le veu d'un fill<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">que't parla en llengua no castellana,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">parlo en la llengua que m'ha donat<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">la terra apra,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">en questa llengua pocs t'han parlat;<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">en l'altra..., massa.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">En esta Lengua pocos te han hablado, en la otra... demasiados.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="EN-US" style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Hon ets Espanya? No't veig enlloc,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">no sents la meva ven atronadora?<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">No entensa aquesta llengua que't parla entre perills?<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Has desaprés d'entendre an els teus fils?<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Adeu, Espanya!»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Es cierto. Pero él, Maragall, el hombre qué decía esto, como si no fuera bastante lo demasiado que se le había hablado en la otra Lengua, en castellano, a España, él habló siempre, en su trabajo, en su labor periodística; habló siempre, digo, en un español, por cieno lleno de enjundia, de vigor, de fuerza, en un castellano digno, creo que superior al castellano, al español, de Jaime Balmes o de Francisco Pi y Margall. No. Hay una especie de coquetería. Yo oía aquí, el otro día, al señor Torres empezar excusándose de no tener costumbre de hablar en castellano, y luego, me sorprendió que en español no es que vestía, es que desnudaba perfectamente su espíritu, y es mucho más difícil desnudarlo que vestirlo en una Lengua. (Risas.) He llegado -permitidme- a creer que no habláis el catalán mejor que el castellano. (Nuevas risas.) Aquí se nos habla siempre de uno de los mitos que ahora están más en vigor, y es el «hecho». Hay el hecho diferencial, el hecho tal, el hecho consumado. (Risas.) El catalán, que tuvo una espléndida florescencia literaria hasta el siglo XV, enmudeció entonces como Lengua de cultura, y mudo permaneció los siglos del Renacimiento, de la Reforma y la Revolución. Volvió a renacer hará cosa de un siglo -ya diré lo que son estos aparentes renacimientos-; iba a quedar reducido a lo que se llamó el «parlá munisipal». Les había dolido una comparanza -que yo hice, primero en mi tierra, y, después, en Cataluña- entre el máuser y la espingarda, diciendo: yo la espingarda, con la cual se defendieran mis antepasados, la pondré en un sitio de honor, pero para defenderme lo haré con un máuser, que es como se defienden todos, incluso los moros. (Risas.) Porque los moros no tenían espingardas, sino, quizá, mejor armamento que nosotros mismos.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Hoy, afortunadamente, está encargado de esta obra de renovación del catalán un hombre de una gran competencia y, sobre todo, de una exquisita probidad intelectual y de una honradez científica como las de Pompeyo Fabra. Pero aquí viene el punto grave, aquel a que se alude en la enmienda al decir: «no se podrá imponer a nadie»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Como no quiero amezquinar y achicar esto, que hoy no se debate, dejo, para cuando otros artículos se toquen, el hablar y el denunciar algunas cosas que pasan. Algunas las denunció Menéndez Pidal. No se puede negar que fueran ciertas.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Lo demás me parece bien. Hasta es necesario; el catalán tiene que defenderse y conviene que se defienda; conviene hasta al castellano. Por ejemplo, no hace mucho, la Generalidad, que en este caso actuaba, no de generalidad sino de panicularidad (Risas) dirigió un escrito oficial en catalán al cónsul de España en una ciudad francesa, y el cónsul, vasco por cierto, lo devolvió. Además, está recibiendo constantemente obreros catalanes que se presentan diciendo: «No sabemos castellano», y él responde: «Pues yo no sé catalán; busquen un intérprete.» No es lo malo esto, es que lo saben, es que la mayoría de ellos miente, y éste no es nunca un medio de defenderse. (Rumores en la minoría de Izquierda catalana.- Un señor diputado pronuncia palabras que no se perciben claramente.) Eso es exacto. (Un señor diputado: Eso es inexacto.- El señor Santaló: Sobre todo su señoría no tiene autoridad para investigar si miente o no un señor que se dirige a un cónsul.- Otro señor diputado pronuncia palabras que no se perciben claramente.- Rumores.) ¿Es usted un obrero? (Rumores.- Varios señores diputados pronuncian algunas palabras que no se perciben con claridad.- Continúan los rumores, que impiden oír al orador.)... que hablen en cristiano. Es verdad. Toda persecución a una Lengua es un acto impío e impatriota. (Un señor diputado: Y sobre todo cuando procede de un intelectual.) Ved esto si es incomprensión. Yo sé lo que en una libre lucha puede suceder. En artículos de la Constitución, al establecer la forma en que se ha de dar la enseñanza, trataremos de cómo el Estado español tendrá que tener allí quien obligue a saber castellano, y sé que si mañana hay una Universidad castellana, mejor española, con superioridad, siempre prevalecerá sobre la otra; es más, ellos mismos la buscarán. Os digo aún más, y es que cuando no se persiga su Lengua, ellos empezarán a hablar y a querer conocer la otra. (Varios señores diputados de la minoría de la Izquierda catalana pronuncian algunas palabras que no se entienden claramente.- Un señor diputado: Lo queremos ya.- Rumores.) Como sobre esto se ha de volver y veo que, en efecto, estoy hiriendo resentimientos... (Rumores.- Un señor diputado: Sentimientos; no resentimientos.) Lo que yo no quiero es que llegue un momento en que una obcecación pueda llevaros al suicidio cultural. No lo creo, porque una vez en que aquí en un debate el ministro de la Gobernación hablaba del suicidio de una región yo interrumpí diciendo: «No hay derecho al suicidio.» En efecto, cuando un semejante, cuando un hermano mío quiere suicidarse, yo tengo la obligación de impedírselo, incluso por la fuerza si es preciso, no tanto como poniendo en peligro su vida cuando voy a salvarle, pero sí incluso poniendo en peligro mi propia vida. (Muy bien, muy bien.)<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y tal vez haya quien sueñe también con la conquista lingüística de Valencia. Estaba yo en Valencia cuando se anunció que iba a llegar el señor Cambó y afirmé yo, y todos me dieron la razón, que allí, en aquella ciudad, le hubieran entendido mejor en castellano que si hablara en catalán. Porque hay que ver lo que es hoy el valenciano en Valencia, que fue la patria del más grande poeta catalán, Ausias March, donde Ramón Muntaner escribió su maravillosa crónica, de donde salió Tirant lo Blanc.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">El más grande poeta valenciano del siglo pasado, uno de los más grandes de España, fue Vicente Wenceslao Querol. Querol quiso escribir en lemosín, que era una cosa artificial y artificiosa y no era su lengua natal; el hombre en aquel lenguaje de juegos florales se dirigía a Valencia y le decía:<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«Fill so de la joyosa vida qu'al sol s'escampa<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">tot temps de fresques roses bronat son mantell d'or,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">fill so de la que gusitan com dos geganta cativa<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">d'un cap Peñagolosa, de l'altre cap Mongó,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">de la que en l'aigua juga, de la que fon por bella<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">dues voltes desposada, ab lo Cid de Castella<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">y ab Jaume d'Aragó.»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Pero él, Querol, cuando tenía que sacar el alma de su Valencia no la sacaba en la Lengua de Jaime de Aragón, sino en la Lengua castellana, en la del Cid de Castilla. Para convencerse no hay más que leer sin que se le empañen los ojos de lágrimas.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">El valenciano corriente es el de los donosos sainetes de Eduardo Escalante, y algunas veces el de aquella regocijantes salacidades de Valldoví de Sueca, al pie de cuyo monumento no hace mucho me he recreado yo. Y también el de Teodoro Llorente cuando decía que la patria lemosina renace por todas partes, añadiendo aquello de...<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«... y en membransa dels avis, en penyora<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">de la gloria passada y venidora,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">en fe de germandat,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">com penó, com estrella que nos guía<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">entre llaus de victoria y alegría,<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">alsem lo Rat-Penat.»<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">«Lo rat penat»; alcemos «lo rat penat», es decir, el ratón alado que, según la leyenda, se posó en el casco de Jaime el Conquistador y que corona los escudos de Valencia, de Cataluña y de Aragón; ratón alado que en Castilla se le llama murciélago o ratón ciego; en mi tierra vasca, «saguzarra», ratón viejo, y en Francia, ratón calvo; y esta cabecita calva, ciega y vieja, aunque de ratón alado, no es más que cabeza de ratón. Me diréis que es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. No; cola de león, no; cabeza de león, sí, como la que dominó el Cid.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Cuando yo fui a mi pueblo, fui a predicarles el imperialismo; que se pusieran al frente de España; y es lo que vengo a predicar a cada una de las regiones: que nos conquisten; que nos conquistemos los unos a los otros; yo sé lo que de esta conquista mutua puede salir; puede y debe salir la España para todos.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><o:p><span class="Apple-style-span"> </span></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span style="line-height: 115%; "><span class="Apple-style-span">Y ahora, permitidme un pequeño recuerdo. Al principio del Libro de los Hechos de los Apóstoles se cuenta la jornada de aquello que pudiéramos llamar las primeras Cortes Constituyentes de la primitiva Iglesia cristiana, el Pentecostés; cuando sopló como un eco el Espíritu vivo, vinieron lenguas de fuego sobre los apóstoles, se fundió todo el pueblo, hablaron en cristiano y cada uno oyó en su Lengua y en su dialecto: sulamitas, persas, medos, frigios, árabes y egipcios. Y esto es lo que he querido hacer al traer aquí un eco de todas estas lenguas; porque yo, que subí a las montañas costeras de mi tierra a secar mis huesos, los del cuerpo y los del alma, y en tierra castellana fui a enseñar castellano a los hijos de Castilla, he dedicado largas vigilias durante largos años al estudio de las Lenguas todas de la Patria, y no sólo las he estudiado, las he enseñado, fuera, naturalmente, del vascuence, porque todos mis discípulos han salido iniciados en el conocimiento del castellano, del galaico-portugués y del catalán. Y es que yo, a mi vez, paladeaba y me regodeaba en esas Lenguas, y era para hacerme la mía propia, para rehacer el castellano haciéndolo español, para rehacerlo y recrearlo en el español recreándome en él. Y esto es lo que importa. El español, lo mismo me da que se le llame castellano, yo le llamo el español de España, como recordaba el señor Ovejero, el español de América y no sólo el español de América, sino español del extremo de Asia, que allí dejo marcadas sus huellas y con sangre de mártir el imperio de la Lengua española, con sangre de Rizal, aquel hombre que en los tiempos de la Regencia de doña María Cristina de Habsburgo Lorena fue entregado a la milicia pretoriana y a la frailería mercenaria para que pagara la culpa de ser el padre de su Patria y de ser un español libre. (Aplausos.) Aquel hombre noble a quien aquella España trató de tal modo, con aquellos verdugos, al despedirse, se despidió en Lengua española de sus hijos pidiendo ir allí donde la fe no mata, donde el que reina es Dios, en tanto mascullaban unos sus rezos y barbotaban otros sus órdenes, blasfemando todos ellos el nombre de Dios. Pues bien; aquí mi buen amigo Alomar se atiene a lo de castellano. El castellano es una obra de integración: ha venido elementos leoneses y han venido elementos aragoneses, y estamos haciendo el español, lo estamos haciendo todos los que hacemos Lengua o los que hacemos poesía, lo está haciendo el señor Alomar, y el señor Alomar, que vive de la palabra, por la palabra y para la palabra, como yo, se preocupaba de esto, como se preocupaba de la palabra nación. Yo también, amigo Alomar, yo también en estos días de renacimiento he estado pensando en eso, y me ha venido la palabra precisa: España no es nación, es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial. Nadie con más tesón ha defendido la salvaje autonomía -toda autonomía, y no es reproche, es salvaje- de su propia personalidad diferencial que lo he hecho yo; yo, que he estado señero defendiendo, no queriendo rendirme, actuando tantas veces de jabalí, y cuántos de vosotros acaso habréis recibido alguna vez alguna colmillada mía. Pero así, no. Ni individuo, ni pueblo, ni Lengua renacen sino muriendo; es la única manera de renacer: fundiéndose en otro. Y esto lo sé yo muy bien ahora que me viene este renacimiento, ahora que, traspuesto el puerto serrano que separa la solana de la umbría, me siento bajar poco a poco, al peso, no de años, de siglos de recuerdos de Historia, al final y merecido descanso al regazo de la tierra maternal de nuestra común España, de la renación española, a esperar, a esperar allí que en la hierba crezca sobre mi tañan ecos de una sola Lengua española que haya recogido, integrado, federado si queréis, todas las esencias íntimas, todos los jugos, todas las virtudes de esas Lenguas que hoy tan tristemente, tan pobremente nos diferencian. Y aquello sí que será gloria. (Grandes aplausos.)</span><span class="Apple-style-span"><o:p></o:p></span></span></p>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-70805389437896171622011-06-26T15:54:00.000-07:002012-06-22T22:52:18.615-07:00Miguel de Unamuno - Vida de Don Quijote y Sancho<div style="text-align: justify;">El sepulcro de don Quijote1</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Miguel de Unamuno*</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me preguntas, mi buen amigo, si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren. ¿No habrá un medio, me dices, de reproducir la epidemia de los flagelantes o la de los convulsionarios? Y me hablas del milenario.</div><div style="text-align: justify;">Como tú siento yo con frecuencia la nostalgia de la Edad Media; como tú quisiera vivir entre los espasmos del milenario. Si consiguiéramos hacer creer que un día dado, sea el 2 de mayo de 1908, el centenario del grito de la independencia, se acababa para siempre España; que en este día nos repartían como a borregos, creo que el día 3 de mayo de 1908 sería el más grande de nuestra historia, el amanecer de una nueva vida.</div><div style="text-align: justify;">Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse.</div><div style="text-align: justify;">No se comprende aquí ya ni la locura. Hasta del loco creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho para todos estos miserables. Si nuestro señor don Quijote resucitara y volviese a esta su España, andarían buscándole una segunda intención a sus nobles desvaríos. Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que lo hace no más sino por meter ruido y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hace por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!</div><div style="text-align: justify;">Fíjate y observa. Ante un acto cualquiera de generosidad, de heroísmo, de locura, a todos estos estúpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino preguntarse: ¿por qué lo hará? Y en cuanto creen haber descubierto la razón del acto —sea o no lo que ellos suponen— se dicen: ¡bah!, lo ha hecho por esto o por lo otro. En cuanto una cosa tiene razón de ser y ellos la conocen perdió todo su valor la cosa. Para eso les sirve la lógica, la cochina lógica.</div><div style="text-align: justify;">Comprender es perdonar, se ha dicho. Y esos miserables necesitan comprender para perdonar el que se les humille, el que con hechos o palabras se les eche en cara su miseria, sin hablarles de ella.</div><div style="text-align: justify;">Han llegado a preguntarse estúpidamente para qué hizo Dios el mundo, y se han contestado a sí mismos: ¡para su gloria!, y se han quedado tan orondos y satisfechos, como si los muy majaderos supieran qué es eso de la gloria de Dios.</div><div style="text-align: justify;">Las cosas se hicieron primero, su para qué después. Que me den una idea nueva, cualquiera, sobre cualquier cosa, y ella me dirá para qué sirve.</div><div style="text-align: justify;">Alguna vez, cuando expongo algún proyecto, algo que me parece debía hacerse, no falta quien me pregunte: ¿y después? A estas preguntas no cabe otra respuesta que una pregunta, y al «¿y después?», no hay sino dar de rebote un «¿y antes?».</div><div style="text-align: justify;">No hay porvenir; nunca hay porvenir. Eso que llaman el porvenir es una de las más grandes mentiras. El verdadero porvenir es hoy. ¿Qué será de nosotros mañana? ¡No hay mañana! ¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Ésta es la única cuestión.</div><div style="text-align: justify;">Y en cuanto a hoy, todos esos miserables están muy satisfechos porque hoy existen, y con existir les basta. La existencia, la pura y nuda existencia, llena su alma toda. No sienten que haya más que existir.</div><div style="text-align: justify;">Pero ¿existen? ¿Existen en verdad? Yo creo que no; pues si existieran, si existieran de verdad, sufrirían de existir y no se contentarían con ello. Si real y verdaderamente existieran en el tiempo y el espacio, sufrirían de no ser en lo eterno y lo infinito. Y ese sufrimiento, esta pasión, que no es sino la pasión de Dios en nosotros, nuestra temporalidad, este divino sufrimiento les haría romper todos esos menguados eslabones lógicos con que tratan de atar sus menguados recuerdos a sus menguadas esperanzas, la ilusión de su pasado a la ilusión de su porvenir.</div><div style="text-align: justify;">¿Por qué hace eso? ¿Preguntó acaso nunca Sancho por qué hacía don Quijote las cosas que hacía?</div><div style="text-align: justify;">Y vuelta a lo mismo, a tu pregunta, a tu preocupación: ¿qué locura colectiva podríamos imbuir en estas pobres muchedumbres? ¿Qué delirio</div><div style="text-align: justify;">Tú mismo te has acercado a la solución en una de esas cartas con que me asaltas a preguntas. En ella me decías: ¿no crees que se podría intentar alguna nueva cruzada?</div><div style="text-align: justify;">Pues bien, sí; creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la Razón.</div><div style="text-align: justify;">Defenderán, es natural, su usurpación y tratarán de probar con muchas y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el Caballero no resucite.</div><div style="text-align: justify;">A estas razones hay que contestar con insultos, con pedradas, con gritos de pasión, con botes de lanza. No hay que razonar con ellos. Si tratas de razonar frente a sus razones estás perdido.</div><div style="text-align: justify;">Si te preguntan, como acostumbran, ¿con qué derecho reclamas el sepulcro?, no les contestes nada, que ya lo verán luego. Luego…, tal vez cuando ni tú ni ellos existáis ya, por lo menos en este mundo de las apariencias.2</div><div style="text-align: justify;">* Y esta santa cruzada lleva una gran ventaja a aquellas otras santas cruzadas de que alboreó una nueva vida en este viejo mundo. Aquellos ardientes cruzados sabían dónde estaba el sepulcro de Cristo, dónde se decía que estaba, mientras que nuestros cruzados no sabrán dónde está el sepulcro de don Quijote. Hay que buscarlo peleando por rescatarlo.</div><div style="text-align: justify;">* Tu locura quijotesca te ha llevado más de una vez a hablarme del quijotismo como de una nueva religión. Y a eso he de decirte que esa nueva religión que propones y de que me hablas, si llegara a cuajar, tendría dos singulares preeminencias. La una, que su fundador, su profeta, don Quijote —no Cervantes, por supuesto—, no estamos seguros de que fuese hombre real, de carne y hueso, sino que más bien sospechamos que fue una pura sangre. Y su otra preeminencia sería la de que este profeta era un profeta ridículo, que fue la befa y el escarnio de las gentes.</div><div style="text-align: justify;">* Es el valor que más falta nos hace: el de afrontar el ridículo. El ridículo es el arma que manejan todos los miserables bachilleres, barberos, curas, canónigos y duques que guardan escondido el sepulcro del Caballero de la Locura. Caballero que hizo reír a todo el mundo, pero que nunca soltó un chiste. Tenía el alma demasiado grande para parir chistes. Hizo reír con su seriedad.</div><div style="text-align: justify;">* Empieza, pues, amigo, a hacer de Pedro el Ermitaño y llama a las gentes a que se te unan, se nos unan, y vayamos todos a rescatar ese sepulcro que no sabemos dónde está.3</div><div style="text-align: justify;">* Verás cómo así que el sagrado escuadrón se ponga en marcha aparecerá en el cielo una estrella nueva, sólo visible para los cruzados, una estrella refulgente y sonora, que cantará un canto nuevo en esta larga noche que nos envuelve, y la estrella se pondrá en marcha en cuanto se ponga en marcha el escuadrón de los cruzados, y cuando hayan vencido en su cruzada, o cuando hayan sucumbido todos —que es acaso la manera única de vencer de veras—, la estrella caerá del cielo, y en el sitio en donde caiga allí está el sepulcro. El sepulcro está donde muera el escuadrón.</div><div style="text-align: justify;">Y allí donde está el sepulcro, allí está la cuna, allí está el nido. Y de allí volverá a surgir la estrella refulgente y sonora, camino del cielo.</div><div style="text-align: justify;">Y no me preguntes más, querido amigo. Cuando me haces hablar de estas cosas me haces que saque del fondo de mi alma, dolorida por la ramplonería ambiente que por todas partes me acosa y aprieta, dolorida por las salpicaduras del fango de mentira en que chapoteamos, dolorida por los arañazos de la cobardía que nos envuelve, me haces que saque del fondo de mi alma dolorida las visiones sin razón, los conceptos sin lógica, las cosas que ni yo sé lo que quieren decir, ni menos quiero ponerme a averiguarlo.</div><div style="text-align: justify;">¿Qué quieres decir con esto? —me preguntas más de una vez—. Y yo te respondo: —¿Lo sé yo acaso?</div><div style="text-align: justify;">¡No, mi buen amigo, no! Muchas de estas ocurrencias de mi espíritu que te confío ni yo sé lo que quieren decir, o, por lo menos, soy yo quien no lo sé. Hay alguien dentro de mí que me las dicta, que me las dice. Le obedezco y no me adentro a verle la cara ni a preguntarle por su nombre. Sólo sé que si le viese la cara y si me dijese su nombre me moriría yo para que viviese él.</div><div style="text-align: justify;">Estoy avergonzado de haber alguna vez fingido entes de ficción, personajes novelescos, para poner en sus labios lo que no me atrevía a poner en los míos y hacerles decir como en broma lo que yo siento muy en serio.</div><div style="text-align: justify;">Tú me conoces, tú, y sabes bien cuán lejos estoy de rebuscar adrede paradojas, extravagancias y singularidades, piensen lo que pensaren algunos majaderos. Tú y yo, mi buen amigo, mi único amigo absoluto, hemos hablado muchas veces a solas de lo que sea la locura, y hemos comentado aquello del Brand ibseniano, hijo de Kierkegaard, de que está loco el que está solo. Y hemos concordado en que una locura cualquiera deja de serlo en cuanto se hace colectiva, en cuanto es locura de todo un pueblo, de todo el género humano acaso. En cuanto una alucinación se hace colectiva, se hace popular, se hace social, en algo que está fuera de cada uno de los que la comparten. Y tú y yo estamos de acuerdo en que hace falta llevar a las muchedumbres, llevar al pueblo, llevar a nuestro pueblo español, una locura cualquiera, la locura de uno cualquiera de sus miembros que esté loco, pero loco de verdad y no de mentirijillas. Loco, y no tonto.</div><div style="text-align: justify;">Tú y yo, mi buen amigo, nos hemos escandalizado ante eso que llaman aquí fanatismo, y que, por nuestra desgracia, no lo es. No; no es fanatismo nada que esté reglamentado y contenido y encauzado y dirigido por bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques; no es fanatismo nada que lleve un pendón con fórmulas lógicas, nada que tenga programa, nada que se proponga para mañana un propósito que puede un orador desarrollar en un metódico discurso.</div><div style="text-align: justify;">Una vez, ¿te acuerdas?, vimos a ocho o diez mozos reunirse y seguir a uno que les decía: ¡Vamos a hacer una barbaridad! Y eso es lo que tú y yo anhelamos: que el pueblo se apiñe y gritando ¡vamos a hacer una barbaridad! se ponga en marcha. Y si algún bachiller, algún barbero, algún cura, algún canónigo o algún duque les detuviese para decirles: «¡hijos míos!, está bien, os veo henchidos de heroísmo, llenos de santa indignación; también yo voy con vosotros; pero antes de ir todos, y yo con vosotros, a hacer una barbaridad, ¿no os parece que debíamos ponernos de acuerdo respecto a la barbaridad que vamos a hacer? ¿Qué barbaridad va a ser ésa?»; si alguno de esos malandrines que he dicho les detuviese para decir tal cosa, deberían derribarle al punto y pasar todos sobre él, pisoteándole, y ya empezaba la heroica barbaridad.</div><div style="text-align: justify;">¿No crees, mi amigo, que hay por ahí muchas almas solitarias a las que el corazón les pide alguna barbaridad, algo de que revienten? Ve, pues, a ver si logras juntarlas y formar escuadrón con ellas y ponernos todos en marcha —porque yo iré con ellos y tras de ti— a rescatar el sepulcro de don Quijote, que, gracias a Dios, no sabemos dónde está. Ya nos lo dirá la estrella refulgente y sonora.</div><div style="text-align: justify;">Y ¿no será —me dices en tus horas de desaliento, cuando te vas de ti mismo—, no será que creyendo al ponernos en marcha caminar por campos y tierras, estemos dando vueltas en torno al mismo sitio? Entonces la estrella estará fija, quieta sobre nuestras cabezas y el sepulcro en nosotros. Y entonces la estrella caerá, pero caerá para venir a enterrarse en nuestras almas. Y nuestras almas se convertirán en luz, y fundidas todas en la estrella refulgente y sonora subirá ésta, más refulgente aún, convertida en un sol, en un sol de eterna melodía, a alumbrar el cielo de la patria redimida.</div><div style="text-align: justify;">En marcha, pues. Y ten en cuenta no se te metan en el sagrado escuadrón de los cruzados bachilleres, barberos, curas, canónigos o duques disfrazados de Sanchos. No importa que te pidan ínsulas; lo que debes hacer es expulsarlos en cuanto te pidan el itinerario de la marcha, en cuanto te hablen de programa, en cuanto te pregunten al oído, maliciosamente, que les digas hacia dónde cae el sepulcro. Sigue a la estrella. Y haz como el Caballero: endereza el entuerto que se te ponga delante. Ahora lo de ahora y aquí lo de aquí.</div><div style="text-align: justify;">¡Poneos en marcha! ¿Que adónde vais? La estrella os lo dirá: ¡al sepulcro! ¿Qué vamos a hacer en el camino mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar! ¡Luchar!, y ¿cómo?</div><div style="text-align: justify;">¿Cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle a la cara: ¡mentira!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡ladrón!, y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: ¡estúpidos!, y ¡adelante! ¡Adelante siempre!</div><div style="text-align: justify;">¿Es que con eso —me dice uno a quien tú conoces y que ansía ser cruzado—, es que con eso se borra la mentira, ni el ladronicio, ni la tontería del mundo? ¿Quién ha dicho que no? La más miserable de todas las miserias, la más repugnante y apestosa argucia de la cobardía es esa de decir que nada se adelanta con denunciar a un ladrón porque otros seguirán robando, que nada se adelanta con decirle en su cara majadero al majadero, porque no por eso la majadería disminuiría en el mundo.</div><div style="text-align: justify;">Sí, hay que repetirlo una y mil veces: con que una vez, una sola vez, acabases del todo y para siempre con un solo embustero habríase acabado el embuste de una vez para siempre.</div><div style="text-align: justify;">¡En marcha, pues! Y echa del sagrado escuadrón a todos los que empiecen a estudiar el paso que habrá de llevarse en la marcha y su compás y su ritmo. Sobre todo, ¡fuera con los que a todas horas andan con eso del ritmo! Te convertirían el escuadrón en una cuadrilla de baile, y la marcha en danza. ¡Fuera con ellos! Que se vayan a otra parte a cantar a la carne.</div><div style="text-align: justify;">Esos que tratarían de convertirte el escuadrón de marcha en cuadrilla de baile se llaman a sí mismos, y los unos a los otros entre sí, poetas. No lo son. Son cualquier otra cosa. Esos no van al sepulcro sino por curiosidad, por ver cómo sea, en busca acaso de una sensación nueva, y por divertirse en el camino. ¡Fuera con ellos!</div><div style="text-align: justify;">Esos son los que con su indulgencia de bohemios contribuyen a mantener la cobardía y la mentira y las miserias todas que nos anonadan. Cuando predican libertad no piensan más que en una: en la de disponer de la mujer del prójimo. Todo es en ellos sensualidad, y hasta de las ideas, de las grandes ideas, se enamoran sensualmente. Son incapaces de casarse con una grande y pura idea y criar familia de ella; no hacen sino amontonarse con las ideas. Las toman de queridas, menos aún, tal vez de compañeras de una noche. ¡Fuera con ellos!</div><div style="text-align: justify;">Si alguien quiere coger en el camino tal o cual florecilla que a su vera sonríe, cójala, pero de paso, sin detenerse, y siga al escuadrón cuyo alférez no habrá de quitar ojo de la estrella refulgente y sonora. Y si se pone la florecilla en el peto sobre la coraza no para verla él, sino para que se la vean, ¡fuera con él!, que se vaya, con su flor en el ojal, a bailar a otra parte.</div><div style="text-align: justify;">Mira, amigo, si quieres cumplir tu misión y servir a tu patria, es preciso que te hagas odioso a los muchachos sensibles que no ven el universo sino a través de los ojos de su novia. O algo peor aún. Que tus palabras sean estridentes y agrias a sus oídos.</div><div style="text-align: justify;">El escuadrón no ha de detenerse sino de noche junto al bosque o al abrigo de la montaña. Levantará allí sus tiendas, se lavarán los cruzados sus pies, cenarán lo que sus mujeres les hayan preparado, engendrarán luego un hijo en ellas, le darán un beso y dormirán para recomenzar la marcha al siguiente día. Y cuando alguno se muera le dejarán a la vera del camino, amortajado en su armadura, a merced de los cuervos. Quede para los muertos el cuidado de enterrar a sus muertos.</div><div style="text-align: justify;">Si alguno intenta durante la marcha tocar pífano o dulzaina o caramillo o vihuela o lo que fuere, rómpele el instrumento y échale de filas, porque estorba a los demás oír el canto de la estrella. Y es, además, que él no la oye. Y quien no oiga el canto del cielo no debe ir en busca del sepulcro del Caballero.</div><div style="text-align: justify;">Te hablarán esos danzantes de poesía. No les hagas caso. El que se pone a tocar su jeringa —que no es otra cosa la «syringa»— debajo del cielo, sin oír la música de las esferas, no merece que se le oiga. No conoce la abismática poesía del fanatismo, no conoce la inmensa poesía de los templos vacíos, sin luces, sin dorados, sin imágenes, sin pompas, sin armas, sin nada de eso que llaman arte. Cuatro paredes lisas y un techo de tablas: un corralón cualquiera.</div><div style="text-align: justify;">Echa del escuadrón a todos los danzantes de la jeringa. Échalos antes de que se te vayan por un plato de alubias. Son filósofos cínicos, indulgentes, buenos muchachos, de los que todo lo comprenden y todo lo perdonan. Y el que todo lo comprende no comprende nada, y el que todo lo perdona nada perdona. No tienen escrúpulo en venderse. Como viven en dos mundos pueden guardar su libertad en el otro y esclavizarse en éste. Son a la vez estetas y perezistas y lopecistas o rodriguezistas.</div><div style="text-align: justify;">Hace tiempo se dijo que el hambre y el amor son los dos resortes de la vida humana. De la baja vida humana, de la vida de tierra. Los danzantes no bailan sino por hambre o por amor; hambre de carne, amor de carne también. Échalos de tu escuadrón, y que allí, en un prado, se harten de bailar mientras uno toca la jeringa, otro da palmaditas y otro canta a un plato de alubias o a los muslos de su querida de temporada. Y que allí inventen nuevas piruetas, nuevos trenzados de pies, nuevas figuras de rigodón.</div><div style="text-align: justify;">Y si alguno te viniera diciendo que él sabe tender puentes y que acaso llegue ocasión en que se deban aprovechar sus conocimientos para pasar un río, ¡fuera con él! ¡Fuera el ingeniero! Los ríos se pasarán vadeándolos, o a nado, aunque se ahogue la mitad de los cruzados. Que se vaya el ingeniero a hacer puentes a otra parte, donde hacen mucha falta. Para ir en busca del sepulcro basta la fe como puente.</div><div style="text-align: justify;">Si quieres, mi buen amigo, llenar tu vocación debidamente, desconfía del arte, desconfía de la ciencia, por lo menos de eso que llaman arte y ciencia y no son sino mezquinos remedos del arte y de la ciencia verdaderos. Que te baste tu fe. Tu fe será tu arte, tu fe será tu ciencia.</div><div style="text-align: justify;">He dudado más de una vez de que puedas cumplir tu obra al notar el cuidado que pones en escribir las cartas que escribes. Hay en ellas, no pocas veces, tachaduras, enmiendas, correcciones, jeringazos. No es un chorro que brota violento, expulsando el tapón. Más de una vez tus cartas degeneran en literatura, en esa cochina literatura, aliada natural de todas las esclavitudes y de todas las miserias. Los esclavizadores saben bien que mientras está el esclavo cantando a la libertad se consuela de su esclavitud y no piensa en romper sus cadenas.</div><div style="text-align: justify;">Pero otras veces recobro fe y esperanza en ti cuando siento bajo tus palabras atropelladas, improvisadas, cacofónicas, el temblor de tu voz dominada por la fiebre. Hay ocasiones en que puede decirse que están en un lenguaje determinado. Que cada cual lo traduzca al suyo.</div><div style="text-align: justify;">Procura vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera. Sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas. Cuando oigas de alguien que es impecable, en cualquiera de los sentidos de esta estúpida palabra, huye de él; sobre todo si es artista. Así como el hombre más tonto es el que en su vida no ha hecho ni dicho una tontería, así el artista menos poeta, el más antipoético —entre los artistas abundan las naturalezas antiopoéticas— es el artista impecable, el artista a quien decoran con la corona de laurel, de cartulina, de la impecabilidad los danzantes de la jeringa.</div><div style="text-align: justify;">Te consume, mi pobre amigo, una fiebre incesante, una sed de océanos insondables y sin riberas, un hambre de universos, y la morriña de la eternidad. Sufres de la razón. Y no sabes lo que quieres. Y ahora, ahora quieres ir al sepulcro del Caballero de la Locura y deshacerte allí en lágrimas, consumirte en fiebre, morir de sed de océanos, de hambre de universos, de morriña de eternidad.</div><div style="text-align: justify;">Ponte en marcha, solo. Todos los demás solitarios irán a tu lado, aunque no los veas. Cada cual creerá ir solo, pero formaréis batallón sagrado: el batallón de la santa e inacabable cruzada.</div><div style="text-align: justify;">Tú no sabes bien, mi buen amigo, cómo los solitarios todos, sin conocerse, sin mirarse a las caras, sin saber los unos los nombres de los otros se dan las manos, se felicitan mutuamente, se bombean y se denigran, murmuran entre sí y va cada cual por su lado. Y huyen del sepulcro.</div><div style="text-align: justify;">Tú no perteneces al cotarro, sino al batallón de los libres cruzados. ¿Por qué te asomas a las tapias del cotarro a oír lo que en él se cacarea? ¡No, amigo, no! Cuando pases junto a un cotarro tápate los oídos, lanza tu palabra y sigue adelante, camino del sepulcro. Y que en esa palabra vibren toda tu sed, toda tu hambre, toda tu morriña, todo tu amor.</div><div style="text-align: justify;">Si quieres vivir de ellos, vive para ellos. Pero entonces, mi pobre amigo, te habrás muerto.</div><div style="text-align: justify;">Me acuerdo de aquella dolorosa carta que me escribiste cuando estabas a punto de sucumbir, de derogar, de entrar en la cofradía. Vi entonces cómo te pesaba tu soledad, esa soledad que debe ser tu consuelo y tu fortaleza.</div><div style="text-align: justify;">Llegaste a lo más terrible, a lo más desolador; llegaste al borde del precipicio de tu perdición: llegaste a dudar de tu soledad, llegaste a creerte en compañía. «¿No será —me decías— una mera cavilación, un fruto de soberbia, de petulancia, tal vez de locura esto de creerme solo? Porque yo, cuando me sereno, me veo acompañado, y recibo cordiales apretones de manos, voces de aliento, palabras de simpatía, todo género de muestras de no encontrarme solo, ni mucho menos.» Y por aquí seguías. Y te vi engañado y perdido, te vi huyendo del sepulcro.</div><div style="text-align: justify;">No, no te engañas en los accesos de tu fiebre, en las agonías de tu sed, en las congojas de tu hambre; estás solo, eternamente solo. No sólo son mordiscos los mordiscos que como tales sientes; lo son también los que son como besos. Te silban los que aplauden, te quieren detener en tu marcha al sepulcro los que gritan: ¡adelante! Tápate los oídos. Y ante todo cúrate de una afección terrible que, por mucho que te la sacudas, vuelve a ti con terquedad de mosca: cúrate de la afección de preocuparte cómo aparezcas a los demás. Cuídate sólo de cómo aparezcas ante Dios, cuídate de la idea que de ti Dios tenga.</div><div style="text-align: justify;">Estás solo, mucho más solo de lo que te figuras, y aun así no estás sino en camino de la absoluta, de la completa, de la verdadera soledad. La absoluta, la completa, la verdadera soledad consiste en no estar ni aun consigo mismo. Y no estarás de veras completa y absolutamente solo hasta que no te despojes de ti mismo, al borde del sepulcro. ¡Santa Soledad!</div><div style="text-align: justify;">Todo esto dije a mi amigo y él me contestó en una larga carta, llena de un furioso desaliento, estas palabras:</div><div style="text-align: justify;">«Todo eso que me dices está muy bien, está bien, no está mal; pero ¿no te parece que en vez de ir a buscar el sepulcro de don Quijote y rescatarlo de bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques debíamos ir a buscar el sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrédulos, de ateos y deístas, que lo ocupan, y esperar allí, dando voces de suprema desesperación, derritiendo el corazón en lágrimas, a que Dios resucite y nos salve de la nada?».</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(*) Miguel de Unamuno, «El sepulcro de don Quijote», en Vida de don Quijote y Sancho, Madrid: Cátedra, 1988 (1905), pp. 139-153.</div><div style="text-align: justify;">(1) Este ensayo, publicado en La España Moderna (núm. 206, Madrid, febrero de 1906, pp. 5-17), lo antepuso Unamuno al texto de su Vida de don Quijote y Sancho en la segunda edición (1914). Desde entonces se reprodujo en las siguientes, salvo los párrafos que señalamos con asteriscos. Lo subrayado en las otras dos notas de este ensayo introductorio aparece en el mencionado ensayo, pero no en la reproducción que del mismo hizo Unamuno, al anteponerlo al texto de la segunda edición y de las siguientes. </div><div style="text-align: justify;">(2) Los párrafos que siguen, señalados con un asterisco, fueron suprimidos por Unamuno en la tercera edición, desapareciendo también en las siguientes. Manuel García Blanco los volvió a incluir en la edición de las Obras completas (Madrid: Escelicer, 1966, t. III, pp. 53-54) y nosotros también los reproducimos. </div><div style="text-align: justify;">(3) La cruzada misma nos revelará el sagrado lugar. </div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-34912295584766192682011-02-21T11:16:00.000-08:002011-05-01T17:37:30.303-07:00Miguel de Unamuno - Niebla - Oración fúnebre por modo de epílogo<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Suele ser costumbre al final de las novelas y luego que muere o se casa el héroe o protagonista dar noticia de la suerte que corrieron los demás personajes. No la vamos a seguir aquí ni a dar por consiguiente noticia alguna de cómo les fue a Eugenia y Mauricio, a Rosario, a Liduvina y Domingo; a don Fermín y doña Ermelinda, a Víctor y su mujer y a todos los demás que en tomo a Augusto se nos han presentado, ni vamos siquiera a decir lo que de la singular muerte de este sintieron y pensaron. Sólo haremos una excepción y es en favor del que más honda y más sinceramente sintió la muerte de Augusto, que fue su perro, Orfeo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Orfeo, en efecto, encontróse huérfano. Cuando saltando en la cama olió a su amo muerto, olió la muerte de su amo, envolvió a su espíritu perruno una densa nube negra. Tenía experiencia de otras muertes, había olido y visto perros y gatos muertos, había matado algún ratón, había olido muertes de hombres, pero a su amo le creía inmortal. Porque su amo era para él como un dios. Y al sentirle ahora muerto sintió que se desmoronaban en su espíritu los fundamentos todos de su fe en la vida y en el mundo, y una inmensa desolación llenó su pecho.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y acurrucado a los pies de su amo muerto pensó así: « ¡Pobre amo mío!, ¡pobre amo mío! ¡Se ha muerto; se me ha muerto! ¡Se muere todo, todo, todo; todo se me muere! Y es peor que se me muera todo a que me muera para todo yo. ¡Pobre amo mío!, ¡pobre amo mío! Esto que aquí yace, blanco, frío, con olor a próxima podredumbre, a carne de ser comida, esto ya no es mi amo. No, no lo es. ¿Dónde se fue mi amo?, ¿dónde el que me acariciaba, el que me hablaba?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >» ¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay este.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»Y luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros aullábamos y por imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con él. Solo le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla o grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales. ¡Como que entonces no está distraído en otro mundo... ! Pero ladra a su manera, habla, y eso le ha servido para inventar lo que no hay y no fijarse en lo que hay. En cuanto le ha puesto un nombre a algo, ya no ve este algo; no hace sino oír el nombre que le puso o verlo escrito. La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no hay y confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»Es un animal enfermo, no cabe duda. ¡Siempre está enfermo! ¡Sólo parece gozar de alguna salud cuando duerme, y no siempre, porque a las veces hasta durmiendo habla! Y esto también nos ha contagiado. ¡Nos ha contagiado tantas cosas!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»¡Y luego nos insulta! Llama cinismo, esto es, perrismo o perrería, a la impudencia o sinvergüencería, él, el animal hipócrita por excelencia. El lenguaje le ha hecho hipócrita. Como que la hipocresía debería llamarse antropismo si es que a la impudencia se le llama cinismo. ¡Y ha querido hacernos hipócritas, es decir, cómicos, farsantes, a nosotros, a los perros! A los perros, que no fuimos sometidos y domesticados por el hombre como el toro o el caballo, a la fuerza, sino que nos unimos a él libremente, en pacto sinalagmático, para explotar la caza. Nosotros le descubríamos la pieza, él la cazaba y nos daba nuestra parte. Y así, en contrato social, nació nuestro consorcio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»Y nos lo ha pagado prostituyéndonos a insultándonos. ¡Y queriendo hacernos farsantes, monos y perros sabios! ¡Perros sabios llaman a unos perros a los que les enseñan a representar farsas, para lo cual les visten y les adiestran a andar indecorosamente sobre las patas traseras, en pie! ¡Perros sabios! ¡A eso le llaman los hombres sabiduría, a representar farsas y a andar sobre dos pies!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»¡Y es claro, el perro que se pone en dos pies va enseñando impúdica, cínicamente, sus vergüenzas, de cara! Así hizo el hombre al ponerse de pie, al convertirse en un mamífero vertical, y sintió al punto vergüenza y la necesidad moral de taparse las vergüenzas que enseñaba. Y por eso dice su Biblia, según les he oído, que el primer hombre, es decir, el primero de ellos que se puso a andar en dos pies, sintió vergüenza de presentarse desnudo ante su Dios. Y para eso inventaron el vestido, para cubrirse el sexo. Pero como empezaron vistiéndose lo mismo ellos y ellas, no se distinguían entre sí, no se conocían siempre y bien el sexo, y de aquí mil atrocidades... humanas, que ellos se empeñan en llamar perrunas o cínicas. Ellos, los hombres, que son quienes nos han pervertido a los perros, quienes nos han hecho perrunos, cínicos, que es nuestra hipocresía. Porque el cinismo es en el perro hipocresía, así como en el hombre la hipocresía es cinismo. Nos hemos contagiado unos a otros.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»Se vistió el hombre, primero, con el mismo traje ellos y ellas; mas como se confundían, tuvieron que inventar diferencia de trajes y llevar el sexo al vestido. Esos pantalones no son sino una consecuencia de haberse el hombre puesto en dos pies.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»¡Qué extraño animal es el hombre! ¡No está nunca en donde debe estar, que es a lo que está, y habla para mentir y se viste!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»¡Pobre amo! Dentro de poco le enterrarán en un sitio que para eso tienen destinado. ¡Los hombres guardan o almacenan sus muertos, sin dejar que perros o cuervos los devoren! Y que quede lo único que todo animal, empezando por el hombre, deja en el mundo: unos huesos. ¡Almacenan sus muertos! ¡Un animal que habla, que se viste y que almacena sus muertos! ¡Pobre hombre!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»¡Pobre amo mío!, ¡pobre amo mío! ¡Fue un hombre, sí, no fue más que un hombre, fue sólo un hombre! ¡Pero fue mi amo! ¡Y cuánto, sin él creerlo ni pensarlo, me debía...!, ¡cuánto! ¡Cuánto le enseñé con mis silencios, con mis lametones, mientras él me hablaba, me hablaba, me hablaba! “¿Me entenderás?”, me decía. Y sí, yo le entendía, le entendía mientras él me hablaba hablándose y hablaba, hablaba, hablaba. Él al hablarme así hablándose hablaba al perro que había en él. Yo mantuve despierto su cinismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»¡Perra vida la que ha llevado, muy perra! ¡Y grandísima perrería, o mejor, grandísima hombrada la que le han hecho esos dos! ¡Hombrada la que Mauricio le ha hecho; mujerada la que le ha hecho Eugenia! ¡Pobre amo mío!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»Y ahora aquí, frío y blanco, inmóvil, vestido, sí, pero sin habla ni por fuera ni por dentro. Ya nada tienes que decir a tu Orfeo. Tampoco tiene ya nada que decirte Orfeo con su silencio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >»¡Pobre amo mío! ¿Qué será ahora de él? ¿Dónde estará aquello que en él hablaba y soñaba? Tal vez allá arriba, en el mundo puro, en la alta meseta de la tierra, en la tierra pura toda ella de colores puros, como la vio Platón, al que los hombres llaman divino; en aquella sobrehaz terrestre de que caen las piedras preciosas, donde están los hombres puros y los purificados bebiendo aire y respirando éter. Allí están también los perros puros, los de san Humberto el cazador, el de santo Domingo de Guzmán con su antorcha en la boca, el de san Roque, de quien decía un predicador señalando a su imagen: ¡Allí le tenéis a san Roque, con su perrito y todo! Allí, en el mundo puro platónico, en el de las ideas encarnadas, está el perro puro, el perro de veras cínico. ¡Y allí está mi amo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >» Siento que mi espíritu se purifica al contacto de esa muerte, de esta purificación de mi amo, y que aspira hacia la niebla en que él al fin se deshizo, a la niebla de que brotó y a que revertió. Orfeo siente venir la niebla tenebrosa... Y va hacia su amo saltando y agitando el rabo. ¡Amo mío! ¡Amo mío! ¡Pobre hombre!»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Domingo y Liduvina recogieron luego al pobre perro muerto a los pies de su amo, depurado como este y como él envuelto en la nube tenebrosa. Y el pobre Domingo, al ver aquello, se enterneció y lloró, no se sabe bien si por la muerte de su amo o por la del perro, aunque lo más creíble es que lloró al ver aquel maravilloso ejemplo de lealtad y fidelidad. Y dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Y luego dirán que no matan las penas!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >¡QUEDA ESCRITO!</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-23027377748309271702011-02-21T11:11:00.000-08:002011-05-01T17:38:10.219-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXXIII<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Cuando recibí el telegrama comunicándome la muerte del pobre Augusto, y supe luego las circunstancias todas de ella, me quedé pensando en si hice o no bien en decirle lo que le dije la tarde aquella en que vino a visitarme y consultar conmigo su propósito de suicidarse. Y hasta me arrepentí de haberle matado. Llegué a pensar que tenía él razón y que debí haberle dejado salirse con la suya, suicidándose. Y se me ocurrió si le resucitaría.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Sí –me dije–, voy a resucitarle y que haga luego lo que se le antoje, que se suicide si es así su capricho.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y con esta idea de resucitarle me quedé dormido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >A poco de haberme dormido se me apareció Augusto en sueños. Estaba blanco, con la blancura de una nube, y sus contornos iluminados como por un sol poniente. Me miró fijamente y me dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Aquí estoy otra vez!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿A qué vienes? –le dije.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–A despedirme de usted, don Miguel, a despedirme de usted hasta la eternidad y a mandarle, así, a mandarle, no a rogarle, a mandarle que escriba usted la nivola de mis aventuras...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Está ya escrita!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Lo sé, todo está escrito. Y vengo también a decirle que eso que usted ha pensado de resucitarme para que luego me quite yo a mí mismo la vida es un disparate, más aún, es una imposibilidad...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Imposibilidad? –le dije yo; por supuesto, todo esto en sueños.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sí, una imposibilidad! Aquella tarde en que nos vimos y hablamos en el despacho de usted, ¿recuerda?, estando usted despierto y no como ahora, dormido y soñando, le dije a usted que nosotros, los entes de ficción, según usted, tenemos nuestra lógica y que no sirve que quien nos finge pretenda hacer de nosotros lo que le dé la gana, ¿recuerda?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí que lo recuerdo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ahora de seguro que, aunque tan español, no tendrá usted real gana de nada, ¿verdad, don Miguel?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, no siento gana de nada.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, el que duerme y sueña no tiene reales ganas de nada. Y usted y sus compatriotas duermen y sueñan, y sueñan que tienen ganas, pero no las tienen de veras.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Da gracias a que estoy durmiendo –le dije–, que si no...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es igual. Y respecto a eso de resucitarme he de decirle que no le es hacedero, que no lo puede aunque lo quiera o aunque sueñe que lo quiere...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¡hombre!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, a un ente de ficción, como a uno de carne y hueso, a lo que llama usted hombre de carne y hueso y no de ficción de carne y de ficción de hueso, puede uno engendrarlo y lo puede matar; pero una vez que lo mató no puede, ¡no!, no puede resucitarlo. Hacer un hombre mortal y carnal, de carne y hueso, que respire aire, es cosa fácil, muy fácil, demasiado fácil por desgracia... matar a un hombre mortal y carnal, de carne y hueso, que respire aire, es cosa fácil, muy fácil, demasiado fácil por desgracia... pero ¿resucitarlo?, ¡resucitarlo es imposible!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡En efecto –le dije–, es imposible!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues lo mismo –me contestó–, exactamente lo mismo sucede con eso que usted llama entes de ficción; es fácil darnos ser, acaso demasiado fácil, y es fácil, facilísimo, matarnos, acaso demasiadamente demasiado fácil, pero ¿resucitamos?, no hay quien haya resucitado de veras a un ente de ficción que de veras se hubiese muerto. ¿Cree usted posible resucitar a don Quijote? –me preguntó.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Imposible! –contesté.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues en el mismo caso estamos todos los demás entes de ficción.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Y si te vuelvo a soñar?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No se sueña dos veces el mismo sueño. Ese que usted vuelva a soñar y crea soy yo será otro. Y ahora, ahora que está usted dormido y soñando y que reconoce usted estarlo y que yo soy un sueño y reconozco serlo, ahora vuelvo a decirle a usted lo que tanto le excitó cuando la otra vez se lo dije: mire usted, mi querido don Miguel, no vaya a ser que sea usted el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo ni muerto... no vaya a ser que no pase usted de un pretexto para que mi historia, y otras historias como la mía, corran por el mundo. Y luego, cuando usted se muera del todo, llevemos su alma nosotros. No, no, no se altere usted, que aunque dormido y soñando aún vivo. ¡Y ahora, adiós!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y se disipó en la niebla negra.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Yo soñé luego que me moría, y en el momento mismo en que soñaba dar el último respiro me desperté con cierta opresión en el pecho.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y aquí está la historia de Augusto Pérez.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-48774710846906816172011-02-21T11:06:00.000-08:002011-05-01T17:38:53.613-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXXII<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Aquella misma noche se partió Augusto de esta ciudad de Salamanca adonde vino a verme. Fuese con la sentencia de muerte sobre el corazón y convencido de que no le sería ya hacedero, aunque lo intentara, suicidarse. El pobrecillo, recordando mi sentencia, procuraba alargar lo más posible su vuelta a su casa, pero una misteriosa atracción, un impulso íntimo le arrastraba a ella. Su viaje fue lamentable. Iba en el tren contando los minutos, pero contándolos al pie de la letra: uno, dos, tres, cuatro... Todas sus desventuras, todo el triste ensueño de sus amores con Eugenia y con Rosario, toda la historia tragicómica de su frustrado casamiento habíanse borrado de su memoria o habíanse más bien fundido en una niebla. Apenas si sentía el contacto del asiento sobre que descansaba ni el peso de su propio cuerpo. «¿Será verdad que no existo realmente? --se decía-- ¿tendrá razón este hombre al decir que no soy más que un producto de su fantasía, un puro ente de ficción?»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Tristísima, dolorosísima había sido últimamente su vida, pero le era mucho más triste, le era más doloroso pensar que todo ello no hubiese sido sino sueño, y no sueño de él, sino sueño mío. La nada le parecía más pavorosa que el dolor. ¡Soñar uno que vive... pase, pero que le sueñe otro... !</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Y ¿por qué no he de existir yo? --se decía--, ¿por qué? Supongamos que es verdad que ese hombre me ha fingido, me ha soñado, me ha producido en su imaginación; pero ¿no vivo ya en las de otros, en las de aquellos que lean el relato de mi vida? Y si vivo así en las fantasías de varios, ¿no es acaso real lo que es de varios y no de uno solo? Y ¿por qué surgiendo de las páginas del libro en que se deposite el relato de mi ficticia vida, o más bien de las mentes de aquellos que la lean --de vosotros, los que ahora la leéis --, por qué no he de existir como un alma eterna y eternamente dolorosa?, ¿por qué?»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >El pobre no podía descansar. Pasaban a su vista los páramos castellanos, ya los encinares, ya los pinares; contemplaba las cimas nevadas de las sierras, y viendo hacia atrás, detrás de su cabeza, envueltas en bruma las figuras de los compañeros y compañeras de su vida, sentíase arrastrado a la muerte.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Llegó a su casa, llamó, y Liduvina, que salió a abrirle, palideció al verle.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Qué es eso, Liduvina, de qué te asustas?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Jesús! ¡Jesús! El señorito parece más muerto que vivo... Trae cara de ser del otro mundo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Del otro mundo vengo, Liduvina, y al otro mundo voy. Y no estoy ni muerto ni vivo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero ¿es que se ha vuelto loco? ¡Domingo! ¡Domingo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--No llames a tu marido, Liduvina. Y no estoy loco, ¡no! Ni estoy, te repito, muerto, aunque me moriré muy pronto, ni tampoco vivo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero ¿qué dice usted?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Que no existo, Liduvina, que no existo; que soy un ente de ficción, como un personaje de novela...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Bah, cosas de libros! Tome algo fortificante, acuéstese, arrópese y no haga caso de esas fantasías...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero ¿tú crees Liduvina, que yo existo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Vamos, vamos, déjese de esas andróminas, señorito; a cenar y a la cama! ¡Y mañana será otro día!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Pienso, luego soy --se decía Augusto, añadiéndose--: Todo lo que piensa es y todo lo que es piensa. Sí, todo lo que es piensa. Soy, luego pienso.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Al pronto no sentía ganas ningunas de cenar, y no más que por hábito y por acceder a los ruegos de sus fieles sirvientes pidió le sirviesen un par de huevos pasados por agua, y nada más, una cosa ligerita. Mas a medida que iba comiéndoselos abríasele un extraño apetito, una rabia de comer más y más. Y pidió otros dos huevos, y después un bisteque.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Así, así --le decía Liduvina--; coma usted; eso debe de ser debilidad y no más. El que no come se muere.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Y el que come también, Liduvina --observó tristemente Augusto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Sí, pero no de hambre.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Y qué más da morirse de hambre que de otra enfermedad cualquiera?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y luego pensó: «Pero ¡no, no!, ¡yo no puedo morirme; sólo se muere el que está vivo, el que existe, y yo, como no existo, no puedo morirme... soy inmortal! No hay inmortalidad como la de aquello que, cual yo, no ha nacido y no existe. Un ente de ficción es una idea, y una idea es siempre inmortal...»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Soy inmortal!, ¡soy inmortal! --exclamó Augusto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Qué dice usted? --acudió Liduvina.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Que me traigas ahora... ¡qué sé yo!... jamón en dulce, fiambres, foiegras, lo que haya... ¡Siento un apetito voraz!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Así me gusta verle, señorito, así. ¡Coma, coma, que el que tiene apetito es que está sano y el que está sano vive!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero, Liduvina, ¡yo no vivo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero ¿qué dice?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Claro, yo no vivo. Los inmortales no vivimos, y yo no vivo, sobrevivo; ¡yo soy idea!, ¡soy idea! Empezó a devorar el jamón en dulce. «Pero si como --se decía--, ¿cómo es que no vivo? ¡Como, luego existo! No cabe duda alguna. Edo, ergo sum! ¿A qué se deberá este voraz apetito?» Y entonces recordó haber leído varias veces que los condenados a muerte en las horas que pasan en capilla se dedican a comer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«¡Es cosa --pensaba-- de que nunca he podido darme cuenta...! Aquello otro que nos cuenta Renán en su Abadesa de Jouarre se comprende... Se comprende que una pareja de condenados a muerte, antes de morir, sientan el instinto de sobrevivirse reproduciéndose, pero ¡comer...! Aunque sí, sí, es el cuerpo que se defiende. El alma, al enterarse de que va a morir, se entristece o se exalta, pero el cuerpo, si es un cuerpo sano, entra en apetito furioso. Porque también el cuerpo se entera. Sí, es mi cuerpo, mi cuerpo el que se defiende.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >¡Como vorazmente, luego voy a morir!»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Liduvina, tráeme queso y pastas... y fruta...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Esto ya me parece excesivo, señorito; es demasiado. ¡Le va a hacer daño!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Pues no decías que el que come vive?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Sí, pero no así, como está usted comiendo ahora... Y ya sabe mi señorito aquello de «más mató la cena, que sanó Avicena».</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--A mí no puede matarme la cena.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Por qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Porque no vivo, no existo, ya te lo he dicho.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Liduvina fue a llamar a su marido, a quien dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Domingo, me parece que el señorito se ha vuelto loco... Dice unas cosas muy raras... cosas de libros... que no existe... qué sé yo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Qué es eso, señorito? --le dijo Domingo entrando--, ¿qué le pasa?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Ay, Domingo --contestó Augusto con voz de fantasma--, no lo puedo remediar; siento un terror loco a acostarme!...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pues no se acueste.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--No, no, es preciso; no puedo tenerme en pie.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Yo creo que el señorito debe pasear la cena. Ha cenado en demasía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Intentó ponerse en pie Augusto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Lo ves, Domingo, lo ves? No puedo tenerme en pie.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Claro, con tanto embutir en el estómago...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Al contrario, con lastre se tiene uno mejor en pie. Es que no existo. Mira, ahora poco, al cenar me parecía como si todo eso me fuese cayendo desde la boca en un tonel sin fondo. El que come vive, tiene razón Liduvina, pero el que come como he comido yo esta noche, por desesperación, es que no existe. Yo no existo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Vaya, vaya, déjese de bobadas; tome su café y su copa, para empujar todo eso y sentarlo, y vamos a dar un paseo. Le acompañaré yo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--No, no puedo tenerme en pie, ¿lo ves?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Es verdad.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Ven que me apoye en ti. Quiero que esta noche duermas en mi cuarto, en un colchón que pondremos para ti, que me veles...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Mejor será, señorito, que yo no me acueste, sino que me quede allí, en una butaca...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--No, no quiero que te acuestes y que te duermas; quiero sentirte dormir, oírte roncar, mejor..</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Como usted quiera...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Y ahora, mira, tráeme un pliego de papel. Voy a goner un telegrama, que enviarás a su destino así que yo me muera...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero ¡señorito!...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Haz lo que te digo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Domingo obedeció, llevóle el papel y el tintero y Augusto escribió:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Salamanca.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Unamuno.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Se salió usted con la suya. He muerto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Augusto Pérez.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--En cuanto me muera lo envías, ¿eh?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Como usted quiera --contestó el criado por no dis cutir más con el amo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Fueron los dos al cuarto. El pobre Augusto temblaba de tal modo al ir a desnudarse que no podía ni aun cogerse las ropas para quitárselas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Desnúdame tú! --le dijo a Domingo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero ¿qué le pasa a usted, señorito? ¡Si parece que le ha visto al diablo! Está usted blanco y frlo como la nieve. ¿Quiere que se le llame al médico?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--No, no, es inútil.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Le calentaremos la cama...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Para qué? ¡Déjalo! Y desnúdame del todo, del todo; déjame como mi madre me parió, como nací... ¡si es que nací!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡No diga usted esas cosas, señorito!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Ahora échame, échame tú mismo a la cama, que no me puedo mover.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >El pobre Domingo, aterrado a su vez, acostó a su pobre amo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Y ahora, Domingo, ve diciéndome al oído, despacito, el padre nuestro, el ave maría y la salve. Así... así... poco a poco... poco a poco... --y después que los hubo repetido mentalmente--: Ahora, mira, cógeme la mano derecha, sácamela, me parece que no es mía, como si la hubiese perdido... y ayúdame a que me persigne... así... así... Este brazo debe de estar muerto... Mira a ver si tengo pulso... Ahora déjame, déjame a ver si duermo un poco... pero tápame, tápame bien...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Sí, mejor es que duerma --le dijo Domingo, mientras le subía el embozo de las mantas--; esto se le pasará durmiendo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Sí, durmiendo se me pasará... Pero, di ¿es que no he hecho nunca más que dormir?, ¿más que soñar? ¿Todo eso ha sido más que una niebla?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Bueno, bueno, déjese de esas cosas. Todo eso no son sino cosas de libros, como dice mi Liduvina.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Cosas de libros... cosas de libros... ¿Y qué no es cosa de libros, Domingo? ¿Es que antes de haber libros en una u otra forma, antes de haber relatos, de haber palabra, de haber pensamiento, había algo? ¿Y es que después de acabarse el pensamiento quedará algo? ¡Cosas de libros! ¿Y quién no es cosa de libros? ¿Conoces a don Miguel de Unamuno, Domingo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Sí, algo he leído de él en los papeles. Dicen que es un señor un poco raro que se dedica a decir verdades que no hacen al caso...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero ¿le conoces?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Yo?, ¿para qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pues también Unamuno es cosa de libros... Todos lo somos... ¡Y él se morirá, sí, se morirá, se morirá también, aunque no lo quiera... se morirá! Y esa sera mi venganza. ¿No quiere dejarme vivir? ¡Pues se morirá, se morirá, se morirá!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Bueno, déjele en paz a ese señor, que se muera cuando Dios lo haga, y usted a dormirse!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--A dormir... dormir... a soñar...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >¡Morir... dormir... dormir... soñar acaso...!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pienso, luego soy; soy, luego pienso... ¡No existo, no!, ¡no existo... madre mía! Eugenia... Rosario... Unamuno... --y se quedó dormido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Al poco rato se incorporó en la cama lívido, anhelante, con los ojos todos negros y despavoridos, mirando más allá de las tinieblas, y gritando: «¡Eugenia, Eugenia!» Domingo acudió a él. Dejó caer la cabeza sobre el pecho y se quedó muerto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Cuando llegó el médico se imaginó al pronto que aún vivía, habló de sangrarle, de ponerle sinapismos, pero pronto pudo convencerse de la triste verdad.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Ha sido cosa del corazón... un ataque de asistolia --dijo el médico.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--No, señor --contestó Domingo--, ha sido un asiento. Cenó horriblemente, como no acostumbraba, de una manera desusada en él, como si quisiera...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Sí, desquitarse de lo que no habría de comer en adelante, ¿no es eso? Acaso el corazón presintió su muerte.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pues yo --dijo Liduvina-- creo que ha sido de la cabeza. Es verdad que cenó de un modo disparatado, pero como sin darse cuenta de lo que hacía y diciendo disParates...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Qué disparates? --preguntó el médico.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Que él no existía y otras cosas así...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Disparates? --añadió el médico entre dientes y cual hablando consigo mismo --, ¿quién sabe si existía o no, y menos él mismo...? Uno mismo es quien menos sabe de su existencia... No se existe sino para los demás...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y luego en voz alta agregó:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--El corazón, el estómago y la cabeza son los tres una sola y misma cosa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Sí, forman parte del cuerpo --dijo Domingo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Y el cuerpo es una sola y misma cosa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Sin duda!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pero más que usted lo cree...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¿Y usted sabe, señor mío, cuánto lo creo yo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--También es cierto, y veo que no es usted torpe.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--No me tengo por tal, señor médico, y no comprendo a esas gentes que a cualquier persona con quien tropiezan parecen estimarla tonta mientras no pruebe lo contrario.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Bueno, pues, como iba diciendo --siguió el mé dico--, el estómago elabora los jugos que hacen la sangre, el corazón riega con ellos a la cabeza y al estómago para que funcione, y la cabeza rige los movimientos del estómago y del corazón. Y por lo tanto este señor don Augusto ha muerto de las tres cosas, de todo el cuerpo, por síntesis.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Pues yo creo --intervino Liduvina-- que a mi señorito se le había metido en la cabeza morirse, y ¡claro!, el que se empeña en morir, al fin se muere.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Es claro! --dijo el médico--. Si uno no creyese morirse, ni aun hallándose en la agonía, acaso no moriría. Pero así que le entre la menor duda de que no puede me nos de morir, está perdido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Lo de mi señorito ha sido un suicidio y nada más que un suicidio. Ponerse a cenar como cenó viniendo como venía es un suicidio y nada más que un suicidio. ¡Se salió con la suya!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Disgustos acaso...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--Y grandes, ¡muy grandes! ¡Mujeres!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >--¡Ya, ya! Pero, en fin, la cosa no tiene ya otro reme dio que preparar el entierro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Domingo lloraba.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-72210227336903718732011-02-21T11:04:00.000-08:002011-05-01T17:39:13.042-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXXI<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi despacho-librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increííble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Parece mentira! –repetía–, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si estoy despierto o soñando...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ni despierto ni soñando –le contesté.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No me lo explico... no me lo explico –añadió–; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto como sé yo mismo, acaso adivine mi propósito...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí –le dije–, tú –y recalqué este tú con un tono autoritario–, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No, no te muevas! –le ordené.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que... es que... –balbuceó.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo? –exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? –le pregunté.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que tenga valor para hacerlo –me contestó.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No –le dije–, ¡que esté vivo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Desde luego!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Y tú no estás vivo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? –y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No, hombre, no! –le repliqué–. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! –me suplicó consternado–, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues bien; la verdad es, querido Augusto –le dije con la más dulce de mis voces–, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo que no existo? ––exclamó.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿qué es lo contrario? –le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No sea, mi querido don Miguel –añadió–, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Eso más faltaba! –exclamé algo molesto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No se exalte usted así, señor de Unamuno –me replicó–, tenga calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Dudas no –le interrumpí–; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción novelesca.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso era...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra cosa. Cuando un hombre dormido a inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él como conciencia que sueña, o su sueño?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador? –le repliqué a mi vez.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi vez, ¿de qué manera existe él, como soñador que se sueña, o como soñado por sí mismo? Y fíjese, además, en que al admitir esta discusión conmigo me reconoce ya existencia independiente de sí.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No, eso no!, ¡eso no! –le dije vivamente–. Yo necesito discutir, sin discusión no vivo y sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes fuera de mí...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es usted el que no existe fuera de mí y de los demás personajes a quienes usted cree haber inventado. Seguro estoy de que serían de mi opinión don Avito Carrascal y el gran don Fulgencio...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No mientes a ese...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bueno, basta, no le moteje usted. Y vamos a ver, ¿qué opina usted de mi suicidio?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es muy español, pero es muy feo. Y además, aun suponiendo su peregrina teoría de que yo no existo de veras y usted sí, de que yo no soy más que un ente de ficción, producto de la fantasía novelesca o nivolesca de usted, aun en ese caso yo no debo estar sometido a lo que llama usted su real gana, a su capricho. Hasta los llamados entes de ficción tienen su lógica interna...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, conozco esa cantata.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les antoje de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte, lo que ningún lector esperaría que hiciese... –Un ser novelesco tal vez...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Entonces?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero un ser nivolesco...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hieren en lo más vivo. Yo, sea por mí mismo, según creo, sea porque usted me lo ha dado, según supone usted, tengo mi carácter, mi modo de ser, mi lógica interior, y esta lógica me pide que me suicide...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Eso te creerás tú, pero te equivocas!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–A ver, ¿por qué me equivoco?, ¿en qué me equivoco? Muéstreme usted en qué está mi equivocación. Como la ciencia más difícil que hay es la de conocerse uno a sí mismo, fácil es que esté yo equivocado y que no sea el suicidio la solución más lógica de mis desventuras, pero demuéstremelo usted. Porque si es difícil, amigo don Miguel, ese conocimiento propio de sí mismo, hay otro conocimiento que me parece no menos difícil que el...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cuál es? –le pregunté.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Me miró con una enigmática y socarrona sonrisa y lentamente me dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues más difícil aún que el que uno se conozca a sí mismo es el que un novelista o un autor dramático conozca bien a los personajes que finge o cree fingir...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Empezaba yo a estar inquieto con estas salidas de Augusto, y a perder mi paciencia.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–E insisto –añadió– en que aun concedido que usted me haya dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Bueno, basta!, ¡basta! –exclamé dando un puñetazo en la camilla– ¡cállate!, ¡no quiero oír más impertinencias...! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que no te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo? –exclamó Augusto sobresaltado–, ¿que me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sí, voy a hacer que mueras!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! –gritó.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ah! –le dije mirándole con lástima y rabia–. ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, no es lo mismo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y dispuesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la de otro renunció a su propósito.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Se comprende –observó Augusto–; la cosa era quitar a alguien la vida, matar un hombre, y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas son homicidas frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ah, ya, te entiendo, Augusto, te entiendo! Tú quieres decir que si tuvieses valor para matar a Eugenia o a Mauricio o a los dos no pensarías en matarte a ti mismo, ¿eh?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Mire usted, precisamente a esos... no!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿A quién, pues?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡A usted! –y me miró a los ojos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo? –exclamé poniéndome en pie–, ¿cómo? Pero ¿se te ha pasado por la imaginación matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo don Miguel, que sería el primer caso en que un ente de ficción, como usted me llama, matara a aquel a quien creyó darle ser... ficticio?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Esto ya es demasiado –decía yo paseándome por mi despacho–, esto pasa de la raya! Esto no sucede más que...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Más que en las nivolas –concluyó él con sorna.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede tolerar! ¡Vienes a consultarme, a mí, y tú empiezas por discutirme mi propia existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No sea usted tan español, don Miguel...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bien, ¿y qué? –me interrumpió, volviéndome a la realidad.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¡por Dios!... –exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No hay Dios que valga. ¡Te morirás!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿No pensabas matarte?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir, vivir...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Vaya una vida! –exclamé.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No puede ser ya... no puede ser...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero si tú no eres sino lo que yo quiera...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! –y le lloraba la voz.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No puede ser... no puede ser...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera... Mire que usted no será usted... que se morirá.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No puede ser, pobre Augusto –le dije cogiéndole una mano y levantándole–, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero si yo, don Miguel...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿no quedamos en que...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero... por Dios... –No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Conque no, eh? –me dijo–, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Víctima? –exclamé.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-61878703730819339752011-02-21T10:59:00.000-08:002011-05-01T17:39:28.808-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXX<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Víctor encontró a Augusto hundido en un rincón de un sofá, mirando más abajo del suelo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué es eso? –le preguntó poniéndole una mano sobre el hombro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿me preguntas qué es esto? ¿No sabes lo que me ha pasado?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, sé lo que te ha pasado por fuera, es decir, lo que ha hecho ella; lo que no sé es lo que lo pasa por dentro, es decir, no sé por qué estás así...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Parece imposible!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Se te ha ido un amor, el de a; ¿no te queda el de b, o el de c, o el de x, o el de otra cualquiera de las n?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No es la ocasión para bromas, creo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Al contrario, esta es la ocasión de bromas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que no me duele en el amor; ¡es la burla, la burla, la burla! Se han burlado de mí, me han escarnecido, me han puesto en ridículo; han querido demostrarme... ¿qué sé yo?... que no existo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Qué felicidad!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No te burles, Víctor.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿por qué no me he de burlar? Tú, querido experimentador, la quisiste tomar de rana, y es ella la que te ha tomado de rana a ti. ¡Chapúzate, pues, en la charca, y a croar y a vivir!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Te ruego otra vez...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que no bromee, ¿eh? Pues bromearé. Para estas ocasiones se ha hecho la burla.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que eso es corrosivo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y hay que corroer. Y hay que confundir. Confundir sobre todo, confundirlo todo. Confundir el sueño con la vela, la ficción con la realidad, lo verdadero con lo falso; confundirlo todo en una sola niebla. La broma que no es corrosiva y confundente no sirve para nada. El niño se ríe en la tragedia; el viejo llora en la comedia. Quisiste hacerla rana, te ha hecho rana; acéptalo, pues, y sé para ti mismo rana.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué quieres decir con eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Experimenta en ti mismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, que me suicide.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No digo ni que sí ni que no. Sería una solución como otra, pero no la mejor.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Entonces, que les busque y les mate.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Matar por matar es un desatino. A lo sumo para librarse del odio, que no hace sino corromper el alma. Porque más de un rencoroso se curó del rencor y sintió piedad, y hasta amor a su víctima, una vez que satisfizo su odio en ella. El acto malo libera del mal sentimiento. Y es porque la ley hace el pecado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿qué voy a hacer?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Habrás oído que en este mundo no hay sino devorar o ser devorado...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, burlarse de otros o ser burlado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No; cabe otro término tercero y es devorarse uno a sí mismo, burlarse de sí mismo uno. ¡Devórate! El que devora goza, pero no se harta de recordar el acabamiento de sus goces y se hace pesimista; el que es devorado sufre, y no se harta de esperar la liberación de sus penas y se hace optimista. Devórate a ti mismo, y como el placer de devorarte se confundirá y neutralizará con el dolor de ser devorado, llegarás a la perfecta ecuanimidad de espíritu, a la ataraxia; no serás sino un mero espectáculo para ti mismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿eres tú, tú, Víctor, tú el que me vienes con esas cosas?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sí, yo, Augusto, yo, soy yo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues en un tiempo no pensabas de esa manera tan... corrosiva.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que entonces no era padre.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿el ser padre...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–El ser padre, al que no está loco o es un mentecato, le despierta lo más terrible que hay en el hombre: ¡el sentido de la responsabilidad! Yo entrego a mi hijo el legado perenne de la humanidad. Con meditar en el misterio de la paternidad hay para volverse loco. Y si los más de los padres no se vuelven locos es porque son tontos... o no son padres. Regocíjate, pues, Augusto, que con eso de habérsete escapado te evitó acaso el que fueses padre. Y yo te dije que te casaras, pero no que te hicieses padre. El matrimonio es un experimento... psicológico; la paternidad lo es... patológico.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Es que me ha hecho padre, Víctor!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo?, ¿que te ha hecho padre?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sí, de mí mismo! Con esto creo haber nacido de veras. Y para sufrir, para morir.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, el segundo nacimiento, el verdadero, es nacer por el dolor a la conciencia de la muerte incesante, de que estamos siempre muriendo. Pero si te has hecho padre de ti mismo es que te has hecho hijo de ti mismo también.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Parece imposible, Víctor, parece imposible que pasándome lo que me pasa, después de lo que ha hecho conmigo... ¡ella!, pueda todavía oír con calma estas sutilezas, estos juegos de concepto, estas humoradas macabras, y hasta algo peor...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que me distraigan. ¡Me irrito contra mí mismo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es la comedia, Augusto, es la comedia que representamos ante nosotros mismos, en lo que se llama el foro interno, en el tablado de la conciencia, haciendo a la vez de cómicos y de espectadores. Y en la escena del dolor representamos el dolor y nos parece un desentono el que de repente nos entre ganas de reír entonces. Y es cuando más ganas nos da de ello. ¡Comedia, comedia el dolor!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Y si la comedia del dolor le lleva a uno a suicidarse?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Comedia de suicidio!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Es que se muere de veras!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Comedia también!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues ¿qué es lo real, lo verdadero, lo sentido?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿quién te ha dicho que la comedia no es real y verdadera y sentida?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Entonces?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que todo es uno y lo mismo; que hay que confundir, Augusto, hay que confundir. Y el que no confunde se confunde.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y el que confunde también.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Acaso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Entonces?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues esto, charlar, sutilizar, jugar con las palabras y los vocablos... ¡pasar el rato!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ellos sí que lo estarán pasando!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Y tú también! ¿te has encontrado nunca a tus propios ojos más interesante que ahora? ¿Cómo sabe uno que tiene un miembro si no le duele?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bueno, y ¿qué voy a hacer yo ahora?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Hacer... hacer... hacer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >! ¡Bah, ya te estás sintiendo personaje de drama o de novela! ¡Contentémonos con serlo de... nivola! ¡Hacer... hacer... hacer...! ¿Te parece que hacemos poco con estar así hablando? Es la manía de la acción, es decir, de la pantomima. Dicen que pasan muchas cosas en un drama cuando los actores pueden hacer muchos gestos y dar grandes pasos y fingir duelos y saltar y... ¡pantomima!, ¡pantomima! ¡Hablan demasiado!, dicen otras veces. Como si el hablar no fuese hacer. En el principio fue la Palabra y por la Palabra se hizo todo. Si ahora, por ejemplo, algún... nivolista oculto ahí, tras ese armario, tomase nota taquigráfica de cuanto estamos aquí diciendo y lo reprodujese, es fácil que dijeran los lectores que no pasa nada, y sin embargo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Oh, si pudiesen verme por dentro, Víctor, te aseguro que no dirían tal cosa!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Por dentro?, ¿por dentro de quién?, ¿de ti?, ¿de mí? Nosotros no tenemos dentro. Cuando no dirían que aquí no pasa nada es cuando pudiesen verse por dentro de sí mismos, de ellos, de los que leen. El alma de un personaje de drama, de novela o de nivola no tiene más interior que el que le da...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, su autor.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, el lector.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues yo te aseguro, Víctor...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No asegures nada y devórate. Es lo seguro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y me devoro, me devoro. Empecé, Víctor, como una sombra, como una ficción; durante años he vagado como un fantasma, como un muñeco de niebla, sin creer en mi propia existencia, imaginándome ser un personaje fantástico que un oculto genio inventó para solazarse o desahogarse; pero ahora, después de lo que me han hecho, después de lo que me han hecho, después de esta burla, de esta ferocidad de burla, ¡ahora sí!, ¡ahora me siento, ahora me palpo, ahora no dudo de mi existencia real!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Comedia!, ¡comedia!, ¡comedia!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡,Cómo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, en la comedia entra el que se crea rey el que lo representa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿qué te propones con todo esto?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Distraerte. Y además, que si, como te decía, un nivolista oculto que nos esté oyendo toma nota de nuestras palabras para reproducirlas un día, el lector de la nivola llegue a dudar, siquiera fuese un fugitivo momento, de su propia realidad de bulto y se crea a su vez no más que un personaje nivolesco, como nosotros.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y eso ¿para qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Para redimirle.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, ya he oído decir que lo más liberador del arte es que le hace a uno olvidar que exista. Hay quien se hunde en la lectura de novelas para distraerse de sí mismo, para olvidar sus penas...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, lo más liberador del arte es que le hace a uno dudar de que exista.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿qué es existir?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Ves? Ya te vas curando; ya empiezas a devorarte. Lo prueba esa pregunta. ¡Ser o no sere, que dijo Hamlet, uno de los que inventaron a Shakespeare.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues a mí, Víctor, eso de ser o no ser me ha parecido siempre una solemne vaciedad.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Las frases, cuanto más profundas, son más vacías. No hay profundidad mayor que la de un pozo sin fondo. ¿Qué te parece lo más verdadero de todo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues... pues... lo de Descartes: «Pienso, luego soy.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, sino esto: A = A.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¡eso no es nada!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y por lo mismo es lo más verdadero, porque no es nada. Pero esa otra vaciedad de Descartes, ¿la crees tan incontrovertible?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Y tanto...!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues bien, ¿o dijo eso Descartes?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sí!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y no era verdad. Porque como Descartes no ha sido más que un ente ficticio, una invención de la historia, pues... ¡ni existió... ni pensó!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿quién dijo eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Eso no lo dijo nadie; eso se dijo ello mismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Entonces, ¿el que era y pensaba era el pensamiento ese?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Claro! Y, figúrate, eso equivale a decir que ser es pensar y lo que no piensa no es.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Claro está!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues no pienses, Augusto, no pienses. Y si te empeñas en pensar...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Devórate!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es decir, ¿que me suicide...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En eso ya no me quiero meter. ¡Adiós!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y se salió Víctor, dejando aAugusto perdido y confundido en sus cavilaciones.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-65462709695743049972011-02-21T10:58:00.000-08:002011-05-01T17:41:40.581-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXIX<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: large; ">Todo estaba dispuesto ya para la boda. Augusto la quería recogida y modesta, pero ella, su mujer futura, parecía preferir que se le diese más boato y resonancia.</span></div><span class="Apple-style-span" ><div style="text-align: justify;">A medida que se acercaba aquel plazo, el novio ardía por tomarse ciertas pequeñas libertades y confianzas, y ella, Eugenia, se mantenía más en reserva.</div><div style="text-align: justify;">–Pero ¡si dentro de unos días vamos a ser el uno del otro, Eugenia!</div><div style="text-align: justify;">–Pues por lo mismo. Es menester que empecemos ya a respetarnos.</div><div style="text-align: justify;">–Respeto... Respeto... El respeto excluye el cariño.</div><div style="text-align: justify;">–Eso creerás tú... ¡Hombre al fin!</div><div style="text-align: justify;">Y Augusto notaba en ella algo extraño, algo forzado. Alguna vez parecióle que trataba de esquivar sus miradas. Y se acordó de su madre, de su pobre madre, y del anhelo que sintió siempre porque su hijo se casara bien. Y ahora, próximo a casarse con Eugenia, le atormentaba más lo que Mauricio le dijera de llevarse a Rosario. Sentía celos, unos celos furiosos, y rabia por haber dejado pasar una ocasión, por el ridículo en que quedó ante la mozuela. «Ahora estarán riéndose los dos de mí –se decía–, y él doblemente, porque ha dejado a Eugenia encajándomela y porque se me lleva a Rosario.»</div><div style="text-align: justify;">Y alguna vez le entraron furiosas ganas de romper su compromiso y de ir a la conquista de Rosario, a arrebatársela a Mauricio.</div><div style="text-align: justify;">–Y de aquella mocita, de aquella Rosario, ¿qué se ha hecho? –le preguntó Eugenia unos días antes del de la boda.</div><div style="text-align: justify;">–Y ¿a qué viene recordarme ahora eso?</div><div style="text-align: justify;">–¡Ah, si no te gusta el recuerdo, lo dejaré!</div><div style="text-align: justify;">–No... no... pero...</div><div style="text-align: justify;">–Sí, como una vez interrumpió ella una entrevista nuestra... ¿No has vuelto a saber de ella? –y le miró con mirada de las que atraviesan.</div><div style="text-align: justify;">–No, no he vuelto a saber de ella.</div><div style="text-align: justify;">–¿Quién la estará conquistando o quién la habrá conquistado a estas horas...? –y apartando su mirada de Augusto la fijó en el vacío, más allá de lo que miraba.</div><div style="text-align: justify;">Por la mente del novio pasaron, en tropel, extraños agüeros. «Esta parece saber algo», se fijo, y luego en voz alta:</div><div style="text-align: justify;">–¿Es que sabes algo?</div><div style="text-align: justify;">–¿Yo? –contestó ella fingiendo indiferencia y volvió a mirarle.</div><div style="text-align: justify;">Entre los dos flotaba sombra de misterio.</div><div style="text-align: justify;">–Supongo que la habrás olvidado...</div><div style="text-align: justify;">–Pero ¿a qué esta insistencia en hablarme de esa... chiquilla?</div><div style="text-align: justify;">–¡Qué sé yo!... Porque, hablando de otra cosa, ¿qué le pasará a un hombre cuando otro le quita la mujer a que pretendía y se la lleva?</div><div style="text-align: justify;">A Augusto le subió una oleada de sangre a la cabeza al oír esto. Entráronle ganas de salir, correr en busca de Rosario, ganarla y volver con ella a Eugenia para decir a esta: «¡Aquí la tienes, es mía y no de... tu Mauricio!»</div><div style="text-align: justify;">Faltaban tres días para el de la boda. Augusto salió de casa de su novia pensativo. Apenas pudo dormir aquella noche.</div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente, apenas despertó, entró Liduvina en su cuarto.</div><div style="text-align: justify;">–Aquí hay una carta para el señorito; acaban de traerla. Me parece que es de la señorita Eugenia...</div><div style="text-align: justify;">–¿Carta?, ¿de ella?, ¿de ella carta? ¡Déjala ahí y vete!</div><div style="text-align: justify;">Salió Liduvina. Augusto empezó a temblar. Un extraño desasosiego le agitaba el corazón. Se acordó de Rosario, luego de Mauricio. Pero no quiso tocar la carta. Miró con terror al sobre. Se levantó, se lavó, se vistió, pidió el desayuno, devorándolo luego. «No, no quiero leerla aquí», se dijo. Salió de su casa, fuese a la iglesia más próxima, y allí, entre unos cuantos devotos que oían misa, abrió la carta. «Aquí tendré que contenerme –se dijo–, porque yo no sé qué cosas me dice el corazón.»</div><div style="text-align: justify;">Y decía la carta:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá vivir juntos con algún desahogo. No te pido que me perdones, porque después de esto creo que te convencerás de que ni yo te hubiera hecho feliz ni tú mucho menos a mí. Cuando se te pase la primera impresión volveré a escribirte para explicarte por qué doy este paso ahora y de esta manera. Mauricio quería que nos hubiéramos escapado el día mismo de la boda, después de salir de la iglesia; pero su plan era muy complicado y me pareció, además, una crueldad inútil. Y como te dije en otra ocasión, creo quedaremos amigos. Tu amiga.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eugenia Domingo del Arco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">P.S. No viene con nosotros Rosario. Te queda ahí y puedes con ella consolarte.»</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Augusto se dejó caer en un banco, anonadado. Al poco rato se arrodilló y rezaba.</div><div style="text-align: justify;">Al salir de la iglesia parecíale que iba tranquilo, mas era una terrible tranquilidad de bochorno. Se dirigió a casa de Eugenia, donde encontró a los pobres tíos consternados. La sobrina les había comunicado por carta su determinación y no remaneció en toda la noche. Había tomado la pareja un tren que salió al anochecer, muy poco después de la última entrevista de Augusto con su novia.</div><div style="text-align: justify;">–Y ¿qué hacemos ahora? –dijo doña Ermelinda.</div><div style="text-align: justify;">–¡Qué hemos de hacer, señora –contestó Augusto–, sino aguantarnos!</div><div style="text-align: justify;">–¡Esto es una indignidad –exclamó don Fermín–; estas cosas no debían quedar sin un ejemplar castigo!</div><div style="text-align: justify;">–Y ¿es usted, don Fermín, usted, el anarquista...?</div><div style="text-align: justify;">–Y ¿qué tiene que ver? Estas cosas no se hacen así. ¡No se engaña así a un hombre!</div><div style="text-align: justify;">–¡Al otro no le ha engañado! –dijo fríamente Augusto, y después de haberlo dicho se aterró de la frialdad con que lo dijera.</div><div style="text-align: justify;">–Pero le engañará... le engañará... ¡no lo dude usted!</div><div style="text-align: justify;">Augusto sintió un placer diabólico al pensar que Eugenia engañaría al cabo a Mauricio. «Pero no ya conmigo», se dijo muy bajito, de modo que apenas si se oyese a sí mismo.</div><div style="text-align: justify;">–Bueno, señores, lamento lo sucedido, y más que nada por su sobrina, pero debo retirarme.</div><div style="text-align: justify;">–Usted comprenderá, don Augusto, que nosotros... –empezó doña Ermelinda.</div><div style="text-align: justify;">–¡Claro!, ¡claro! Pero...</div><div style="text-align: justify;">Aquello no podía prolongarse. Augusto, después de breves palabras más, se salió.</div><div style="text-align: justify;">Iba aterrado de sí mismo y de lo que le pasaba, o mejor aún, de lo que no le pasaba. Aquella frialdad, al menos aparente, con que recibió el golpe de la burla suprema, aquella calma le hacía que hasta dudase de su propia existencia. «Si yo fuese un hombre como los demás –se decía–, con corazón; si fuese siquiera un hombre, si existiese de verdad, ¿cómo podía haber recibido esto con la relativa tranquilidad con que lo recibo?» Y empezó, sin darse de ello cuenta, a palparse, y hasta se pellizcó para ver si lo sentía.</div><div style="text-align: justify;">De pronto sintió que alguien le tiraba de una pierna. Era Orfeo, que le había salido al encuentro, para consolarlo. Al ver a Orfeo sintió, ¡cosa extraña!, una gran alegría, lo tomó en brazos y le dijo: «¡Alégrate, Orfeo mío, alégrate!, ¡alegrémonos los dos! ¡Ya no te echan de casa; ya no te separan de mí; ya no nos separarán al uno del otro! Viviremos juntos en la vida y en la muerte. No hay mal que por bien no venga, por grande que el mal sea y por pequeño que sea el bien, o al revés. ¡Tú, tú eres fiel, Orfeo mío, tú eres fiel! Yo ya supongo que algunas veces buscarás tu perra, pero no por eso huyes de casa, no por eso me abandonas; tú eres fiel, tú. Y mira, para que no tengas nunca que marcharte, traeré una perra a casa, sí, te la traeré. Porque ahora, ¿es que has salido a mi encuentro para consolar la pena que debía tener, o es que me encuentras al volver de una visita a tu perra? De todos modos, tú eres fiel, tú, y ya nadie te echará de mi casa, nadie nos separará.»</div><div style="text-align: justify;">Entró en su casa, y no bien se volvió a ver en ella, solo, se le desencadenó en el alma la tempestad que parecía calma. Le invadió un sentimiento en que se daban confundidos tristeza, amarga tristeza, celos, rabia, miedo, odio, amor, compasión, desprecio, y sobre todo vergüenza, una enorme vergüenza, y la terrible conciencia del ridículo en que quedaba.</div><div style="text-align: justify;">–¡Me ha matado! –le dijo a Liduvina.</div><div style="text-align: justify;">–¿Quién?</div><div style="text-align: justify;">–Ella.</div><div style="text-align: justify;">Y se encerró en su cuarto. Y a la vez que las imágenes de Eugenia y de Mauricio presentábase a su espíritu la de Rosario, que también se burlaba de él. Y recordaba a su madre. Se echó sobre la cama, mordió la almohada, no acertaba a decirse nada concreto, se le enmudeció el monólogo, sintió como si se le acorchase el alma y rompió a llorar. Y lloró, lloró, lloró. Y en el llanto silencioso se le derretía el pensamiento.</div></span>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-65566433446939066242011-02-21T10:54:00.000-08:002011-05-01T17:42:04.892-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXVIII<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Torció el gesto Augusto cuando una mañana le anunció Liduvina que un joven le esperaba y se encontró luego con que era Mauricio. Estuvo por despedirlo sin oírle, pero le atraía aquel hombre que fue en un tiempo novio de Eugenia, al que esta quiso y acaso seguía queriendo en algún modo; aquel hombre que tal vez sabía de la que iba a ser mujer de él, de Augusto, intimidades que este ignoraba; de aquel hombre que... Había algo que les unía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Vengo, señor –empezó sumisamente Mauricio–, a darle las gracias por el favor insigne que merced a la mediación de Eugenia usted se ha dignado otorgarme...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No tiene usted de qué darme las gracias, señor mío, y espero que en adelante dejará usted en paz a la que va a ser mi mujer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¡si yo no la he molestado lo más mínimo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sé a qué atenerme.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Desde que me despidió, a hizo bien en despedirme, porque no soy yo el que a ella corresponde, he procurado consolarme como mejor he podido de esa desgracia y respetar, por supuesto, sus determinaciones. Y si ella le ha dicho a usted otra cosa...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Le ruego que no vuelva a mentar a la que va a ser mi mujer, y mucho menos que insinúe siquiera el que haya faltado lo más mínimo a la verdad. Consuélese como pueda y déjenos en paz.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es verdad. Y vuelvo a darles a ustedes dos las gracias por el favor que me han hecho proporcionándome ese empleíto. Iré a servirlo y me consolaré como pueda. Por cierto que pienso llevarme conmigo a una muchachita...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿a mí qué me importa eso, caballero?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que me parece que usted debe de conocerla...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo?, ¿cómo?, ¿quiere usted burlarse...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No... no... Es una tal Rosario, que está en un taller de planchado y que me parece le solía llevar a usted la plancha...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Augusto palideció. «¿Sabrá este todo?» , se dijo, y esto le azaró aún más que su anterior sospecha de que aquel hombre supiese de Eugenia lo que él no sabía. Pero repúsose al pronto y exclamó:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿a qué me viene usted ahora con eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Me parece –prosiguió Mauricio, como si no hubiese oído nada– que a los despreciados se nos debe dejar el que nos consolemos los unos con los otros.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿qué quiere usted decir, hombre, qué quiere usted decir? –y pensó Augusto si allí, en aquel que fue escenario de su última aventura con Rosario, estrangularía o no a aquel hombre.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No se exalte así, don Augusto, no se exalte así! No quiero decir sino lo que he dicho. Ella... la que usted no quiere que yo miente, me despreció, me despachó, y yo me he encontrado con esa pobre chicuela, a la que otro despreció y...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Augusto no pudo ya contenerse; palideció primero, se encendió después, levantóse, cogió a Mauricio por los dos brazos, lo levantó en vilo y le arrojó en el sofá sin darse clara cuenta de lo que hacía, como para estrangularlo. Y entonces, al verse Mauricio en el sofá, dijo con la mayor frialdad:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Mírese usted ahora, don Augusto, en mis pupilas y verá qué chiquito se ve...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >El pobre Augusto creyó derretirse. Por lo menos se le derritió la fuerza toda de los brazos, empezó la estancia a convertirse en niebla a sus ojos; pensó: «¿Estaré soñando?», y se encontró con que Mauricio, de pie ya y frente a él, le miraba con una socarrona sonrisa:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Oh, no ha sido nada, don Augusto, no ha sido nada! Perdóneme usted, un arrebato... ni sé siquiera lo que me hice... ni me di cuenta... Y ¡gracias, gracias, otra vez gracias!, ¡gracias a usted y a... ella! ¡Adiós!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Apenas había salido Mauricio, llamó Augusto a Liduvina.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Di, Liduvina, ¿quién ha estado aquí conmigo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Un joven.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿De qué señas?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿necesita usted que se lo diga?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿De veras, ha estado aquí alguien conmigo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Señorito!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No... no... júrame que ha estado aquí conmigo un joven y de las señas que me digas... alto, rubio, ¿no es eso?, de bigote, más bien grueso que flaco, de nariz aguileña... ¿ha estado?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿está usted bueno, don Augusto?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿No ha sido un sueño...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Como no lo hayamos soñado los dos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, no pueden soñar dos al mismo tiempo la misma cosa. Y precisamente se conoce que algo no es sueño en que no es de uno solo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues ¡sí, estése tranquilo, sí! Estuvo ese joven que dice.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿qué dijo al salir?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Al salir no habló conmigo... ni le vi...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y tú ¿sabes quién es, Liduvina?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, sé quién es. El que fue novio de...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, basta. Y ahora, ¿de quién lo es?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Eso ya sería saber demasiado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Como las mujeres sabéis tantas cosas que no os enseñan...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, y en cambio no logramos aprender las que quieren enseñamos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues bueno, di la verdad, Liduvina: ¿no sabes con quién anda ahora ese... prójimo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, pero me lo figuro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Por qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Por lo que está usted diciendo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bueno, llama ahora a Domingo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Para qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Para saber si estoy también todavía soñando o no, y si tú eres de verdad Liduvina, su mujer, o si...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿O si Domingo está soñando también? Pero creo que hay otra cosa mejor.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cuál?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que venga Orfeo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Tienes razón; ¡ese no sueña!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Al poco rato, habiendo ya salido Liduvina, entraba el perro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«¡Ven acá, Orfeo –le dijo su amo–, ven acá! ¡Pobrecito!, ¡qué pocos días te quedan ya de vivir conmigo! No te quiere ella en casa. Y ¿adónde voy a echarte?, ¿qué voy a hacer de ti?, ¿qué será de ti sin mí? Eres capaz de morirte, ¡lo sé! Sólo un perro es capaz de morirse al verse sin amo. Y yo he sido más que tu amo, ¡tu padre, tu dios! ¡No te quiere en casa; te echa de mi lado! ¿Es que tú, el símbolo de la felicidad, le estorbas en casa? ¡Quién lo sabe...! Acaso un perro sorprende los más secretos pensamientos de las personas con quienes vive, y aunque se calle... ¡Y tengo que casarme, no tengo más remedio que casarme... si no, jamás voy a salir del sueño! Tengo que despertar.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Pero ¿por qué me miras así, Orfeo? ¡Si parece que lloras sin lágrimas...! ¿Es que me quieres decir algo?, te veo sufrir por no tener palabras. ¡Qué pronto aseguré que tú no sueñas! ¡Tú sí que me estás soñando, Orfeo! ¿Por qué somos hombres los hombres sino porque hay perros y gatos y caballos y bueyes y ovejas y animales de toda clase, sobre todo domésticos?, ¿es que a falta de animales domésticos en que descargar el peso de la animalidad de la vida habría el hombre llegado a su humanidad? ¿Es que a no haber domesticado el hombre al caballo no andaría la mitad de nuestro linaje llevando a cuestas a la otra mitad? Sí, a vosotros se os debe la civilización. Y a las mujeres. Pero ¿no es acaso la mujer otro animal doméstico? Y de no haber mujeres, ¿serían hombres los hombres? ¡Ay, Orfeo, viene de fuera quien de casa te echa! »</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y le apretó contra su seno, y el perro, que parecía en efecto llorar, le lamía la barba.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-24049430532560528432011-02-21T10:53:00.000-08:002011-05-01T17:42:47.424-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXVII<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Empezó entonces para Augusto una nueva vida. Casi todo el día se lo pasaba en casa de su novia y estudiande no psicología, sino estética.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >¿Y Rosario? Rosario no volvió por su casa. La siguiente vez que le llevaron la ropa planchada fue otra la que se la llevó, una mujer cualquiera. Y apenas se atrevié a preguntar por qué no venía ya Rosario. ¿Para qué, si le adivinaba? Y este desprecio, porque no era sino desprecio, bien lo conocía y, lejos de dolerle, casi le hizo gracia, Bien. Bien se desquitaría él en Eugenia. Que, por supuesto, seguía con lo de: «¡Eh, cuidadito y manos quedas!» ¡Buena era ella para otra cosa!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Eugenia le tenía a ración de vista y no más que de vista, encendiéndole el apetito. Una vez le dijo él:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Me entran unas ganas de hacer unos versos a tus ojos!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y ella le contestó:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Hazlos!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Mas para ello –agregó él– sería conveniente que tocases un poco el piano. Oyéndote en él, en tu instrumento profesional, me inspiraría.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ya sabes, Augusto, que desde que, gracias a tu generosidad, he podido ir dejando mis lecciones no he vuelto a tocar el piano y que lo aborrezco. ¡Me ha costado tantas molestias!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No importa, tócalo, Eugenia, tócalo para que yo escriba mis versos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sea, pero por única vez!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Sentóse Eugenia a tocar el piano y mientras lo tocaba escribió Augusto esto:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" ><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Mi alma vagaba lejos de mi cuerpo</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >en las brumas perdidas de la idea,</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >perdida allá en las notas de la música</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >que según dicen cantan las esferas;</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >y yacía mi cuerpo solitario</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >sin alma y triste errando por la tierra.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Nacidos para arar juntos la vida</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >no vivían; porque él era materia</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >tan sólo y ella nada más que espíritu</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >buscando completarse, ¡dulce Eugenia!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Mas brotaron tus ojos como fuentes</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >de viva luz encima de mi senda</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >y prendieron a mi alma y la trajeron</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >del vago cielo a la dudosa tierra,</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >metiéronla en mi cuerpo, y desde entonces</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >¡y sólo desde entonces vivo, Eugenia!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Son tus ojos cual clavos encendidos</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >que mi cuerpo a mi espíritu sujetan,</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >que hacen que sueñe en mi febril la sangre</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >y que en carne convierten mis ideas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >¡Si esa luz de mi vida se apagara,</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >desuncidos espíritu y materia,</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >perderíame en brumas celestiales</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >y del profundo en la voraz tiniebla!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué te parecen? –le preguntó Augusto luego que se los hubo leído.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Como mi piano, poco o nada musicales. Y eso de «según dicen...» .</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, es para darle familiaridad...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y lo de «dulce Eugenia» me parece un ripio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué?, ¿que eres un ripio tú?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ahí, en esos versos, sí! Y luego todo eso me parece muy... muy...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Vamos, sí, muy nivodesco.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué es eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Nada, un timo que nos traemos entre Víctor y yo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues mira, Augusto, yo no quiero timos en mi casa luego que nos casemos, ¿sabes? Ni timos ni perros. Conque ya puedes ir pensando lo que has de hacer de Orfeo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¡Eugenia, por Dios!, ¡si ya sabes cómo le encontré, pobrecillo!, ¡si es además mi confidente...!, ¡si es a quien dirijo mis monólogos todos...!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que cuando nos casemos no ha de haber monólogos en mi casa. ¡Está de más el perro!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Por Dios, Eugenia, siquiera hasta que tengamos un hijo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Si lo tenemos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Claro, si lo tenemos. Y si no, ¿por qué no el perro?, ¿por qué no el perro, del que se ha dicho con tanta justicia que sería el mejor amigo del hombre si tuviese dinero...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, si tuviese dinero el perro no sería amigo del hombre, estoy segura de ello. Porque no lo tiene es su amigo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Otro día le dijo Eugenia a Augusto:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Mira, Augusto, tengo que hablarte de una cosa grave, muy grave, y te ruego que me perdones de antemano si lo que voy a decirte...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Por Dios, Eugenia, habla!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Tú sabes aquel novio que tuve...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, Mauricio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero no sabes por qué le tuve que despachar al muy sinvergüenza...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No quiero saberlo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Eso te honra. Pues bien; le tuve que despachar al haragán y sinvergüenza aquel, pero...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué, te persigue todavía?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Todavía!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ah, como yo le coja!...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, no es eso. Me persigue, pero no ya con las intenciones que tú crees, sino con otras.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡A ver!, ¡a ver!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No te alarmes, Augusto, no te alarmes. El pobre Mauricio no muerde, ladra.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ah, pues haz lo que dice el refrán árabe: «Si vas a detenerte con cada perro que te salga a ladrar al camino; nunca llegarás al fin de él.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >No sirve tirarles piedras. No le hagas caso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Creo que hay otro medio mejor.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cuál?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Llevar a prevención mendrugos de pan en el bolsillo e irlos tirando a los perros que salen a ladrarnos, porque ladran por hambre.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué quieres decir?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que ahora Mauricio no pretende sino que le busque una colocación cualquiera o un modo de vivir y dice que me dejará en paz, y si no...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Si no...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Amenaza con perseguirme para comprometerme...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Desvergonzado!, ¡bandido!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No te exaltes. Y creo que lo mejor es quitámosle de enmedio buscándole una colocación cualquiera que le dé para vivir y que sea lo más lejos posible. Es, además, de mi parte algo de compasión porque el pobrecillo es como es, y...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Acaso tengas razón, Eugenia. Y mira, creo que podré arreglarlo todo. Mañana mismo hablaré a un amigo mío y me parece que le buscaremos ese empleo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y, en efecto, pudo encontrarle el empleo y conseguir que le destinasen bastante lejos.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-8498552717387346212011-02-21T10:52:00.000-08:002011-05-01T17:43:10.598-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXVI<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Augusto se dirigió a casa de Eugenia dispuesto a tentar la última experiencia psicológica, la definitiva, aunque temiendo que ella le rechazase. Y encontróse con ella en la escalera, que bajaba para salir cuando él subía para entrar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Usted por aquí, don Augusto?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, yo; mas puesto que tiene usted que salir, lo dejaré para otro día; me vuelvo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, está arriba mi tío.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No es con su tío, es con usted, Eugenia, con quien tenía que hablar. Dejémoslo para otro día.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, no, volvamos. Las cosas en caliente.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que si está su tío.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Bah!, ¡es anarquista! No le llamaremos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y obligó a Augusto a que subiese con ella. El pobre hombre, que había ido con aires de experimentador, sentíase ahora rana.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Cuando estuvieron solos en la sala, Eugenia, sin quitarse el sombrero, con el traje de calle con que había entrado, le dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bien, sepamos qué es lo que tenía que decirme.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues... pues... –y el pobre Augusto balbuceaba– pues... pues...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bien; pues ¿qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que no puedo descansar, Eugenia; que les he dado mil vueltas en el magín a las cosas que nos dijimos la última vez que hablamos, y que a pesar de todo no puedo resignarme, ¡no, no puedo resignarme, no lo puedo!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿a qué es lo que no puede usted resignarse?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues ¡a esto, Eugenia, a esto!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿qué es esto?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–A esto, a que no seamos más que amigos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Más que amigos...! ¿Le parece a usted poco, señor don Augusto?, ¿o es que quiere usted que seamos menos que amigos?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, Eugenia, no, no es eso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues ¿qué es?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Por Dios, no me haga sufrir.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–El que se hace sufrir es usted mismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No puedo resignarme, no!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues ¿qué quiere usted?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Que seamos... marido y mujer!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Acabáramos!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Para acabar hay que empezar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Y aquella palabra que me dio usted?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No sabía lo que me decía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y la Rosario aquella...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Oh, por Dios, Eugenia, no me recuerdes eso!, ¡no pienses en la Rosario!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Eugenia entonces se quitó el sombrero, lo dejó sobre una mesilla, volvió a sentarse y luego pausadamente y con solemnidad dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues bien, Augusto, ya que tú, que eres al fin y al cabo un hombre, no te crees obligado a guardar la palabra, yo que no soy nada más que una mujer tampoco debo guardarla. Además, quiero librarte de la Rosario y de las demás Rosarios o Petras que puedan envolverte. Lo que no hizo la gratitud por tu desprendimiento ni hizo el despecho de lo que con Mauricio me paso –ya ves si te soy franca– hace la compasión. ¡Sí, Augusto, me das pena, mucha pena! –y al decir esto le dio dos leves palmaditas con la diestra en una rodilla.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Eugenia! –y le tendió los brazos como para cogerla.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Eh, cuidadito! –exclamó ella apartándoselos y hurtándose de ellos– ¡cuidadito!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues la otra vez... la última vez...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sí, pero entonces era diferente!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Estoy haciendo de rana», pensó el psicólogo experimental.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Sí –prosiguió Eugenia–, a un amigo, nada más que amigo, pueden permitírsele ciertas pequeñas libertades que no se deben otorgar al... vamos, al... novio!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues no lo comprendo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Cuando nos hayamos casado, Augusto, te lo explicaré. Y ahora, quietecito, ¿eh?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Esto es hecho», pensó Augusto, que se sintió ya completa y perfectamente rana.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ahora –agregó Eugenia levantándose– voy a llamar a mi tío.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Para qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Toma, para darle parte!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Es verdad! –exclamó Augusto, consternado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Al momento llegó don Fermín.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Mire usted, tío –le dijo Eugenia–, aquí tiene usted a don Augusto Pérez, que ha venido a pedirme la mano. Y yo se la he concedido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Admirable!, ¡admirable! –exclamó don Fermín–, ¡admirable! ¡Ven acá, hija mía, ven acá que te abrace!, ¡admirable!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Tanto le admira a usted que vayamos a casarnos, tío? –No, lo que me admira, lo que me arrebata, lo que me subyuga es la manera de haber resuelto este asunto, los dos solos, sin medianeros... ¡viva la anarquía! Y es lástima, es lástima que para llevar a cabo vuestro propósito tengáis que acudir a la autoridad... Por supuesto, sin acatarla en el fuero interno de vuestra conciencia, ¿eh?, pro formula, nada más que pro formula. Porque yo sé que os consideráis ya marido y mujer. ¡Y en todo caso yo, yo solo, en nombre del Dios anárquico, os caso! Y esto basta. ¡Admirable!, ¡admirable! Don Augusto, desde hoy esta casa es su casa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Desde hoy?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Tiene usted razón, sí, lo fue siempre. Mi casa... ¿mía? Esta casa que habito fue siempre de usted, fue siempre de todos mis hermanos. Pero desde hoy... usted me entiende.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, le entiende a usted, tío.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >En aquel momento llamaron a la puerta y Eugenia dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡La tía!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y al entrar esta en la sala y ver aquello, exclamó:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ya, ¡enterada! ¿Conque es cosa hecha? Esto ya me lo sabía yo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Augusto pensaba: «¡Rana, rana completa! Y me han pescado entre todos.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Se quedará usted hoy a comer con nosotros, por supuesto, para celebrarlo... –dijo doña Ermelinda.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Y qué remedio! –se le escapó al pobre rana.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-61810665858889292102011-02-21T10:51:00.000-08:002011-05-01T17:43:33.131-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXV<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Fue Augusto a ver a Víctor, a acariciar al tardío hijo de este, a recrearse en la contemplación de la nueva felicidad de aquel hogar, y de paso a consultar con él sobre el estado de su espíritu. Y al encontrarse con su amigo a solas, le dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Y de aquella novela o... ¿cómo era?... ¡ah, sí, nivola!... que estabas escribiendo?, ¿supongo que ahora, con lo del hijo, la habrás abandonado?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues supones mal. Precisamente por eso, por ser ya padre, he vuelto a ella. Y en ella desahogo el buen humor que me llena.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Querrías leerme algo de ella?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Sacó Víctor las cuartillas y empezó a leer por aquí y por allá a su amigo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero, hombre, ¡te me han cambiado! –exclamó Augusto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Por qué?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Porque ahí hay cosas que rayan en lo pornográfico y hasta a las veces pasan de ello...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Pornográfico? ¡De ninguna manera! Lo que hay aquí son crudezas, pero no pornografías. Alguna vez algún desnudo, pero nunca un desvestido... Lo que hay es realismo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Realismo, sí, y además...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Cinismo, ¿no es eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Cinismo, sí!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero el cinismo no es pornografía. Estas crudezas son un modo de excitar la imaginación para conducirla a un examen más penetrante de la realidad de las cosas; estas crudezas son crudezas... pedagógicas. ¡Lo dicho, pedagógicas!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y algo grotescas...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En efecto, no te lo niego. Gusto de la bufonería.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que es siempre en el fondo tétrica.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Por lo mismo. No me agradan sino los chistes lúgubres, las gracias funerarias. La risa por la risa misma me da grima, y hasta miedo. La risa no es sino la preparación para la tragedia.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues a mí esas bufonadas crudas me producen un detestable efecto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Porque eres un solitario, Augusto, un solitario, entiéndemelo bien, un solitario... Y yo las escribo para curar... No, no, no las escribo para nada, sino porque me divierte escribirlas, y si divierten a los que las lean me doy por pagado. Pero si a la vez logro con ellas poner en camino de curación a algún solitario como tú, de doble soledad...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Doble?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, soledad de cuerpo y soledad de alma.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–A propósito, Victor...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, ya sé lo que vas a decirme. Venías a consultarme sobre tu estado, que desde hace algún tiempo es alarmante, verdaderamente alarmante, ¿no es eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, eso es.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Lo adiviné. Pues bien, Augusto, cásate y cásate cuanto antes.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿con cuál?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ah!, pero ¿hay más de una?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿cómo has adivinado también esto?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Muy sencillo. Si hubieses preguntado: pero ¿con quién?, no habría supuesto que hay más de una ni que esa una haya; mas al preguntar: pero ¿con cuál?, se entiende con cuál de las dos, o tres, o diez, o ene.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es verdad.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Cásate, pues, cásate, con una cualquiera de las ene de que estás enamorado, con la que tengas más a mano. Y sin pensarlo demasiado. Ya ves, yo me casé sin pensarlo; nos tuvieron que casar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es que ahora me ha dado por dedicarme a las experiencias de psicología femenina.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–La única experiencia psicológica sobre la Mujer es el matrimonio. El que no se casa, jamás podrá experimentar psicológicamente el alma de la Mujer. El único laboratorio de psicología femenina o de ginepsicología es el matrimonio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¡eso no tiene remedio!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ninguna experimentación de verdad le tiene. Todo el que se mete a querer experimentar algo, pero guardando la retirada, no quemando las naves, nunca sabe nada de cierto. Jamás te fíes de otro cirujano que de aquel que se haya amputado a sí mismo algún propio miembro, ni te entregues a alienista que no esté loco. Cásate, pues, si quieres saber psicología.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–De modo que los solteros...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–La de los solteros no es psicología; no es más que metafísica, es decir, más allá de la física, más allá de lo natural.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿qué es eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Poco menos que en lo que estás tú.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Yo estoy en la metafísica? Pero ¡si yo, querido Victor, no estoy más allá de lo natural, sino más acá de ello!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Es igual.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo que es igual?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, más acá de lo natural es lo mismo que más allá, como más allá del espacio es lo mismo que más acá de él. ¿Ves esta línea? –y trazó una línea en un papel–. Prolongada por uno y otro extremo al infinito y los extremos se encontrarán, cerrarán en el infinito, donde se encuentra todo y todo se lía. Toda recta es curva de una circunferencia de radio infinito y en el infinito cierra. Luego lo mismo da lo de más acá de lo natural que lo de más allá. ¿No está claro?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, está oscurísimo, muy oscuro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues porque está tan oscuro, cásate.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, pero... ¡me asaltan tantas dudas!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Mejor, pequeño Hamlet, mejor. ¿Dudas?, luego piensas; ¿piensas?, luego eres.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, dudar es pensar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y pensar es dudar y nada más que dudar. Se cree, se sabe, se imagina sin dudar; ni la fe, ni el conocimiento, ni la imaginación suponen duda y hasta la duda las destruye, pero no se piensa sin dudar. Y es la duda lo que de la fe y del conocimiento, que son algo estático, quieto, muerto, hace pensamiento, que es dinámico, inquieto, vivo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Y la imaginación?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, ahí cabe alguna duda. Suelo dudar lo que les he de hacer decir o hacer a los personajes de mi nivola, y aun después de que les he hecho decir o hacer algo dudo de si estuvo bien y si es lo que en verdad les corresponde. Pero... ¡paso por todo! Sí, sí, cabe duda en el imaginar, que es un pensar...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Mientras Augusto y Victor sostenían esta conversación nivolesca, yo, el autor de esta nivola, que tienes, lector, en la mano y estás leyendo, me sonreía enigmáticamente al ver que mis nivolescos personajes estaban abogando por mí y justijïcando mis procedimientos, y me decía a mí mismo: «¡Cuán lejos estarán estos infelices de pensar que no están haciendo otra cosa que tratar de justificar lo que yo estoy haciendo con ellos! Así cuando uno busca razones para justificarse no hace en rigor otra cosa que justijicar a Dios. Y yo soy el Dios de estos dos pobres diablos nivolescos.»</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-45548166086210908592011-02-21T10:39:00.000-08:002011-05-01T17:46:18.481-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXIV<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: large; ">Cuando salió Augusto de su entrevista con Paparrigópulos íbase diciendo: «De modo que tengo que renunciar a una de las dos o buscar una tercera. Aunque para esto del estudio psicológico bien me puede servir de tercer término, de término puramente ideal de comparación, Liduvina. Tengo, pues, tres: Eugenia, que me habla a la imaginación, a la cabeza; Rosario, que me habla al corazón, y Liduvina, mi cocinera, que me habla al estómago. Y cabeza, corazón y estómago son las tres facultades del alma que otros llaman inteligencia, sentimiento y voluntad. Se piensa con la cabeza, se siente con el corazón y se quiere con el estómago. ¡Esto es evidente! Y ahora...»</span></div><span class="Apple-style-span" ><div style="text-align: justify;">«Ahora –prosiguió pensando–, ¡una idea luminosa, luminosísima! Voy a fingir que quiero pretender de nuevo a Eugenia, voy a solicitarla de nuevo, a ver si me admite de novio, de futuro marido, claro que no más que para probarla, como un experimento psicológico y seguro como estoy de que ella me rechazará... ¡pues no faltaba más! Tiene que rechazarme. Después de lo pasado, después de lo que en nuestra última entrevista me dijo, no es posible ya que me admita. Es una mujer de palabra, creo. Mas... ¿es que las mujeres tienen palabra?, ¿es que la mujer, la Mujer, así, con letra mayúscula, la única, la que se reparte entre millones de cuerpos femeninos y más o menos hermosos –más bien más que menos–; es que la Mujer está obligada a guardar su palabra? Eso de guardar su palabra, ¿no es acaso masculino? Pero ¡no, no! Eugenia no puede admitirme; no me quiere. No me quiere y aceptó ya mi dádiva. Y si aceptó mi dádiva y la disfruta, ¿para qué va a quererme?»</div><div style="text-align: justify;">«Pero... ¿y si, volviéndose atrás de lo que me dijo –pensó luego–, me dice que sí y me acepta como novio, como futuro marido? Porque hay que ponerse en todo. ¿Y si me acepta?, digo. ¡Me fastidia! ¡Me pesca con mi propio anzuelo! ¡Eso sí que sería el pescador pescado! Pero ¡no, no!, ¡no puede ser! ¿Y si es? ¡Ah! entonces no queda sino resignarse. ¿Resignarse? Sí, resignarse. Hay que saber resignarse a la buena fortuna. Y acaso la resignación a la dicha es la ciencia más difícil. ¿No nos dice Píndaro que las desgracias todas de Tántalo le provinieron de no haber podido digerir su felicidad? ¡Hay que digerir la felicidad! Y si Eugenia me dice que sí, si me acepta, entonces... ¡venció la psicología! ¡Viva la psicología! Pero ¡no, no, no! No me aceptará, no puede aceptarme, aunque sólo sea por salirse con la suya. Una mujer como Eugenia no da su brazo a torcer; la Mujer, cuando se pone frente al Hombre a ver cuál es de más tesón y constancia en sus propósitos, es capaz de todo. ¡No, no me aceptará!»</div><div style="text-align: justify;">–Rosarito le espera.</div><div style="text-align: justify;">Con tres palabras, preñadas de sentimientos, interrumpió Liduvina el curso de las reflexiones de su amo.</div><div style="text-align: justify;">–Di, Liduvina, ¿crees tú que las mujeres sois fieles a lo que una vez hayáis dicho?, ¿sabéis guardar vuestra palabra?</div><div style="text-align: justify;">–Según y conforme.</div><div style="text-align: justify;">–Sí, el estribillo de tu marido. Pero contesta derechamente y no como acostumbráis hacer las mujeres, que rara vez contestáis a lo que se os pregunta, sino a lo que se os figuraba que se os iba a preguntar.</div><div style="text-align: justify;">–Y ¿qué es lo que usted quiso preguntarme?</div><div style="text-align: justify;">–Que si vosotras las mujeres guardáis una palabra que hubiéseis dado.</div><div style="text-align: justify;">–Según la palabra.</div><div style="text-align: justify;">–¿Cómo según la palabra?</div><div style="text-align: justify;">–Pues claro está. Unas palabras se dan para guardarlas y otras para no guardarlas. Ya nadie se engaña, porque es valor entendido...</div><div style="text-align: justify;">–Bueno, bueno, di a Rosario que entre.</div><div style="text-align: justify;">Y cuando Rosario entró preguntóle Augusto:</div><div style="text-align: justify;">–Di Rosario, ¿qué crees tú, que una mujer debe guardar la palabra que dio o que no debe guardarla?</div><div style="text-align: justify;">–No recuerdo haberle dado a usted palabra alguna...</div><div style="text-align: justify;">–No se trata de eso, sino de si debe o no una mujer guardar la palabra que dio...</div><div style="text-align: justify;">–Ah, sí, lo dice usted por la otra... por esa mujer...</div><div style="text-align: justify;">–Por lo que lo diga; ¿qué crees tú?</div><div style="text-align: justify;">–Pues yo no entiendo de esas cosas...</div><div style="text-align: justify;">–¡No importa!</div><div style="text-align: justify;">–Bueno, ya que usted se empeña, le diré que lo mejor es no dar palabra alguna.</div><div style="text-align: justify;">–¿Y si se ha dado?</div><div style="text-align: justify;">–No haberlo hecho.</div><div style="text-align: justify;">«Está visto –se dijo Augusto– que a esta mozuela no la saco de ahí. Pero ya que está aquí, voy a poner en juego la psicología, a llevar a cabo un experimento.»</div><div style="text-align: justify;">–¡Ven acá, siéntate aquí! –y le ofreció sus rodillas.</div><div style="text-align: justify;">La muchacha obedeció tranquilamente y sin inmutarse, como a cosa acordada y prevista. Augusto en cambio quedóse confuso y sin saber por dónde empezar su experiencia psicológica. Y como no sabía qué decir, pues... hacía. Apretaba a Rosario contra su pecho anhelante y le cubría la cara de besos, diciéndose entre tanto: «Me parece que voy a perder la sangre fría necesaria para la investigación psicológica.»</div><div style="text-align: justify;">Hasta que de pronto se detuvo, pareció calmarse, apartó a Rosario algo de sí y la dijo de repente:</div><div style="text-align: justify;">–Pero ¿no sabes que quiero a otra mujer?</div><div style="text-align: justify;">Rosario se calló, mirándole fijamente y encogiéndose de hombros.</div><div style="text-align: justify;">–Pero ¿no lo sabes? –repitió él.</div><div style="text-align: justify;">–¿Y a mí qué me importa eso ahora ...?</div><div style="text-align: justify;">–¿Cómo que no te importa?</div><div style="text-align: justify;">–¡Ahora, no! Ahora me quiere usted a mí, me parece.</div><div style="text-align: justify;">–Y a mí también me parece, pero...</div><div style="text-align: justify;">Y entonces ocurrió algo insólito, algo que no entraba en las previsiones de Augusto, en su programa de experiencia psicológica sobre la Mujer, y es que Rosario, bruscamente, le enlazó los brazos al cuello y empezó a besarle. Apenas si el pobre hombre tuvo tiempo para pensar: «Ahora soy yo el experimentado; esta mozuela está haciendo estudios de psicología masculina.»</div><div style="text-align: justify;">Y sin darse cuenta de lo que hacía sorprendióse acariciando con las temblorosas manos las pantorrillas de Rosario.</div><div style="text-align: justify;">Levantóse de pronto Augusto, levantó luego en vilo a Rosario y la echó en el sofá. Ella se dejaba hacer, con el rostro encendido. Y él, teniéndola sujeta de los brazos con sus dos manos, se le quedó mirando a los ojos.</div><div style="text-align: justify;">–¡No los cierres, Rosario, no los cierres, por Dios! Ábrelos. Así, así, cada vez más. Déjame que me vea en ellos, tan chiquitito...</div><div style="text-align: justify;">Y al verse a sí mismo en aquellos ojos como en un espejo vivo, sintió que la primera exaltación se le iba templando.</div><div style="text-align: justify;">–Déjame que me vea en ellos como en un espejo, que me vea tan chiquitito... Sólo así llegaré a conocerme... viéndome en ojos de mujer.</div><div style="text-align: justify;">Y el espejo le miraba de un modo extraño. Rosario pensaba: «Este hombre no me parece como los demás; debe de estar loco.»</div><div style="text-align: justify;">Apartóse de pronto de ella Augusto, se miró a sí mismo, y luego se palpó, exclamando al cabo:</div><div style="text-align: justify;">–Y ahora, Rosario, perdóname.</div><div style="text-align: justify;">–¿Perdonarle?, ¿por qué?</div><div style="text-align: justify;">Y había en la voz de la pobre Rosario más miedo que otro sentimiento alguno. Sentía deseos de huir, porque ella se decía: «Cuando uno empieza a decir o hacer incongruencias no sé adónde va a parar. Este hombre sería capaz de matarme en un arrebato de locura.»</div><div style="text-align: justify;">Y le brotaron unas lágrimas.</div><div style="text-align: justify;">–¿Lo ves? –le dijo Augusto–, ¿lo ves? Sí, perdóname, Rosarito, perdóname; no sabía lo que me hacía.</div><div style="text-align: justify;">Y ella pensó: «Lo que no sabe es lo que no se hace.»</div><div style="text-align: justify;">–Y ahora, ¡vete, vete!</div><div style="text-align: justify;">–¿Me echa usted?</div><div style="text-align: justify;">–No, me defiendo. ¡No te echo, no! ¡Dios me libre! Si quieres me ire yo y te quedas aquí tú, para que veas que no te echo.</div><div style="text-align: justify;">«Decididamente, no está bueno», pensó ella y sintió lástima de él.</div><div style="text-align: justify;">–Vete, vete, y no me olvides, ¿eh? –le cogió de la barbilla, acariciándosela–. No me olvides, no olvides al pobre Augusto.</div><div style="text-align: justify;">La abrazó y la dio un largo y apretado beso en la boca. Al salir la muchacha le dirigió una mirada llena de un misterioso miedo. Y apenas ella salió, pensó para sí Augusto: «Me desprecia, indudablemente me desprecia; he estado ridículo, ridículo, ridículo... Pero ¿qué sabe ella, pobrecita, de estas cosas? ¿Qué sabe ella de psicología?»</div><div style="text-align: justify;">Si el pobre Augusto hubiese podido entonces leer en el espíritu de Rosario habríase desesperado más. Porque la ingenua mozuela iba pensando: «Cualquier día vuelvo a darme yo un rato así a beneficio de la otra prójima...»</div><div style="text-align: justify;">Íbale volviendo la exaltación a Augusto. Sentía que el tiempo perdido no vuelve trayendo las ocasiones que se desperdiciaron. Entróle una rabia contra sí mismo. Sin saber qué hacía y por ocupar el tiempo llamó a Liduvina y al verla ante sí, tan serena, tan rolliza, sonriéndose maliciosamente, fue tal y tan insólito el sentimiento que le invadió, que diciéndole: «¡Vete, vete, vete!», se salió a la calle. Es que temió un momento no poder contenerse y asaltar a Liduvina.</div><div style="text-align: justify;">Al salir a la calle se encalmó. La muchedumbre es como un bosque; le pone a uno en su lugar, le reencaja.</div><div style="text-align: justify;">«¿Estaré bien de la cabeza?», iba pensando Augusto. «¿No será acaso que mientras yo creo ir formalmente por la calle, como las personas normales –¿y qué es una persona normal?–, vaya haciendo gestos, contorsiones y pantomimas, y que la gente que yo creo pasa sin mirarme o que me mira indiferentemente no sea así, sino que están todos fijos en mí y riéndose o compadeciéndome...? Y esta ocurrencia, ¿no es acaso locura? ¿Estaré de veras loco? Y en último caso, aunque lo esté, ¿qué? Un hombre de corazón, sensible, bueno, si no se vuelve loco es por ser un perfecto majadero. El que no está loco es o tonto o pillo. Lo que no quiere decir, claro está, que los pillos y los tontos no enloquezcan.»</div><div style="text-align: justify;">«Lo que he hecho con Rosario –prosiguió pensando– ha sido ridículo, sencillamente ridículo. ¿Qué habrá pensado de mí? Y ¿qué me importa lo que de mí piense una mozuela así?... ¡Pobrecilla! Pero... ¡con qué ingenuidad se dejaba hacer! Es un ser fisiológico, perfectamente fisiológico, nada más que fisiológico, sin psicología alguna. Es inútil, pues, tomarla de conejilla de Indias o de ranita para experimentos psicológicos. A lo sumo fisiológico... Pero ¿es que la psicología, y sobre todo la feminidad, es algo más que fisiología, o si se quiere psicología fisiológica? ¿Tiene la mujer alma? Y a mí para meterme en experimentos psicofisiológicos me falta preparación técnica. Nunca asistí a ningún laboratorio... carezco, además, de aparatos. Y la psicofisiología exige aparatos. ¿Estaré, pues, loco?»</div><div style="text-align: justify;">Después de haberse desahogado con estas meditaciones callejeras, por en medio de la atareada muchedumbre indiferente a sus cuitas, sintióse ya tranquilo y se volvió a casa.</div></span>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-75410305709894667532011-02-21T10:38:00.000-08:002011-05-01T17:48:55.680-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXIII<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >El pobre Augusto estaba consternado. No era sólo que se encontrase, como el asno de Buridán, entre Eugenia y Rosario; era que aquello de enamorarse de casi todas las que veía, en vez de amenguársele, íbale en medro. Y llegó a descubrir cosas fatales.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Vete, vete, Liduvina, por Dios! ¡Vete, déjame solo! ¡Anda, vete! –le decía una vez a su criada.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y apenas ella se fue, apoyó los codos sobre la mesa, la cabeza en las palmas de las manos, y se dijo: «¡Esto es terrible, verdaderamente terrible! ¡Me parece que sin darme cuenta de ello me voy enamorando... hasta de Liduvina! ¡Pobre Domingo! Sin duda. Ella, a pesar de sus cincuenta años, aún está de buen ver, y sobre todo bien metida en carnes, y cuando alguna vez sale de la cocina con los brazos remangados y tan redondos... ¡Vamos, que esto es una locura! ¡Y esa doble barbilla y esos pliegues que se le hacen en el cuello...! Esto es terrible, terrible, terrible...»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Ven acá, Orfeo –prosiguió, cogiendo al perro–, ¿qué crees tú que debo yo hacer? ¿Cómo voy a defenderme de esto hasta que al fin me decida y me case? ¡Ah, ya!, ¡una idea, una idea luminosa, Orfeo! Convirtamos a la mujer, que así me persigue, en materia de estudio. ¿Qué te parece de que me dedique a la psicología femenina? Sí, sí, y haré dos monografías, pues ahora se llevan mucho las monografías; una se titulará: Eugenia, y la otra: Rosario, añadiendo: estudio de mujer ¿Qué te parece de mi idea, Orfeo?»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y decidió ir a consultarlo con Antolín S. –o sea Sánchez– Paparrigópulos, que por entonces se dedicaba a estudios de mujeres, aunque más en los libros que no en la vida.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Antolín S. Paparrigópulos era lo que se dice un erudito, un joven que había de dar a la patria días de gloria dilucidando sus más ignoradas glorias. Y si el nombre de S. Paparrigópulos no sonaba aún entre los de aquella juventud bulliciosa que a fuerza de ruido quería atraer sobre sí la atención pública, era porque poseía la verdadera cualidad íntima de la fuerza: la paciencia, y porque era tal su respeto al público y a sí mismo que dilataba la hora de su presentación hasta que, suficientemente preparado, se sintiera seguro en el suelo que pisaba.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Muy lejos de buscar con cualquier novedad arlequinesca un efímero renombre de relumbrón cimentado sobre la ignorancia ajena, aspiraba en cuantos trabajos literarios tenía en proyecto, a la perfección que en lo humano cabe y a no salirse, sobre todo, de los linderos de la sensatez y del buen gusto. No quería desafinar para hacerse oír, sino reforzar con su voz, debidamente disciplinada, la hermosa sinfonía genuinamente nacional y castiza.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >La inteligencia de S. Paparrigópulos era clara, sobre todo clara, de una transparencia maravillosa, sin nebulosidades ni embolismos de ninguna especie. Pensaba en castellano neto, sin asomo alguno de hórridas brumas setentrionales ni dejos de decadentismos de bulevar parisiense, en limpio castellano, y así era como pensaba sólido y hondo, porque lo hacía con el alma del pueblo que lo sustentaba y a que debía su espíritu. Las nieblas hiperbóreas le parecían bien entre los bebedores de cerveza encabezada, pero no en esta clarísima España de esplendente cielo y de sano Valdepeñas enyesado. Su filosofía era la del malogrado Becerro de Bengoa, que después de llamar tío raro a Schopenhauer aseguraba que no se le habrían ocurrido a este las cosas que se le ocurrieron, ni habría sido pesimista, de haber bebido Valdepeñas en vez de cerveza, y que decía también que la neurastenia proviene de meterse uno en lo que no le importa y que se cura con ensalada de burro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Convencido S. Paparrigópulos de que en última instancia todo es forma, forma más o menos interior, el universo mismo un caleidoscopio de formas enchufadas las unas en las otras y de que por la forma viven cuantas grandes obras salvan los siglos, trabajaba con el esmero de los maravillosos artífices del Renacimiento el lenguaje que había de revestir a sus futuros trabajos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Había tenido la virtuosa fortaleza de resistir a todas las corrientes de sentimentalismo neo-romántico y a esa moda asoladora por las cuestiones llamadas sociales. Convencido de que la cuestión social es insoluble aquí abajo, de que habrá siempre pobres y ricos y de que no puede esperarse más alivio que el que aporten la caridad de estos y la resignación de aquellos, apartaba su espíritu de disputas que a nada útil conducen y refugiábase en la purísima región del arte inmaculado, adonde no alcanza la broza de las pasiones y donde halla el hombre consolador refugio para las desilusiones de la vida. Abominaba, además, del estéril cosmopolitismo, que no hace sino sumir a los espíritus en ensueños de impotencia y en utopías enervadoras, y amaba a esta su idolatrada España, tan calumniada cuanto desconocida de no pocos de sus hijos; a esta España que le había de dar la materia prima de los trabajos sobre que fundaría su futura fama.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Dedicaba Paparrigópulos las poderosas energías de su espíritu a investigar la íntima vida pasada de nuestro pueblo, y era su labor tan abnegada como sólida. Aspiraba nada menos que a resucitar a los ojos de sus compatriotas nuestro pasado –es decir, el presente de sus bisabuelos–, y conocedor del engaño de cuantos lo intentaban a pura fantasía, buscaba y rebuscaba en todo género de viejas memorias para levantar sobre inconmovibles sillares el edificio de su erudita ciencia histórica. No había suceso pasado, por insignificante que pareciese, que no tuviera a sus ojos un precio inestimable.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Sabía que hay que aprender a ver el universo en una gota de agua, que con un hueso constituye el paleontólogo el animal entero y con un asa de puchero toda una vieja civilización el arqueólogo, sin desconocer tampoco que no debe mirarse a las estrellas con microscopio y con telescopio a un infusorio, como los humoristas acostumbran hacer para ver turbio. Mas aunque sabía que un asa de puchero bastaba al arqueólogo genial para reconstruir un arte enterrado en los limbos del olvido, como en su modestia no se tenía por genio, prefería dos asas a un asa sola –cuantas más asas mejor– y prefería el puchero todo al asa sola.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«Todo lo que en extensión parece ganarse, piérdese en intensidad»; tal era su lema. Sabía Paparrigópulos que en un trabajo el más especificado, en la más concreta monografía puede verterse una filosofía entera, y creía, sobre todo, en las maravillas de la diferenciación del trabajo y en el enorme progreso aportado a las ciencias por la abnegada legión de los pincha-ranas, caza-vocablos, barrunta-fechas y cuenta-gotas de toda laya.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Tentaban en especial su atención los más arduos y enrevesados problemas de nuestra historia literaria, tales como el de la patria de Prudencio, aunque últimamente, a consecuencia decíase de unas calabazas, se dedicaba al estudio de mujeres españolas de los pasados siglos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >En trabajos de índole al parecer insignificante era donde había que ver y admirar la agudeza, la sensatez, la perspicacia, la maravillosa intuición histórica y la penetración crítica de S. Paparrigópulos. Había que ver sus cualidades así, aplicadas y en concreto, sobre lo vivo, y no en abstracta y pura teoría; había que verle en la suerte. Cada disertación de aquellas era todo un curso de lógica inductive, un monumento tan maravilloso como la obra de Lionnet acerca de la oruga del sauce, y una muestra, sobre todo, de lo que es el austero amor a la santa Verdad. Huía de la ingeniosidad como de la peste y creía que sólo acostumbrándonos a respetar a la divina Verdad, aun en lo más pequeño, podremos rendirle el debido culto en lo grande.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Preparaba una edición popular de los apólogos de Calila y Dimna con una introducción acerca de la influencia de la literatura índica en la Edad Media española, y ojalá hubiese llegado a publicarla, porque su lectura habría apartado, de seguro, al pueblo de la taberna y de perniciosas doctrines de imposibles redenciones económicas. Pero las dos obras magnas que proyectaba Paparrigópulos eran una historia de los escritores oscuros españoles, es decir, de aquellos que no figuran en las histories literarias corrientes o figuran sólo en rápida mención por la supuesta insignificancia de sus obras, corrigiendo así la injusticia de los tiempos, injusticia que tanto deploraba y aun temía, y era otra su obra acerca de aquellos cuyas obras se hen perdido sin que nos quede más que la mención de sus nombres y a lo sumo la de los títulos de las que escribieron. Y estaba a punto de acometer la historia de aquellos otros que habiendo pensado escribir no llegaron a hacerlo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Para el mejor logro de sus empresas, una vez nutrido del sustancioso meollo de nuestra literatura nacional, se había bañado en las extranjeras, y como esto se le hacía penoso, pues era torpe para lenguas extranjeras y su aprendizaje exige tiempo que para más altos estudios necesitaba, recurrió a un notable expediente, aprendido de su ilustre maestro. Y era que leía las principales obras de crítica a historia literaria que en el extranjero se publicaran, siempre que las hallase en trances, y una vez que había cogido la opinión media de los críticos más reputados, respecto a este o aquel autor, hojeábalo en un periquete para cumplir con su conciencia y quedar libre para rehacer juicios ajenos sin mengua de su escrupulosa integridad de crítico.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Vese, pues, que no era S. Paparrigópulos uno de esos jóvenes espíritus vagabundos y erráticos que se pasean sin rumbo fijo por los dominios del pensamiento y de la fantasía, lanzando acaso acá y allá tal cual fugitivo chispazo, ¡no! Sus tendencies eran rigurosa y sólidamente itineraries; era de los que van a alguna parte. Si en sus estudios no habría de aparecer nada saliente deberíase a que en ellos todo era cima, siendo a modo de mesetas, trasunto fiel de las vastas y soleadas llanuras castellanas donde ondea la mies dorada y sustanciosa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >¡Así diera la Providencia a España muchos Antolines Sánchez Paparrigópulos! Con ellos, haciéndonos todos dueños de nuestro tradicional peculio, podríamos sacarle pingües rendimientos, Paparrigópulos aspiraba –y aspire, pues aún vive y sigue preparando sus trabajos– a introducir la reja de su arado crítico, aunque sólo sea un centímetro más que los aradores que le habían precedido en su campo, para que la mies crezca, merced a nuevos jugos, más lozana y granen mejor las espigas y la harina sea más rice y comamos los españoles mejor pan espiritual y más barato.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Hemos dicho que Paparrigópulos sigue trabajando y preparando sus trabajos para darlos a la luz. Y así es. Augusto había tenido noticia de los estudios de mujeres a que se dedicaba por comunes amigos de uno y de otro, pero no había publicado nada ni lo ha publicado todavía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >No faltan otros eruditos que con la característica caridad de la especie, habiendo vislumbrado a Paparrigópulos y envidiosos de antemano de la fama que preven le espera, tratan de empequeñecerle. Tal hay que dice de Paparrigópulos que, como el zorro, borra con el jopo sus propias huellas, dando luego vueltas y más vueltas por otros derroteros para despistar al cazador y que no se sepa por dónde fue a atrapar la gallina, cuando si de algo peca es de dejar en pie los andamios, una vez acabada la torre, impidiendo así que se admire y vea bien esta. Otro le llama desdeñosamente concionador, como si el de concionar no fuese arte supremo. El de más allá le acusa, ya de traducir, ya de arreglar ideas tomadas del extranjero, olvidando que al revestirlas Paparrigópulos en tan neto, castizo y transparente castellano como es el suyo, las hace castellanas y por ende propias, no de otro modo que hizo el padre Isla propio el Gil Blas de Lesage. Alguno le moteja de que su principal apoyo es su honda fe en la ignorancia ambiente, desconociendo el que así le juzga que la fe es trasportadora de montañas. Pero la suprema injusticia de estos y otros rencorosos juicios de gentes a quienes Paparrigópulos ningún mal ha hecho, su injusticia notoria, se verá bien clara con sólo tener en cuenta que todavía no ha dado Paparrigópulos nada a luz y que todos los que le muerden los zancajos hablan de oídas y por no callar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >No se puede, en fin, escribir de este erudito singular sino con reposada serenidad y sin efectismos nivolescos de ninguna clase.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >En este hombre, quiero decir, en este erudito, pues, pensó Augusto, sabedor de que se dedicaba a estudios de mujeres, claro está que en los libros, que es tratándose de ellas lo menos expuesto, y de mujeres de pasados siglos, que son también mucho meños expuestas para quien las estudia que las mujeres de hoy.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >A este Antolín, erudito solitario que por timidez de dirigirse a las mujeres en la vida y para vengarse de esa timidez las estudiaba en los libros, fue a quien acudió a ver Augusto para de él aconsejarse.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >No bien le hubo expuesto su propósito prorrumpió el erudito:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ay, pobre señor Pérez, cómo le compadezco a usted! ¿Quiere estudiar a la mujer? Tarea le mando...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Como usted la estudia...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Hay que sacrificarse. El estudio, y estudio oscuro, paciente, silencioso, es mi razón de ser en la vida. Pero yo, ya lo sabe usted, soy un modesto, modestísimo obrero del pensamiento, que acopio y ordeno materiales para que otros que vengan detrás de mí sepan aprovecharlos. La obra humana es colectiva; nada que no sea colectivo es ni sólido ni durable...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Y las obras de los grandes genios? La Divina Comedia, la Eneida, una tragedia de Shakespeare, un cuadro de Velázquez...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Todo eso es colectivo, mucho más colectivo de lo que se cree. La Divina Comedia, por ejemplo, fue preparada por toda una serie...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, ya sé eso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y respecto a Velázquez... a propósito, ¿conoce usted el libro de Justi sobre él?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Para Antolín, el principal, casi el único valor de las grandes obras maestras del ingenio humano, consiste en haber provocado un libro de crítica o de comentario; los grandes artistas, poetas, pintores, músicos, historiadores, filósofos, han nacido para que un erudito haga su biografía y un crítico comente sus obras, y una frase cualquiera de un gran escritor directo no adquiere valor hasta que un erudito no la repite y cita la obra, la edición y la página en que la expuso. Y todo aquello de la solidaridad del trabajo colectivo no era más que envidia a impotencia. Pertenecía a la clase de esos comentadores de Homero que si Homero mismo redivivo entrase en su oficina cantando le echarían a empellones porque les estorbaba el trabajar sobre los textos muertos de sus obras y buscar un apax cualquiera en ellas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero, bien, ¿qué opina usted de la psicología femenina? –le preguntó Augusto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Una pregunta así, tan vaga, tan genérica, tan en abstracto, no tiene sentido preciso para un modesto investigador como yo, amigo Pérez, para un hombre que no siendo genio, ni deseando serlo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Ni deseando?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, ni deseando. Es mal oficio. Pues bien, esa pregunta carece de sentido preciso para mí. El contestarla exigiría...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, vamos, como aquel otro cofrade de usted que escribió un libro sobre psicología del pueblo español y siendo, al parecer, español él y viviendo entre españoles, no se le ocurrió sino decir que este dice esto y aquel aquello otro y hacer una bibliografía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ah, la bibliografía! Sí, ya sé...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, no siga usted, amigo Paparrigópulos, y dígame lo más concretamente que sepa y pueda qué le parece de la psicología femenina.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Habría que empezar por plantear una primera cuestión y es la de si la mujer tiene alma.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Hombre!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ah, no sirve desecharla así, tan en absoluto...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >«¿La tendrá él?» , pensó Augusto, y luego:</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Bueno, pues de lo que en las mujeres hace las veces de alma... ¿qué cree usted?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Me promete usted, amigo Pérez, guardarme el secreto de lo que le voy a decir?... Aunque, no, no, usted no es erudito.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Qué quiere usted decir con eso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Que usted no es uno de esos que están a robarle a uno lo último que le hayan oído y darlo como suyo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿esas tenemos...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ay, amigo Pérez, el erudito es por naturaleza un ladronzuelo; se lo digo a usted yo, yo, yo que lo so. yLos eruditos andamos a quitarnos unos a otros las pequeñas cositas que averiguamos y a impedir que otro se nos adelante.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Se comprende: el que tiene almacén guarda su género con más celo que el que tiene fábrica; hay que guardar el agua del pozo, no la del manantial.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Puede ser. Pues bien, si usted, que no es erudito, me promete guardarme el secreto hasta que yo lo revele, le diré que he encontrado en un oscuro y casi desconocido escritor holandés del siglo XVII una interesantísima teoría respecto al alma de la mujer...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Veámosla.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Dice ese escritor, y lo dice en latín, que así como cada hombre tiene su alma, las mujeres todas no tienen sino una sola y misma alma, un alma colectiva, algo así como el entendimiento agente de Averroes, repartida entre todas ellas. Y añade que las diferencias que se observan en el modo de sentir, pensar y querer de cada mujer provienen no más que de las diferencias del cuerpo, debidas a raza, clima, alimentación, etc.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >, y que por eso son tan insignificantes. Las mujeres, dice ese escritor, se parecen entre sí mucho más que los hombres y es porque todas son una sola y misma mujer...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ve ahí por qué, amigo Paparrigópulos, así que me enamoré de una me sentí en seguida enamorado de todas las demás.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Claro está! Y añade ese interesantísimo y casi desconocido ginecólogo que la mujer tiene mucha más individualidad, pero mucha menos personalidad, que el hombre; cada una de ellas se siente más ella, más individual, que cada hombre, pero con menos contenido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, sí, creo entrever lo que sea.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y por eso, amigo Pérez, lo mismo da que estudie usted a una mujer o a varias. La cuestión es ahondar en aquella a cuyo estudio usted se dedique.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿no sería mejor tomar dos o más para poder hacer el estudio comparativo? Porque ya sabe usted que ahora se lleva mucho esto de lo comparativo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En efecto, la ciencia es comparación; mas en punto a mujeres no es menester comparar. Quien conozca una, una sola bien, las conoce todas, conoce a la Mujer. Además, ya sabe usted que todo lo que se gana en extensión se pierde en intensidad.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En efecto, y yo deseo dedicarme al cultivo intensivo y no al extensivo de la mujer. Pero dos por lo menos... por lo menos dos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No, dos no!, ¡de ninguna manera! De no contentarse con una, que yo creo es lo mejor y es bastante tarea, por lo menos tres. La dualidad no cierra.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¿Cómo que no cierra la dualidad?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Claro está. Con dos líneas no se cierra espacio. El más sencillo polígono es el triángulo. Por lo menos tres.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero el triángulo carece de profundidad. El más sencillo poliedro es el tetraedro; de modo que por lo menos cuatro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero dos no, ¡nunca! De pasar de una, por lo menos tres. Pero ahonde usted en una.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Tal es mi propósito.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-35439442930312316242011-02-21T10:25:00.000-08:002011-05-01T17:38:34.401-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXII<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y bien, ¿qué? –le preguntaba Augusto a Víctor ¿cómo habéis recibido al intruso?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Ah, nunca lo hubiese creído, nunca! Todavía la víspera de nacer nuestra irritación era grandísima. Y mientras estaba pugnando por venir al mundo no sabes bien los insultos que me lanzaba mi Elena. «¡Tú, tú tienes la culpa, tú! », me decía. Y otras veces: «¡Quítate de delante, quítate de mi vista! ¿No te da vergüenza de estar aquí? Si me muero, tuya será la culpa.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y otras veces: «¡Esta y no más, esta y no más!» Pero nació y todo ha cambiado. Parece como si hubiésemos despertado de un sueño y como si acabáramos de casarnos. Yo me he quedado ciego, talmente ciego; ese chiquillo me ha cegado. Tan ciego estoy, que todos dicen que mi Elena ha quedado con la preñez y el parto desfiguradísima, que está hecha un esqueleto y que ha envejecido lo menos diez años, y a mí me parece más fresca, más lozana, más joven y hasta más metida en carnes que nunca.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Eso me recuerda, Víctor, la leyenda del fogueteiro que tengo oída en Portugal.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Venga.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Tú sabes que en Portugal eso de los fuegos artificiales, de la pirotecnia, es una verdadera bella arte. El que no ha visto fuegos artificiales en Portugal no sabe todo lo que se puede hacer con eso. ¡Y qué nomenclatura, Dios mío!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero venga la leyenda.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Allá voy. Pues el caso es que había en un pueblo portugués un pirotécnico o fogueteiro que tenía una mujer hermosísima, que era su consuelo, su encanto y su orgullo. Estaba locamente enamorado de ella, pero aún más era orgullo. Complacíase en dar dentera, por así decirlo, a los demás mortales, y la paseaba consigo como diciéndoles: ¿veis esta mujer?, ¿os gusta?, ¿sí, eh?, ¡pues es la mía, mía sola!, ¡y fastidiarse! No hacía sino ponderar las excelencias de la hermosura de su mujer y hasta pretendía que era la inspiradora de sus más bellas producciones pirotécnicas, la musa de sus fuegos artificiales. Y hete que una vez, preparando uno de estos, mientras estaba, como de costumbre, su hermosa mujer a su lado para inspirarle, se le prende fuego la pólvora, hay una explosión y tienen que sacar a marido y mujer desvanecidos y con gravísimas quemaduras. A la mujer se le quemó buena parte de la cara y del busto, de tal manera que se quedó horriblemente desfigurada, pero él, el fogueteiro, tuvo la fortuna de quedarse ciego y no ver el desfiguramiento de su mujer. Y después de esto seguía orgulloso de la hermosura de su mujer y ponderándola a todos y caminando al lado de ella, convertida ahora en su lazarilla, con el mismo aire y talle de arrogante desafío que antes. «¿Han visto ustedes mujer más hermosa?», preguntaba, y todos, sabedores de su historia, se compadecían del pobre fogueteiro y le ponderaban la hermosura de su mujer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y bien, ¿no seguía siendo hermosa para él?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Acaso más que antes, como para ti tu mujer después que te ha dado al intruso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No le llames así!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Fue cosa tuya.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, pero no quiero oírsela a otro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Eso pasa mucho; el mote mismo que damos a alguien nos suena muy de otro modo cuando se lo oíamos a otro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Sí, dicen que nadie conoce su voz...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ni su cara. Yo por lo menos sé de mí decirte que una de las cosas que me dan más pavor es quedarme mirándome al espejo, a solas, cuando nadie me ve. Acabo por dudar de mi propia existencia a imaginarme, viéndome como otro, que soy un sueño, un ente de ficción...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues no te mires así...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No puedo remediarlo. Tengo la manía de la introspección.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues acabarás como los faquires, que dicen se contemplan el propio ombligo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y creo que si uno no conoce su voz ni su cara, tampoco conoce nada que sea suyo, muy suyo, como si fuera parte de él...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Su mujer, por ejemplo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–En efecto; se me antoja que debe de ser imposible conocer a aquella mujer con quien se convive y que acaba por formar parte nuestra. ¿No has oído aquello que decía uno de nuestros más grandes poetas, Campoamor?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No; ¿qué es ello?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pues decía que cuando uno se casa, si lo hace enamorado de veras, al principio no puede tocar el cuerpo de su mujer sin emberrenchinarse y encenderse en deseo carnal, pero que pasa tiempo, se acostumbra, y llega un día en que lo mismo le es tocar con la mano al muslo desnudo de su mujer que al propio muslo suyo, pero también entonces, si tuvieran que cortarle a su mujer el muslo le dolería como si le cortasen el propio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y así es, en verdad. ¡No sabes cómo sufrí en el parto!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Ella más.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡Quién sabe...! Y ahora como es ya algo mío, parte de mi ser, me he dado tan poca cuenta de eso que dicen de que se ha desfigurado y afeado, como no se da uno cuenta de que se desfigura, se envejece y se afea.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Pero ¿crees de veras que uno no se da cuenta de que se envejece y afea?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No, aunque lo diga. Si la cosa es continua y lenta. Ahora, si de repente le ocurre a uno algo... Pero eso de que se sienta uno envejecer, ¡quiá!; lo que siente uno es que envejecen las cosas en derredor de él o que rejuvenecen. Y eso es lo único que siento ahora al tener un hijo. Porque ya sabes lo que suelen decir los padres señalando a sus hijos: «¡Estos, estos son los que nos hacen viejos!» Ver crecer al hijo es lo más dulce y lo más terrible, creo. No te cases, pues, Augusto, no te cases, si quieres gozar de la ilusión de una juventud eterna.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿qué voy a hacer si no me caso?, ¿en qué voy a pasar el tiempo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Dedícate a filósofo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y ¿no es acaso el matrimonio la mejor, tal vez la única escuela de filosofía?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No, hombre, no! Pues ¿no has visto cuántos y cuán grandes filósofos ha habido solteros? Que ahora recuerde, aparte de los que han sido frailes, tienes a Descartes, a Pascal, a Spinoza, a Kant...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–¡No me hables de los filósofos solteros!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Y de Sócrates, ¿no recuerdas cómo despachó de su lado a su mujer Jantipa, el día en que había de morirse, para que no le perturbase?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–No me hables tampoco de eso. No me resuelvo a creer sino que eso que nos cuenta Platón no es sino una novela...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–O una nivola...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >–Como quieras.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >Y rompiendo bruscamente la voluptuosidad de la conversación se salió.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" >En la calle acercósele un mendigo diciéndole: «¡Una limosna, por Dios, señorito, que tengo siete hijos...!» «¡No haberlos hecho!», le contestó malhumorado Augusto. «Ya quisiera yo haberle visto a usted en mi caso –replicó el mendigo, añadiendo–: y ¿qué quiere usted que hagamos los pobres si no hacemos hijos... para los ricos?» « Tienes razón –replicó Augusto–, y por filósofo, ¡ahí va, toma!» , y le dio una peseta, que el buen hombre se fue al punto a gastar a la taberna próxima.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4996509100889120042.post-42934717926804282942011-02-21T10:24:00.000-08:002011-05-01T17:53:45.843-07:00Miguel de Unamuno - Niebla XXI<div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Sí, tiene usted razón –le decía don Antonio a Augusto aquella tarde, en el Casino, hablando a solas, en un rinconcito–, tiene usted razón, hay un misterio doloroso, dolorosisímo en mi vida. Usted ha adivinado algo. Pocas veces ha visitado usted mi pobre hogar...¿hogar?, pero habrá notado...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Sí, algo extraño, yo no sé qué tristeza flotante que me atraía a él...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–A pesar de mis hijos, de mis pobres hijos, a usted le habrá parecido un hogar sin hijos, acaso sin esposos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No sé... no sé...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Vinimos de lejos, de muy lejos, huyendo, pero hay cosas que van siempre con uno, que le rodean y envuelven como un ánimo misterioso. Mi pobre mujer...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Sí, en el rostro de su señora se adivina toda una vida de...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–De martirio, dígalo usted. Pues bien, amigo don Augusto, usted ha sido, no sé bien por qué, por una cierta oculta simpatía, quien mayor afecto, más compasión acaso nos ha mostrado, y yo, para figurarme una vez más que me libro de un peso, voy a confiarle mis desdichas. Esa mujer, la madre de mis hijos, no es mi mujer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">Me lo suponía; pero si es ella la madre de sus hijos, si con usted vive como su mujer, lo es.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No, yo tengo otra mujer... legítima, según se la llama. Estoy casado, pero no con la que usted conoce. Y esta, la madre de mis hijos, está casada también, pero no conmigo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Ah, un doble...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No, un cuádruple, como va usted a verlo. Yo me casé loco, pero enteramente loco de amor, con una mujercita reservada y callandrona, que hablaba poco y parecía querer decir siempre mucho más de lo que decía, con unos ojos garzos dulces, dulces, dulces, que parecían dormidos y sólo se despertaban de tarde en tarde, pero era entonces para chispear fuego. Y ella era toda así. Su corazón, su alma toda, todo su cuerpo, que parecían de ordinario dormidos, despertaban de pronto como en sobresalto, pero era para volver a dormirse muy pronto, pasado el relámpago de vida, ¡y de qué vida!, y luego como si nada hubiese sido, como si se hubiese olvidado de todo lo que pasó. Era como si estuviésemos siempre recomenzando la vida, como si la estuviese reconquistando de continuo. Me admitió de novio como en un ataque epiléptico y creo que en otro ataque me dio el sí ante el altar. Y nunca pude conseguir que me dijese si me quería o no. Cuantas veces se lo pregunté, antes y después de casarnos, siempre me contestó: «Eso no se pregunta; es una tontería.» Otras veces decía que el verbo amar ya no se usa sino en el teatro y los libros, y que si yo le hubiese escrito: ¡te amo!, me habría despedido al punto. Vivimos más de dos años de casados de una extraña manera, reanudando yo cada día la conquista de aquella esfinge. No tuvimos hijos. Un día faltó a casa por la noche, me puse como loco, la anduve buscando por todas partes, y al siguiente día supe por una carta muy seca y muy breve que se había ido lejos, muy lejos, con otro hombre...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Y no sospechó usted nada antes, no lo barruntó...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–¡Nada! Mi mujer salía sola de casa con bastante frecuencia, a casa de su madre, de unas amigas, y su misma extraña frialdad la defendía ante mí de toda sospecha. ¡Y nada adiviné nunca en aquella esfinge! El hombre con quien huyó era un hombre casado, que no sólo dejó a su mujer y a una pequeña niña para irse con la mía, sino que se llevó la fortuna toda de la suya, que era regular, después de haberla manejado a su antojo. Es decir, que no sólo abandonó a su esposa, sino que la arruinó robándole lo suyo. Y en aquella seca y breve y fría carta que recibí se hacía alusión al estado en que la pobre mujer del raptor de la mía se quedaba. ¡Raptor o raptado... no lo sé! En unos días ni dormí, ni comí, ni descansé; no hacía sino pasear por los más apartados barrios de mi ciudad. Y estuve a punto de dar en los vicios más bajos y más viles. Y cuando empezó a asentárseme el dolor, a convertírseme en pensamiento, me acordé de aquella otra pobre víctima, de aquella mujer que se quedaba sin amparo, robada de su cariño y de su fortuna. Creí un caso de conciencia, pues que mi mujer era la causa de su desgracia, ir a ofrecerla mi ayuda pecuniaria, ya que Dios me dio fortuna.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Adivino el resto, don Antonio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No importa. La fui a ver. Figúrese usted aquella nuestra primera entrevista. Lloramos nuestras sendas desgracias, que eran una desgracia común. Yo me decía: «¿Y es por mi mujer por la que ha dejado a esta ese hombre?», y sentía, ¿por qué no he de confesarle la verdad?, una cierta íntima satisfacción, algo inexplicable, como si yo hubiese sabido escoger mejor que él y él lo reconociese. Y ella, su mujer, se hacía una reflexión análoga, aunque invertida, según después me ha declarado. Le ofrecí mi ayuda pecuniaria, lo que de mi fortuna necesitase, y empezó rechazándomelo. «Trabajaré para vivir y mantener a mi hija», me dijo. Pero insistí y tanto insistí que acabó aceptándomelo. La ofrecí hacerla mi ama de llaves, que se viniese a vivir conmigo, claro que viniéndonos muy lejos de nuestra patria, y después de mucho pensarlo lo aceptó también.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Y es claro, al irse a vivir juntos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No, eso tardó, tardó algo. Fue cosa de la convivencia, de un cierto sentimiento de venganza, de despecho, de qué sé yo... Me prendé no ya de ella, sino de su hija, de la desdichada hija del amante de mi mujer; la cobré un amor de padre, un violento amor de padre, como el que hoy le tengo, pues la quiero tanto, tanto, sí, cuando no más, que a mis propios hijos. La cogía en mis brazos, la apretaba a mi pecho, la envolvía en besos, y lloraba, lloraba sobre ella. Y la pobre niña me decía: «¿Por qué lloras, papá?», pues le hacía que me llamase así y por tal me tuviera. Y su pobre madre al verme llorar así lloraba también y alguna vez mezclamos nuestras lágrimas sobre la rubia cabecita de la hija del amante de mi mujer, del ladrón de mi dicha.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">Un día supe –prosiguió– que mi mujer había tenido un hijo de su amante y aquel día todas mis entrañas se sublevaron, sufrí como nunca había sufrido y creí volverme loco y quitarme la vida. Los celos, lo más brutal de los celos, no lo sentí hasta entonces. La herida de mi alma, que parecía cicatrizada, se abrió y sangraba... ¡sangraba fuego! Más de dos años había vivido con mi mujer, con mi propia mujer, y ¡anda!, ¡y ahora aquel ladrón...! Me imaginé que mi mujer habría despertado del todo y que vivía en pura brasa. La otra, la que vivía conmigo, conoció algo y me preguntó: «¿Qué te pasa?» Habíamos convenido en tutearnos, por la niña. «¡Déjame!» , le contesté. Pero acabé confesándoselo todo, y ella al oírmelo temblaba. Y creo que la contagié de mis furiosos celos...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Y claro, después de eso...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No, vino algo después y por otro camino. Y fue que un día estando los dos con la niña, la tenía yo sobre mis rodillas y estaba contándole cuentos y besándola y diciéndola bobadas, se acercó su madre y empezó a acariciarla también. Y entonces ella, ¡pobrecilla!, me puso una de sus manitas sobre el hombro y la otra sobre el de su madre y, nos dijo: «Papaíto... mamaíta... ¿por qué no me traéis un hermanito para que juegue conmigo, como le tienen otras niñas, y no que estoy sola...?» Nos pusimos lívidos, nos miramos a los ojos con una de esas miradas que desnudan las almas, nos vimos estas al desnudo, y luego, para no avergonzarnos, nos pusimos a besuquear a la niña, y alguno de estos besos cambió de rumbo. Aquella noche, entre lágrimas y furores de celos, engendramos al primer hermanito de la hija del ladrón de mi dicha.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–¡Extraña historia!</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Y fueron nuestros amores, si es que así quiere usted llamarlos unos amores secos y mudos, hechos de fuego y rabia, sin ternezas de palabra. Mi mujer, la madre de mis hijos quiero decir, porque esta y no otra es mi mujer, mi mujer es, como usted habrá visto, una mujer agraciada, tal vez hermosa, pero a mí nunca me inspiró ardor de deseos, y esto a pesar de la convivencia. Y aun después que acabamos en lo que le digo me figuré no estar en exceso enamorado de ella, hasta que pude convencerme de lo contrario. Y es que una vez, después de uno de sus partos, después del nacimiento del cuarto de nuestros hijos, se me puso tan mal, tan mal, que creí que se me moría. Perdió la más de la sangre de sus venas, se quedó como la cera de blanca, se le cerraban los párpados... Creí perderla. Y me puse como loco, blanco yo también como la cera, la sangre se me helaba. Y fui a un rincón de la casa, donde nadie me viese, y me arrodillé y pedí a Dios que me matara antes de que dejase morir a aquella santa mujer. Y lloré y me pellizqué y me arañé el pecho hasta sacarme sangre. Y comprendí con cuán fuerte atadura estaba mi corazón atado al corazón de la madre de mis hijos. Y cuando esta se repuso algo y recobró conocimiento y salió de peligro, acerqué mi boca a su oído, según ella sonreía a la vida renaciente tendida en la cama, y le dije lo que nunca le había dicho y nunca le he vuelto de la misma manera a decir. Y ella sonreía, sonreía, sonreía mirando al techo. Y puse mi boca sobre su boca, y me enlacé con sus desnudos brazos el cuello, y acabé llorando de mis ojos sobre sus ojos. Y me dijo: «Gracias, Antonio, gracias, por mí, por nuestros hijos, por nuestros hijos todos... todos... todos... por ella, por Rita...» Rita es nuestra hija mayor, la hija del ladrón... no, no, nuestra hija, mi hija. La del ladrón es la otra, es la de la que se llamó mi mujer en un tiempo. ¿Lo comprende usted ahora todo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Sí, y mucho más, don Antonio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–¿Mucho más?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–¡Más, sí! De modo que usted tiene dos mujeres, don Antonio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No, no, no tengo más que una, una sola, la madre de mis hijos. La otra no es mi mujer, no sé si lo es del padre de su hija.</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Y esa tristeza...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–La ley es siempre triste, don Augusto. Y es más triste un amor que nace y se cría sobre la tumba de otro y como una planta que se alimenta, como de mantillo, de la podredumbre de otra planta. Crímenes, sí, crímenes ajenos nos han juntado, ¿y es nuestra unión acaso crimen? Ellos rompieron lo que no debe romperse, ¿por qué no habíamos nosotros de anudar los cabos sueltos?</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–Y no han vuelto a saber...</span></div><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span">–No hemos querido volver a saber. Y luego nuestra Rita es una mujercita ya; el mejor día se nos casa... Con mi nombre, por supuesto, con mi nombre, y haga luego la ley lo que quiera. Es mi hija y no del ladrón; yo la he criado.</span></div>LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - LIMA BASQUE CENTERhttp://www.blogger.com/profile/05705539632963855378noreply@blogger.com0